«Mi estética es la tijera»

Por: Sebastián Feijoo

Cerca de los 60 años, Daniel Melingo se muestra más inquieto que nunca. Este sábado y el próximo presentará “Anda”, su flamante disco y segunda parte de la trilogía que tiene como protagonista al Linyera. El tango, su futuro, el cine y más.

El tango, sus circunstancias, su pasado, su presente, su futuro. Las músicas del mundo. Las decisiones que cambian para siempre la vida de un músico. Esas que se toman casi sin pensar o las que se asumen contra viento y marea. La necesidad de mantenerse inquieto desde lo creativo, pero también la de estar despierto para poder circular entre las grietas de una industria musical cambiante, pero siempre cruel. Daniel Melingo es un entrevistado atento y reflexivo. Una de esas especies en extinción que se toman su tiempo para pensar y –en más de un caso– parecen encontrar respuestas que no conocían del todo. 

–¡¡¡Bruuuuuuuuuummmmmmmmmmmmmmm!!!

Dos botellas de agua mineral con gas y una bandeja colisionan contra la mesa elegida para la entrevista. «Disculpenmé. Tengo que cerrar mi turno y justo me cae un montón de gente… ¡Uh! Estoy haciendo catarsis con ustedes. Perdón», confiesa la moza con suerte de Tandarica y sonrisa nerviosa. Alrededor casi todas las mesas del bistró de Belgrano están vacías. Eso sí: las ubicadas sobre la vereda tienen asistencia perfecta de palomas que ignoran chistidos, braceos y cualquier tipo de estrategia para espantarlas. Excepto la elegida por Melingo. Alrededor del cantante y compositor se generó una zona de exclusión sin que mediara la más mínima acción de su parte. Tal vez será su voz. 

La mesa ya está en orden y se impone hablar de «Anda», su flamante octavo disco solista. 

–¿Cómo surgió la idea de que el Linyera también sea el protagonista de “Anda”?

–Me encontré con el Linyera en el trabajo anterior y, además de darle nombre al disco, me permitió conseguir una síntesis a una búsqueda que me llevó años. Era un personaje que de alguna manera aparecía desde lo performático en los shows, pero al que le faltaba redondearle una identidad. Se trata de un ser oscuro, con cierta elegancia raída y, si se quiere, aires chaplinescos. El Linyera que yo adopto también está más relacionado con el anarquismo que con un homeless. Cuando lo encontré me di cuenta era algo que quería desarrollar. Por eso muy rápidamente apareció la idea de hacer una trilogía. «Anda» es el segundo capítulo y para el tercero ya tengo bastantes ideas: sería la ópera del Linyera. Pero no quiero adelantar demasiado. Yo pienso mucho los discos. No me gusta que queden canciones de más. Busco un hilo conductor estético, tímbrico y temático. Por eso en un proceso creativo genero mucho más material que voy dejando afuera y puedo retomar en otro momento. Hay que administrar el ego y sacar todo lo que sea necesario. Mi estética es la tijera.

–El disco abre con «Se viene el dos mil», una composición inédita de Osvaldo Pugliese. ¿Cómo llegaste a ese material? 

–Nosotros amamos a Pugliese. A su música y a su mística. Esa canción me la trajo mi amigo y compañero Luis Alposta. En los 80 se juntó con Pugliese y el maestro le pidió que le hiciera una letra a esa composición. Alposta grabó ese ensayo en un cassette. En nuestra versión aparecen palabras de Alposta, algunas de Pugliese e incluso unas notas de su piano. Es muy emocionante hacer un tema del maestro que nunca se grabó. Por eso lo quisimos como la apertura del disco. 

–»Anda» también trasluce cierta idea de tango viajero, que dialoga con ritmos de otros lugares del mundo. 

–Es lo que me inspira. El tango no es sólo el resultado del crisol de razas de la Argentina. También viajó por el mundo y tomó muchas cosas que fue encontrando. Gardel es un ejemplo más claro. Me gusta esa perspectiva. Trato, muy humildemente, de hacer mi aporte. Y no es sencillo. Porque uno a veces se obsesiona y se pone a estudiar ciertas orquestaciones o formas de sonar que son parte del tango. Y puedo ser muy útil y a la vez peligroso porque vas perdiendo tu personalidad. Eso me lo hicieron notar en Francia. Amo al tango, me siento dentro de él, pero siempre trato de buscarme a mí. Por ejemplo, desde hace un tiempo utilizó instrumentos griegos que tienen una sonoridad oriental, pero afinación occidental. Eso lo tomé de la música rebética, que viene de Grecia y tiene bastantes puntos de contacto con el tango. Ojalá sea una novedad que inspire.

–Y en ese universo que vas creando conviven Pugliese, Rivero, Le Pera, Gainsbourg, Satie,  vos y María Celeste Torre, tu mujer.

