Pieza de comunicación que define el formato en que la información viaja en tiempos digitales, es además un medio para abordar la realidad desde la ironía o la sátira que refuerza la idea de pertenencia a través de un lenguaje común.
La presencia de los memes atraviesa la vida cotidiana como una fuerza continua, tan persistente como incontenible. No hay forma de evitarlos, porque incluso quienes eligen prescindir de los smartphones o las aplicaciones de mensajería (unos pocos rebeldes que se resisten a la hiperconectividad) se los cruzan en las redes, los reciben por correo o se los muestran sus propios amigos y compañeros de trabajo. Se trata de la manifestación más clara de la viralidad, ese fenómeno que hace que un determinado mensaje sea recibido por millones de personas de forma casi simultánea, a través de canales informales como las redes sociales o los grupos de Whats App.
En medio de la crisis global provocada por algo tan minúsculo como un virus, inimaginable hace apenas 45 días atrás, estos objetos cotidianos no menos diminutos parecen jugar un papel vital. Cuando el mundo entero comienza a evaluar si los efectos que un encierro prolongado pueden causar en la psicología de una persona son más riesgosos que exponer a la sociedad a la Covid-19, tal vez sea hora de valorar de forma más justa el papel de los memes. Quizá no nos salven de la enfermedad, pero pueden ayudar a que el aislamiento no nos vuelva locos como a Jack Nicholson en El resplandor.
Tiempo de definiciones
La definición más sencilla de meme los describe como una unidad mínima de información cultural difundida por imitación. El concepto, que incluye y excede al simple meme viral, surge de la teoría memética desarrollada a partir de la aparición del libro El gen egoísta, publicado en 1976 por el biólogo británico Richard Dawkins (Ver recuadro). Pero hay modos más específicos para definir a la versión más popular del formato.
Se trata de pequeñas piezas de comunicación que dialogan con la realidad a través del humor, por lo general de manera crítica, satírica o irónica. En su versión más extendida se vale de imágenes de personajes públicos, de películas y series muy populares o de cualquier otro elemento que forme parte de la cultura pop (objetos, logotipos, otras imágenes virales), a los que saca de su contexto original para imprimirles un nuevo sentido.
Como ocurre con muchas rimas antiguas, el meme es de origen popular, por lo general anónimo, y su efectividad se apoya en un código cultural común que remite a representaciones simbólicas reconocibles casi en cualquier parte del mundo. En el ejemplo del primer párrafo, ese cruce simbólico está dado por el diálogo que se establece entre la realidad (la pandemia provocada por la aparición de la Covid-19) y la ficción, encarnada en la figura del zombi y su vinculación con relatos apocalípticos, en los que la humanidad es diezmada por un virus desconocido que revive a las mismas personas que mata. El humor surge del punto en el que el ingenio popular consiguió hacer que ambos relatos se crucen de manera evidente para cualquiera que vea la pieza y que entienda cuál es el código cultural implícito.
Gatos, eterna fuente del meme
Quizá todo empezó con un gato. No, no es una alusión a un expresidente, sino a los felinos domésticos que fueron convertidos en uno de los primeros fenómenos virales de internet. En una posible arqueología digital, tal vez aquellas fotos de gatitos con un gesto que remite a determinadas expresiones asimilables a lo humano sean el origen del meme tal como lo conocemos.
A este tipo de imágenes se las agrupa bajo el nombre genérico de Lolcat, neologismo que reúne el nombre del animal en inglés con el acrónimo LOL (también del inglés, Laughing Out Loud, que significa «riendo a carcajadas»), y comenzaron a hacerse populares durante la masificación de los chatrooms y las aplicaciones de mensajería, durante los últimos años del siglo pasado. Aunque el concepto está lejos de ser una novedad.
Ya en la década de 1870 un fotógrafo inglés realizó una serie de fotos con gatos remedando actividades de la vida diaria, como tomar el té o andar en bicicleta. A las imágenes le agregaba alguna frase que completara la intensión humorística de la puesta en escena, para asegurarse de producir el efecto deseado de gracia y ternura. El fotógrafo se llamaba Harry Pointer y su nombre es todo un meme, debido a su parecido con el del mago adolescente creado por la escritora escocesa J.K.Rowling. Después de todo, los mecanismos de la copia y la similitud ya están, como se ha visto, en el origen del concepto. El caso es que, 150 años después, la máquina de hacer memes con gatitos sigue funcionando a la perfección.
