México vive un momento histórico, un cambio de paradigmas que muchos no alcanzan a comprender y una minoría poderosa lo resiste para no perder privilegios conquistados durante 36 años.
Un paralelismo con la Argentina puede dar mejor idea de lo que sucede en México. En 1976 mediante un golpe cívico-militar, la oligarquía argentina se hizo del poder y del control del Estado, en 1983 perdió el control del Estado –relativamente–, aunque no el poder real y en 2015 recuperó el control del Estado que pretende conservar mediante el respaldo de la mancuerna mediático-judicial y un fraude en proceso que la oposición desdeña.
En México, en 1982 se inauguró el régimen neoliberal que, sin solución de continuidad, con gobiernos priistas o panistas, conservó el poder real y el control del Estado mediante el fraude sistemático hasta el 1 de julio de 2018, cuando triunfó AMLO con una amplia mayoría del 53%, a pesar del fraude que obviamente existió, aunque el triunfo contundente hizo que pasara a segundo plano.
¿Cuál la diferencia sustancial hoy entre el gobierno de AMLO y los gobiernos argentinos desde 1983 a 2015, y desde entonces oposición que se autodefinen como «nacionales y populares»?
Entre muchas otras, una diferencia sustancial es que AMLO no se plantea negociar con la oligarquía, se plantea quitarle el poder, y no se agota en discursos, llama a las cosas por su nombre, a la oligarquía y a la plutocracia (no como en Argentina, que dichos términos han desaparecido del vocabulario ¡hasta de quienes se consideran de izquierda!), AMLO toma medidas concretas con el propósito de acabar con el régimen neoliberal.
Los mexicanos hoy se agrupan, básicamente, en los indiferentes (que no son pocos en todo el mundo), los apologistas, los desencantados, los convencidos críticos y los detractores. Salvo los convencidos críticos, lo que tienen en común los demás es la falta de comprensión, por razones diversas, de que el 1 de diciembre de 2018 no sólo asumió un nuevo presidente, ni fue únicamente el cambio de gobierno o el del partido político en el mismo, AMLO lo repite hasta el cansancio: se trata de un cambio de régimen.
Cambiar de régimen consiste en acabar con el anterior que, volviendo al paralelismo con Argentina, sí fue lo que ejecutó en 1976 la dictadura cívico-militar y no fue lo que sucedió en 1983, cuando el poder real no cambió de manos y la oligarquía sólo cedió el control del Estado, relativamente, hasta 2015, cuando logró colocar a Macri, un representante directo de sus intereses.
En México, una larga lucha, pacífica, con el indiscutible liderazgo de AMLO, quien fue víctima de evidentes y comprobados fraudes en las elecciones presidenciales de 2006 y 2012, tiene un punto culminante en el triunfo electoral del 1 de julio de 2018.
¿Cómo negar que el actual gobierno de AMLO comete algunas incongruencias y diversos errores? ¿Qué gobierno no comete errores cuando asume la responsabilidad de poner fin a un régimen corrupto y criminal, responsable de más de 40 mil desaparecidos y 174 mil asesinados con motivo de la «guerra contra el crimen organizado», iniciada por Felipe Calderón en 2006 y continuada por Enrique Peña en 2012, régimen neoliberal que hizo una brutal concentración de la riqueza en una minoría rapaz al tiempo que condenó a la miseria a más de 50 millones de mexicanos?
Poner fin a un régimen de signo contrario al que pretende construir no es fácil. Debe hacerse sobre la base de las estructuras que durante 36 años el régimen neoliberal construyó, con sector sustancial de los mandos en distintos niveles del aparato estatal viciados por las políticas neoliberales, con buena parte de los medios de comunicación en su contra y la presión internacional que ejercen los sectores del poder global (económico, financiero y mediático) que predominantemente controla el sionismo.
El desafío que AMLO se plantea es monumental, exhibe contar con la convicción y el respaldo popular necesarios. Resulta insostenible pedirle resultados contundentes a siete meses de gobierno. «
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