Las fotos virales de delfines y cisnes en los canales de Venecia funcionan bien a la hora de acumular retuits y “me gusta”, pero ayudan a instalar la falsa idea –muy extendida por estos días– de que la pandemia de Covid-19 es la última gran noticia ambiental. La reducción de las emisiones de dióxido de carbono (CO2) en China e Italia es, aunque bienvenida, apenas un efecto temporal del confinamiento y la desaceleración de la economía, y no el resultado de políticas públicas y a largo plazo, necesarias para afrontar las crisis climáticas y ecológicas. En cambio, la suspensión de la Conferencia de las Partes del Convenio sobre Diversidad Biológica (COP), agendada para octubre en China, y que tenía como objetivo establecer un nuevo marco de acción para la década 2021-2030 en el cuidado de la biodiversidad, es una consecuencia real de la propagación del coronavirus. Y una muy mala para el planeta.
Durante la presentación del informe “Estado del Clima Mundial”, el secretario general de la ONU, António Guterres, reconoció que “no vamos a combatir el cambio climático con un virus. Aunque se le debe dar toda la atención necesaria, no podemos olvidarnos de la lucha contra el cambio climático, y los demás problemas que enfrenta el mundo”. Insistió en que “el coronavirus es una enfermedad que esperamos que sea temporal, con impactos temporales, pero el cambio climático ha estado allí por muchos años y se mantendrá por muchas décadas, y requiere de acción continua”.
Guterres realizó esas declaraciones luego de conocerse el informe de CarbonBrief que había señalado que, durante la crisis del Covid-19, China había reducido un 25% las emisiones a la atmósfera de CO2, el gas de referencia en el efecto invernadero. Por esos días, imágenes de satéLa polución en China, antes de la desaceleración de la industria. Si no se modifica el paradigma de la producción, volverá. lite difundas por la Agencia Espacial Europea mostraron en Italia una disminución de la concentración de contaminantes como el dióxido de nitrógeno en el aire. Tanto Guterres como Petteri Taalas, de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), prefirieron destacar las conclusiones del informe: el año 2019 terminó con una temperatura media mundial de 1,1 grados por encima de los niveles preindustriales estimados, un valor superado solo en 2016, cuando el fenómeno de “El Niño” provocó un calentamiento sin precedentes. “La temperatura del océano está en un nivel récord, con un aumento equivalente a cinco bombas de Hiroshima por segundo”, graficó Guterres. Por su parte, Taalas lamentó lo que está pasando con el coronavirus y las muertes que ha causado, pero no dudó en sentenciar que el cambio climático es “mucho peor”.
Falsa esperanzaComo pequeños oasis de esperanza en un mundo en cuarentena ocupado solo en actualizar el número de víctimas, las imágenes de cisnes y delfines en los (ahora) canales de agua turquesa de Venecia se viralizaron en las redes sociales. Comentarios del tipo “al fin un respiro para el planeta” se compartieron con el convencimiento del que quiere creer. La realidad, se sabe, suele estropear las cosas. Según explicó un artículo de National Geographic, en Venecia no hay cisnes de cuello largo. Tampoco delfines. La isla de Burano, a unos siete kilómetros de Venecia, es famosa por sus casas de colores, la producción de encaje de hilo y los cisnes que han estado allí por más de 20 años y que son los mismos que fueron “relocalizados” en la “Reina del Adriático”. Con respecto a los delfines, lo más cerca que llegaron de Venecia fue a la mediterránea Cerdeña, distante a unos 700 kilómetros