El Método Trump para rediseñar el mundo en 100 días

Por: Alberto López Girondo

Lejos de parecer una estrategia alocada, las decisiones que fue tomando el 47º presidente de EE UU tienen sentido: revertir el colosal déficit comercial recuperando sus industrias, imponiendo aranceles y golpeando sobre la mesa con amenazas a socios y enemigos.

Recién hace 20 días que volvió a la Casa Blanca y Donald Trump ya le dio vuelta a las relaciones internacionales como a una media. A simple vista, sus movidas, aceleradas e impetuosas, tienen algo de «estrategia del loco», eso de hacer creer que el tipo no está en sus cabales para que lo dejen hacer porque oponerse puede ser peor. Pero raspando un poco la superficie hay algunas certezas que resultan claras. Por lo pronto, en el «patio trasero» logró que Canadá y México se encargaran de poner más vigilancia en las fronteras, deportó unos 5000 inmigrantes latinoamericanos y retiró al país de organizaciones como la OMS al tiempo que anunció sanciones contra el Tribunal Penal Internacional por haber condenado al primer ministro israelí Benjamin Netanyahu y a su extitular de Defensa, Yoav Gallant. Este sábado, por otro lado, Hamás entregó a otros tres rehenes que estaban en su poder desde el 7-O de 2023 e Israel liberó a 183 prisioneros palestinos mientras en el mundo se sigue cuestionando su propuesta «inmobiliaria» para Gaza y los países europeos se preparan para nuevos aranceles a sus productos. Además, por si fuera poco, levantó el avispero en organizaciones como la USAID, habitual fuente de financiación de planes injerencistas en todo el mundo.
Todo junto y en tan poco tiempo indican un método que confirma los objetivos que se fijó el 47º presidente estadounidense y pretende desplegar antes de que se termine su período de gracia de 100 días que se otorga a todo gobierno que inicia. La vigilancia fronteriza es una vieja demanda de los sectores ultraconservadores expresada en foros como el Proyecto 2025 de la Fundación Heritage, que también establece hojas de ruta contra la perspectiva de género, recortar fondos federales y modificar formas de financiamiento de la educación para sostener los programas de tinte religioso-antediluviano.
La recuperación industrial que Trump pretende no es algo nuevo ni original pero si que suena a desesperada. La globalización, tan seductora para el establishment estadounidense desde la disolución de la URSS, con su trasfondo de financierización internacional, provocó una lenta pero persistente modificación de la base industrial de EE UU. Convertido, gracias al dólar como moneda de cambio y reserva, en el centro mundial de las finanzas, el gran negocio ya no era producir, sino comprar hecho y sostener los enormes déficits que se fueron acumulando cada año mediante la fabricación del producto que mejor les sale: el dólar, como ya advertía hace 23 años el francés Emmanuel Todd en Después del imperio: Ensayo sobre la descomposición del sistema estadounidense.
Planes de reindustrialización los hubo con GW Bush, Barack Obama y con Joe Biden. Pero no resulta tan fácil cambiar el eje de negocios que prosperan haciendo dinero con dinero y sin transpirar. Por lo demás, como ya señalaba entonces Todd, en las universidades de EE UU egresan menos ingenieros que abogados y economistas. De allí que ante una guerra como la de Ucrania, la solución que sale de la caja de herramientas de Washington sean las sanciones, ya que no están en condiciones de producir armamento en cantidad ni calidad equiparable al de Rusia.
El caso es que los beneficiarios de ese sistema son países de la UE, China y sus socios de América del Norte -México y Canadá- ya que las industrias proveedoras se trasladaron allí por los menores costos y los beneficios que reciben. Traer de nuevo a esas industrias lleva, como ve Trump, a una guerra que ninguno de sus antecesores quiso o pudo aplicar y él no estuvo en condiciones en su anterior gestión. Ahora espera que, más loco y con más apoyo electoral, pueda cambiar el rumbo.
De allí que se rodee de los magnates (oligarcas) de las únicas industrias en que EEUU está en el pelotón de vanguardia en el mundo: la tecnología digital y la Inteligencia Artificial. El grano en el trasero le salió cuando a una semana de su jura se conoció que una empresa china, DeepSeek, había desarrollado una aplicación de IA abierta, mucho más efectiva y sobre todo económica que ChatGPT o cualquier otra conocida. Lo más destacable de este golpe es que para el desarrollo se utilizó un chip Nvidia H800, de menor potencia que los H100, pero que eran lo más a lo que podían acceder por las sanciones contra China (ver aprate). La inteligencia humana superó en este caso a la estulticia de creer que se puede poner freno al desarrollo con abogados y financistas. Lo mismo ocurrió con los castigos a Rusia por la guerra en Ucrania: terminaron incentivando el comercio en el área BRICS+, el centro de Asia. Y en monedas locales.
Trump fue muy claro en su discurso de inauguración: «A partir de este momento, el declive de Estados Unidos ha terminado», dijo, reconociendo públicamente la decadencia del país. Por esos días también prometió aranceles estratosféricos para los países que piensen en usar otra moneda que no sea el dólar y a los BRICS+. Y envió a su canciller, Marco Rubio, a explicar en América Central de qué viene esta Doctrina Monroe Siglo XXI. América First no oculta que esta región sería el último reducto ante un eventual nuevo reparto del mundo. Nada nuevo bajo el sol. La misma lucha que desde hace dos siglos.
La propuesta inmobiliaria para Gaza

En una nueva etapa de los acuerdos por el cese al fuego entre Hamás y el gobierno de Israel, Or Levi, Eli Sharabi y Ohad Ben Ami, tres hombres de 34, 52 y 56 años respectivamente, fueron entregados a las autoridades israelíes mientras se cumplía el quinto intercambio de prisioneros. Pero la noticia de la semana fue el encuentro de Benjamin Netanyahu y Donald Trump en Washington.

Fue en ese momento que el presidente de EE UU habló de su «solución inmobiliaria» para la Franja de Gaza: que los palestinos se vayan de ese territorio a cambio de dinero y la promesa de viviendas permanentes en Egipto o Jordania. «Estados Unidos tomará el control y seremos dueños de ella. Y seremos responsables de desmantelar todas las peligrosas bombas sin explotar y otras armas en este sitio», comentó ante las barbas del premier israelí, que en cuanto pudo aclaró que «no hace falta que las tropas estadounidenses vayan, nosotros nos haremos cargo».

Esta oferta de completar la limpieza étnica a cambio dólares no es nueva pero nunca había sido explicitada de un modo tan despojado. Luego del asesinato de cerca de 50.000 gazatíes y la destrucción de casi toda la región, ¿quién podría aceptar una propuesta semejante? Ni siquiera en el resto del mundo hubo aceptación a esa idea.

«Gaza es un infierno en este momento y lo ha sido por mucho tiempo», dijo Trump, que en lugar de visualizar la responsabilidad del hombre que tenía sentado a su diestra, firmó una Orden Ejecutiva para imponer sanciones a altos cargos del Tribunal Penal Internacional de La Haya por condenar a Netanyahu y a su ministro Yoav Gallant por delitos de lesa humanidad contra la población palestina.

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