Una cuestión de diseño
El meme tiene distintos formatos. Puede ser un fragmento de video como los viejos bloopers que a comienzos de los ’90 se popularizaron a través de Videomatch, el programa que convirtió a Marcelo Tinelli en un meme potencial. Puede ser un cuadro compuesto por un fondo liso y un texto breve encima, escrito en tipografía gigante. Crónica TV utiliza esta fórmula en sus famosas placas desde antes de que internet se convirtiera en parte de la vida cotidiana. Un audio también puede convertirse en meme, como aquel whats App de la infame “Cheta de Nordelta”. Pero el formato más popular es el que combina una imagen con un texto que fuerza su relectura fuera de contexto. A esta composición se la conoce como Imagen Macro.
El concepto de Imagen Macro resume de manera perfecta la tendencia vigente en materia de diseño comunicacional. En la actualidad la mayoría de los diarios y revistas tienden a darle cada vez más espacio a las imágenes, reduciendo la incidencia de la palabra a una expresión mínima o, con suerte, esencial. “Mucha imagen, poco texto” es la consigna que en materia de comunicación pretende llegar a la efectividad por medio del efectismo. La posibilidad de convertir una publicación en una colección de Imágenes Macro tal vez sea el sueño húmedo de muchos diseñadores. Ese es un dato interesante para entender la relevancia que el meme tiene hoy en el flujo informativo y cultural. Lejos de ser una expresión inocua, el meme es lenguaje y, como tal, un medio que permite vincularse con el mundo y a la vez entender de qué manera minimalista funciona la construcción del discurso de masas a comienzos del siglo XXI. Como ya ha escrito alguien: “entender un meme es entender el tiempo en que vivimos”.
Virus que mata, virus que salva
El meme es una herramienta de comunicación que genera sentido reinterpretando la realidad. El escenario de la pandemia obliga entre otras cosas, a repensar y revalorar conceptos como libertad o solidaridad. Que hoy haya quien sienta que el aislamiento social obligatorio atenta contra las libertades individuales puede sonar exagerado, pero aún así representa una expresión válida de temor. Y no hay nada mejor que el humor para combatir el miedo.
Mientras más se piensa en los efectos que un encierro prolongado puede producir en el ánimo o en el estado de paranoia que genera la sobreexposición informativa, mayor es el valor que adquiere la circulación memética. Por un lado, porque promueve la interacción con el exterior, que opera como una válvula de escape virtual a la incomunicación del aislamineto. Por otro, fortalece los vínculos: quienes se ríen del mismo meme se aseguran de seguir hablando el mismo idioma y eso los une. Pero sobre todo, el meme permite que la realidad no se vuelva abrumadora. Si logramos reírnos de aquello que puede matarnos, entonces estamos salvados: seguimos siendo humanos. Parece un meme, pero que un fenómeno viral sea una de las mejores armas para combatir el terror que produce un virus representa una hermosa paradoja.
Un acercamiento científico al chiste viral
La Real Academia Española define al meme como una idea, comportamiento, moda o uso que se extiende de persona a persona dentro de una cultura. Y ubica su origen en la teoría que el biólogo británico Richard Dawkins esbozó en 1976 en El gen egoísta. Aunque la RAE también tiene una definición específica para los memes de internet –a los que identifica con cualquier imagen o texto, a menudo de contenido humorístico, que se comparte viralmente en las redes sociales durante un período breve—, el concepto central que los explica tiene que ver con las ideas que Dawkins desarrolló en aquel libro.
En sus páginas se identifican dos formas en las que las personas procesan la información. Una, a través del sistema genético, encargado de transmitir la información hereditaria. La otra, por medio del sistema nervioso, que a partir de los cinco sentidos permite incorporar la información cultural que se recibe por medio de procesos vinculados a la enseñanza, como la mimesis, y su persistencia a través de la memoria. Del ensamble de estas palabras (memoria y mimesis) surgen la hipótesis memética y la acuñación del término «meme». Según Dawkins, es una «unidad de cultura», entendiendo por esto “una idea, creencia o patrón de comportamiento que se aloja en la mente de uno o más individuos, y que puede reproducirse a sí mismo, saltando de mente a mente”. Es decir que mientras que los rasgos genéticos se transmiten por replicación de los genes, los rasgos culturales se transmiten por replicación de estas unidades de información cultural.
Susan Blackmore profundizó en esta idea. En su libro de 1999, La máquina de los memes, se acercó un poco más a lo que actualmente se entiende cuando se habla de ellos. Ahí dice que un meme es “cualquier cosa que se copia con variaciones de una persona a otra a través de la enseñanza o la imitación, ya sean hábitos, habilidades, canciones, historias o cualquier otro tipo de información”. Todavía lejos de esas bromas que se comparten por Twitter o por Whats App, desde el punto de vista de Blackmore hasta se podría considerar dentro de esta categoría a los cuentos de hadas tradicionales, que los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm rastrearon y recopilaron a través de distintas culturas europeas a comienzos del siglo XIX. El meme tal como se lo entiende en el contexto digital y popular surge de reducir ese concepto hasta el absurdo.
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