–Sí. Es mi forma de ejercer la libertad. María Celeste compuso varias cosas conmigo y esta vez también el tema que da nombre al disco. Tienen muy buenas ideas. Desde hace años nos transformamos en un negocio familiar (risas). Mi hijo Félix grabó voces y flauta. Es algo que disfruto y aporta artísticamente. 

DEL ROCK AL TANGO. En los 80 Daniel Melingo era un personaje clave dentro del rock local. Su participación y aporte creativo en Los Abuelos de la Nada y Los Twist le dieron una gran notoriedad. Por entonces era vientista y compositor. Charly García también le echó el ojo y lo convocó para grabaciones y presentaciones en vivo. Después vendría la psicodelia de Lions in Love, el debut solista con «H2O» (1995) y un golpe de timón que en su momento sorprendió a propios y ajenos. «Tangos bajos» (1998) significó su desembarco en un género que ya no abandonaría y, al mismo tiempo, un gesto trascendente en tiempos en los que el rock y el tango se miraban con mutua desconfianza. 

–Vos tenías una carrera importante en el rock y te metiste en el tango en un tiempo en el que para la mayoría de los jóvenes todavía era refractario. ¿Alguien te dijo que era una locura?

–Y sí… Fue una ruptura. Pero yo estaba muy dispuesta a hacerla. Necesitaba ese riesgo. Me costó tener que romper el contrato con una multinacional. Les llevé la grabación de lo que fue «Tangos bajos» y no querían saber nada. No entendían. Entonces les dije que rompiéramos el contrato y que cada uno siguiera por su lado. Ahí empezó mi carrera de autogestión y mal no me fue. Laburar así me ayuda a estimular el músculo creativo. En lo musical y en cómo hacer llegar la música. 

–¿Sentís que colaboraste a que gente que sólo escuchaba rock se acercara al tango?

–Creo que sí. No paro de encontrarme con personas que me agradece. Me dicen que no les interesaba el género y que a partir de “Tangos bajos” se engancharon a full. Por ese lado puede ser que inspiré a bastante gente. El tango es un barril sin fondo, siempre hay mucho para investigar. Mi primer tango lo grabé en el 85 con Los Twist, se llamaba “Esta es mi presentación” («La máquina del tiempo»). El tango electrónico ayudo a que se sumen nuevas generaciones al género.

–¿Te parece? 

–Sí. Esa mezcla de sonidos dance y el bandoneón conectaron a mucha gente. El puntapié inicial lo dio el Gotán Proyect con esa cosa de articular dub y fueye. Hay cosas que generan puentes. A veces somos más papistas que el Papa. Luis Alposta hasta defiende a Julio Iglesias. Dice que hizo sonar al tango en muchos hilos musicales de las salas de espera. 

–¿Cómo viviste esa especie de reencuentro parcial de Los Abuelos de la Nada en un show de Calamaro?

–Con mucha emoción. Fue en el Personal Fest. A la banda eléctrica de Andrés nos sumamos Cachorro López, el Vasco Bazterrica y yo. Hicimos un par de temas, pero fue muy movilizante. Ya subimos quebrados… Bailamos como nenes. Fue muy lindo. Yo estoy muy agradecido con los Abuelos en general y Miguel en particular. Con él me metí en el rock. En noviembre hicimos algo parecido con Los Twist, en un show de Fabi Cantilo. Los Twist también fueron muy importantes. Siento que abrieron un camino para bandas como Los Cadillacs y los Decadentes, entre otros. Aunque para mí Los Twist fueron los tres primeros discos. Después era un grupo solista de Pipo. Por eso tuvimos algunas peleas. Yo le decía que se hiciera hombre y dejara el nombre de Los Twist.

–También tocaste mucho con Charly. ¿Escuchaste «Random?

–Sí, obvio. Es un grande. Hay un gran Charly en ese disco. Vuelve a mostrar que su esencia está intacta. Charly no es criticable.

–Cada vez está más metido en el mundo del cine. ¿Cómo te fuiste enganchando?

–Un poco de casualidad. Primero me llamaban para hacer bandas de sonido o para aparecer tocando en alguna película. Hasta que me Luis «Coco» Barone me convocó para trabajar ya como acto en «Zenitram» (2009). Después surgió Germán Tejeir  y me sumó a «Una noche sin luna» y finalmente  hice de padre en «Gilda». En el medio también fui coprotagonista en «Lulu», de Luis Ortega. Todo esto me moviliza y me da ganas de más. Incluso como productor. Ya hicimos «Su realidad, un documental inspirado en algunos shows de presentación de «Linyera», y dentro de poco vamos a lanzar algo similar que hicimos para «Anda». Siento que se abren muchas posibilidades en este rubro. 

Melingo presenta su disco “Anda”  este sábado y el próximo a las 21 en el Centro Cultural Torquato Tasso (Defensa 1575). 

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