Memoria, militancia y mariposas: un libro sobre la vida y el legado de Delia Giovanola

Por: Luciana Rosende

Tras la desaparición de su hijo y su nuera, Delia dedicó su vida a criar a su nieta Virginia y buscar a su nieto Martín. Siempre sonriente pese a las heridas, aceptó la propuesta de la periodista Soledad Iparraguirre para contar su vida en un libro. Testimonió hasta el final, y falleció poco antes que la obra saliera de imprenta: “Delia. Bastión de la resistencia”.

Delia Giovanola participó de todo el recorrido de elaboración de un libro sobre su vida. Dio horas de testimonios, aportó archivos, fotos, contactos. Leyó y opinó. Sólo le faltó ver la tapa. Murió a los 96 años –el 18 de julio último-, poco antes que el libro saliera de imprenta. La biografía, escrita por la periodista Soledad Iparraguirre y publicada por Marea Editorial, pasó a formar parte del enorme legado que dejó una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo: “Delia. Bastión de la resistencia”.

Soledad le propuso hacer el libro en 2018, cuando Delia había ido a su ciudad natal –La Plata- para dar una charla en una librería. “Me dijo ‘después me llamás’, y me llama enseguida porque se quedó pensando. Le dije de hacer una biografía a dos voces, donde yo fuera un mero puente. Esa fue la impronta. Lo hicimos entre las dos. Y estoy muy tranquila porque ella estaba conforme, lo único que no vio fue la tapa. Llegó a leer el prólogo de Ángela Pradelli, que le gustó mucho, justo partió en este momento”, cuenta la autora del libro, en diálogo con Tiempo.

El camino transitado por Delia y Soledad excedió por mucho la escritura del libro. Compartieron momentos durante años, y hasta hubo etapas de convivencia en la casa de la Abuela. “El teléfono en su casa sonaba desde las 8 hasta las 22. Cuando se calmaba esa cosa permanente de mensajes y llamados, ahí charlábamos un poquito. Hablaba mucho de su nieta. Me decía que a partir del suicidio de Virginia habían vuelto las noches sin dormir”.

Porque aunque Delia estaba siempre con una sonrisa, charlatana y acompañada, cargaba sobre sus espaldas con los dolores más grandes, sostenidos a fuerza de resistencia. Tras la desaparición de su hijo Jorge Oscar Ogando y su nuera Stella Maris Montesano, Delia dedicó su vida a criar a la hija mayor de la pareja, Virginia -“Vicky”, entonces de tres años-, y a buscar al hijo menor, Martín, quien llevaba ocho meses en la panza de su mamá el 16 de octubre de 1976, cuando un comando del Ejército irrumpió en el departamento donde vivían.

“La veías siempre entera y con una sonrisa, pero la herida estaba ahí. Buscaba compañía permanente y celebraba la amistad”, la describe Soledad. Y cuenta que Delia “tenía esa cosa muy de maestra, interrumpía los testimonios para dibujar en un cuaderno algo que estaba contando”. Esa vocación docente la acompañó casi hasta el final de sus días: recibía a una alumna en su casa hasta los 94 años.

El libro –que está llegando a las librerías- narra la vida de Delia desde los inicios de su historia familiar hasta los últimos años, ya acompañada por su nieto Martín, cuya identidad fue restituida en 2015. Al año siguiente, en su primera charla pública, el joven describió a su abuela como “una persona entrañablemente adorable” y definió, ante un público exigente en una escuela primaria: “Les quiero decir que mi abuela, como las otras abuelitas, no eligieron la vida que les tocó. Tuvieron que salir a ponerle el pecho a las balas; dejaron sus vidas, sus trabajos y salieron a buscar a sus nietos”.

Siempre con perfil bajo pese a ser una de las fundadoras de Abuelas, Delia se consideraba antiperonista pero prefería dejar de lado las cuestiones partidarias y reconocía haber acompañado los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, por sus políticas en materia de Derechos Humanos. Como a sus pares, le preocupaba que las búsquedas de nietas y nietos apropiados continuaran tras su partida. “Le preocupaba mucho. Pero siempre esperanzada, creyendo que iban a seguir buscándolos. Que los nietos que están en la comisión colaborando desde hace muchos años llevan la posta”, relata Soledad.

“Todas las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo merecen que su historia sea contada, en el formato que sea”, remarca la periodista. Ella eligió a Delia, y juntas le dieron forma al libro hasta el final. “Fue una amiga, una compañera, fue abuela, confidente. Delia tenía esto de pegar empatía con todo el mundo, era muy lindo estar con ella. Dejó mucho y se la extraña mucho. Todavía no puedo volver a escuchar sus audios”, cuenta Soledad.

La autora realizó múltiples entrevistas, incluso a alumnas de Delia en su juventud, y sumó casi una veintena de voces para contar a Virginia, nieta de Delia y hermana de Martín, quien tras sufrir la desaparición de su mamá y su papá se abocó la búsqueda de su hermano. Hasta que no aguantó más y se quitó la vida. “El suicidio de mi hermana es consecuencia del genocidio”, aseguró Martín cuando declaró en el juicio por las causas unificadas de los centros clandestinos de detención Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes y Lanús, en 2021.

La ausencia-presencia de Virginia estaba siempre alrededor de Delia y marcó el recorrido del libro. Así lo vivió Soledad: “Dos veces me pasó de estar caminando y pensando en el cierre del capítulo de Virginia cuando apareció una mariposa y se quedó revoloteando un ratito. Le cuento a Delia y me dice que sí, y que también le pasaba a Chicha Mariani (Abuela de Plaza de Mayo que dedicó su vida a la búsqueda de su nieta apropiada, Clara Anahí). Ella me decía que estaba acostumbrada a que llegaran mariposas cuando pensaba en Vicky”.

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