En esa cuadra se produjo el asesinato del general Prats y su esposa a manos de la dictadura chilena.
Ernst llego la Argentina a los 16 años junto a su padre Moritz Israel Vogel en mayo de 1939. Su madre Minna Keller se quedó en Alemania cuidando a la abuela de Ernst y ya en plena Segunda Guerra tuvo que ir a una finca dependiente de la Reichsvertretung der Deutschen Juden (Representación de los Judíos Alemanes) como administradora, donde trabajó hasta su cierre en 1943. Ese mismo año, y gracias a que su marido ya se había nacionalizado argentino, recibió el pasaporte que la salvó de ser deportada, pero fue detenida tras la expropiación de la finca a manos de la NSV, la organización de bienestar social del nazismo. Su tarea fue entonces cocinar por varios meses para los prisioneros civiles rusos. El 12 de febrero de 1943 fue trasladada al campo de concentración de Bergen-Belsen, el mismo donde fue llevada y murió Ana Frank. Tras una iniciativa de la embajada de Suecia fue liberada el 20 de marzo de 1944, pero tuvo que volver a Frankfurt para hacer trabajos forzados. Casi al finalizar la Segunda Guerra fue enviada por los rusos a un campamento cerca del río Varta, donde permaneció hasta que fue a un campo inglés para personas desplazadas en Berlín. En abril de 1946 se embarcó desde el puerto de Bilbao a Buenos Aires para finalmente llegar el 7 de mayo a la Argentina y reencontrarse, tras siete años y luego de una larga odisea, con su familia.
Pero en la calle Malabia no sólo vivió Ernst Vogel. En la medianoche del 30 de septiembre de 1974 una estruendosa explosión aturdió a los vecinos del barrio. Una bomba había explotado y restos de un auto se encontraban en llamas. Si bien en la actualidad muchas fuentes citan la dirección como Malabia 3305 (mismo edificio donde residía Vogel), el atentado ocurrió a escasos metros de distancia, en Malabia 3351 (hoy República Árabe Siria). La Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) del dictador Augusto Pinochet había colocado un explosivo debajo de la caja de velocidades del Fiat 125 propiedad del general Carlos Prats, asesinándolo a él y a su esposa Sofía. El atentado, orquestado desde Chile por el general Manuel Contreras, había contado con la cooperación de argentinos que oficiaron como nexo con la policía secreta chilena, como Juan Martin Ciga Correa, un hombre que se identificaba como agente de la SIDE y que fue muy cercano a Eduardo Salvador Ullúa, miembro durante los años ’70 de la CNU (Concentración Nacional Universitaria) que luego sería parte del Servicio de Inteligencia del Ejército durante el Terrorismo de Estado.
Los autores materiales fueron dos, el estadounidense Michael Towley, encargado de colocar un kilo de trotyl debajo del vehículo, y su esposa Mariana Inés Callejas, quien detonó a distancia el artefacto explosivo, ambos agentes de la DINA. El 21 de septiembre de 1976 participaría en Washington del crimen del ex canciller chileno Orlando Letelier, asesinado bajo la misma modalidad (coche bomba). Sería enjuiciado en 1978 en los Estados Unidos, pero tras cumplir parte de su condena y hacer un trato por información relevante se ordenaría su liberación. En 1999 fue interrogado por la jueza Servini de Cubría sobre el doble asesinato de la calle Malabia. En esa declaración confirmaría que la orden de matar a Prats vino del brigadier Pedro Espinoza, del mayor Raúl Iturriaga Neumann, y del general Contreras, aunque él siempre creyó que las órdenes procedían de una “autoridad superior”. Actualmente vive bajo el programa federal de protección a testigos. El 30 de junio de 2008 los tribunales chilenos sentenciaron a dos cadenas perpetuas al general retirado Manuel Contreras, ex jefe de la Dirección de Inteligencia Nacional, que ya cumplía sentencia por más de 70 años como jefe de una asociación ilícita para cometer asesinatos. El fallo alcanzó a Mariana Callejas, que fue condenada a dos penas de 10 años de cárcel.
Ese mismo año se emplazó en la vereda del edificio una baldosa en homenaje al matrimonio Prats. Ellos fueron los primeros en ser ejecutados por el plan de venganza que la política pinochetista diseño contra militares y políticos que habían apoyado al derrocado presidente Salvador Allende.
Según consta en la causa «los restos del automóvil se hallaban esparcidos en un radio de 50 metros» y el informe policial recoge los testimonios de varios vecinos, como Daniel Guillermo Didone, que vivía en un departamento en Malabia 3359 o María Rufina Leyes. ¿Sería Ernst Vogel alguno de ellos? ¿Habría escuchado la explosión? Quizás su anticuada radio valvular sintonizó las noticias sobre lo ocurrido al lado de su domicilio. O tal vez los vidrios de su ventana estallaron como tantos otros de la zona. Lo cierto es que, en una misma calle, a pocos metros, dos historias fueron unidas por la persecución. Ernst Vogel y su familia, refugiados de un régimen totalitario que los expulsó de Europa y los obligo a ser separados, con una madre que sobrevivió a los horrores de los campos de concentración nazi. Décadas más tarde el general Prats y su esposa, también refugiados, víctimas de otro tipo de fascismo, el de Pinochet y su sangrienta dictadura. Y por un instante como si se tratara de un cuento de Borges, en un curioso “Aleph”, todos los puntos convergiendo en un punto. Todos en Malabia al 3300.
Michael Vernon Townley Welch era un norteamericano nacido en 1942 en Waterloo, Iowa, dedicado a “relaciones públicas”, hijo del máximo ejecutivo de la Ford en Chile. En 1961 se casó con Mariana Callejas, una de las autoras del asesinato del general chileno Carlos Prats en Buenos Aires.
Según un informe desclasificado en 1971 se acercó al consulado en más de una ocasión “ofreciendo poner a la embajada en contacto con amigos de extrema derecha. Sus ofertas fueron descartadas”. Efectivamente, Townley estaba en contacto casi desde la creación del grupo con Frente Nacionalista Patria y Libertad, una organización paramilitar de extrema derecha, al tiempo que intentaba por todos los medios ser reclutado por la CIA.
Años más tarde, en la la DINA (Dirección de Inteligencia Nacional chilena), creada por Manuel Contreras tras el golpe de estado chileno, cumpliría su sueño de convertirse en un “agente secreto. Utilizaba los seudónimos de “Manolo Torres” o “Kenneth Ennyart” y además de ser el autor material de las bombas que mataron a Carlos Prats y Orlando Letelier también fue el responsable de reclutar a los sicarios italianos que atentaron en Roma contra la vida del ex diputado Bernardo Leighton y su esposa, en 1975. En su sótano de la casa del barrio “lo Curro”, que funcionaba como cámara de interrogatorios, fue torturado con gas sarín el editor y diplomático español Carmelo Soria. En ese sitio se comenzó a experimentar con gas mostaza, talio y otras sustancias químicas que luego se les inocularon a distintos opositores a la dictadura chilena. Incluso están los que sostienen que la muerte del poeta Pablo Neruda se debió a la aplicación de un potente veneno inyectado en la Clínica Santa María por un misterioso doctor cuya descripción física responde a la de Michael Townley.
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