En la cuarta jornada del juicio por el travesticidio, testigos caracterizaron a Marino, quien estuvo al borde de la risa. No es la primera vez que se muestra irrespetuoso en Tribunales.
En las audiencias siempre hay al menos 50 personas, entre el público y los miembros del Tribunal Oral Criminal nro. 4 de la Ciudad de Buenos Aires Adolfo Calvete, Ivana Bloch y Julio Báez -; los representantes del Ministerio Público Fiscal Ariel Yapur en representación de la Fiscalía General N°5 ante los Tribunales Orales Criminales y Mariela Labozzetta por la Unidad Fiscal Especializada en Violencia contra las Mujeres y personas LGBTIQ+ (UFEM); la querella de la familia Sacayán representada por Luciana Sánchez; la querella del Instituto Nacional contra la Discriminación, el Racismo y la Xenofobia (INADI), representada por Juan Kassargian, el equipo de la defensa, encabezada por Lucas Tassara; el acusado David Gabriel Marino; los empleados judiciales y los policías.
Hay alrededor de 30 asientos para el público, que cada audiencia suele mantener ciertas categorías a la hora de ubicarse: en la primera fila, Say Sacayán, el hermano de Diana, querellante, un varón trans de Laferrere que además de ser uno de los principales impulsores del juicio es el coordinador del Movimiento Antidiscriminatorio de Liberación (MAL), fundado por ella. En la segunda fila están los ojos de Diana, la boca, el pelo, sus gestos en los de la familia Sacayán. Muchas mujeres y algunos hombres que se sientan cada semana con las remeras que piden justicia. En la tercera y última fila, más activistas, apoyo de instituciones y un puñado de periodistas.
El acusado, sonriendo
Gabriel David Marino, el joven de 25 años acusado del travesticidio, esta vez estuvo presente en la declaración de los dos testigos a lo largo de las dos horas que insumió la audiencia. A diferencia de la mirada desafiante del primer día, de los bostezos de la mañana en que se mostraron fotos de la autopsia, en esta audiencia su tono anímico fue el humor silente. En un momento estuvo cerca de la risa, cuando un testigo que lo conocía contó que había tirado su teléfono celular al inodoro. En otro, el testigo miró a Marino con complicidad y la jueza lo llamó a la realidad. ¿Me puede decir qué mira?, le espetó.
El primer testigo fue un inspector que participó del allanamiento y operativo de detención de Marino en la casa familiar de Morón. Su declaración fue breve, apenas diez minutos en los que ratificó que en el operativo se recogieron algunas prendas de vestir, como un buzo a rayas que también se mencionó en otras audiencias.
Conocí a Marino entrando a un cyber en Artigas y Yerbal, en el año 2015, así empezó el relato del segundo testigo, M.D, un hombre de más de 60 años, que dijo ser contador desde hace 32. El testimonio fue extenso, duró casi hora y media, y al principio exasperó al fiscal Ariel Yapur. El testigo contó que aquel día en que se conocieron (según el testigo, entre abril y junio de 2015) Marino era muy simpático y entrador, educado, de hablar bien.
Estaba en la esquina con Félix Ruiz Díaz, que también figura en esta causa (se lo investiga por los mismos hechos). Marino me contó sus problemas con las adicciones, lo habían echado de la casa, quería trabajar conmigo, me pidió trabajo. Me dio la impresión de que necesitaba hablar con alguien. Lo alenté a que fuera al Cenareso (ex Centro Nacional de Recuperación Social).
El Padrino Mágico
Marino estuvo en el Cenareso y según han declarado otros testigos, allí conoció a Diana. Cuando estuvo internado yo iba a llevarle cigarrillos todos los días. Lo dejaban salir a la calle conmigo. Él me llamaba El Padrino Mágico.
-¿Por qué lo ayudaba? le preguntó el fiscal Yapur-.
-Por mis creencias. Soy creyente, aunque usted no lo sea.
En otro momento, el fiscal le preguntó cómo supo de la muerte de Diana. Por internet respondió. Y contó que días después visitó a la madre de Marino.
Ella estaba cosiendo un jean roto, era un corte hecho con una tijera. La madre de Marino me contó que él se había peleado con Sacayán y había resultado herida, dijo. Es la primera vez que en el juicio que alguien dice que Marino confesó el crimen, porque hasta ahora el acusado no habló. Cuando fue interrogado acerca de la relación entre Marino y Diana, dijo me contó que iba a consumir a la casa de Sacayán. También es la primera vez que en el juicio se habla de Sacayán de esa forma; desde un lugar distante.
Hasta ahora, como en cualquier juicio, las declaraciones habían estado centradas en Diana, la víctima. Habían declarado testigos directos de pericias (como el médico que hizo la autopsia) u operativos (en la escena del crimen, en la detención), o bien personas que conocían a Diana (su hermano, amigas, compañeras de militancia).
El martes, y de algún modo mostrando que el juicio entra en otro capítulo, declaró por primera vez alguien que contó quién es Marino. En otro tramo relató que alguien que el declarante supone fue Marino- le tocó el timbre a las tres de la mañana en la madrugada del 11 de octubre, fecha en que la autopsia determinó que Diana fue asesinada. Pero el testigo dijo que no atendió. Al día siguiente fui al Cenareso y me entero que Marino se había vuelto a autointernar, dijo. La fiscal Labozetta, de la UFEM, le preguntó si había hablado con Marino de lo que pasó la noche que le tocó el timbre. El testigo dijo que no, pero relató que cuando fue al Cenareso, Marino le dijo que había tenido una pelea por la sustancia.
Marino era violento y caprichoso
En su declaración, el testigo habló varias veces de regalos y favores pedidos por Marino: a veces plata y a veces ropa, que -según el testigo- Marino le pedía para su madre, que tenía una criatura y no le alcanzaba ni para la leche, aunque en otro momento dijo que la madre era chef.
De parte de Marino, era habitual el mangazo, los pedidos insolentes, como cuando me pidió (se refiere al período de detención) champú de marca y cigarrillos mentolados, no reconociendo la situación en que está.
La abogada de la querella, Luciana Sánchez, le preguntó cuánto gastaba en regalos a Marino y el dinero que le daba: 500 pesos por semana, estimó. Contó que una sola vez Marino estuvo en su vivienda. Que también era él quien retiraba la medicación para las adicciones en el Cenareso y la llevaba a la casa de la madre de Marino (ella no tenía para comer, muchas veces le regalé mercadería). Narró situaciones vinculadas a la adicción de Marino, entre ellas, una en que el joven le pidió, en una de las salidas especiales mientras estaba en el Cenareso, que lo acompañara en colectivo a comprar droga.
El testigo dijo que lo esperaba en el bar de enfrente. La jueza le preguntó al testigo por qué no se negaba a acompañarlo en esas situaciones: Yo no consumo ni consumí nada. Pero Marino era violento y caprichoso.
En otro tramo de la declaración dijo que además tenía ataques de ira. Más de una vez el testigo no respondió con claridad a las preguntas y tanto el tribunal, como la defensa y la fiscalía debían formularle otra vez el interrogante. Por momentos mezclaba información, a veces estaba a la defensiva, o contaba situaciones de su vida personal tuve un ACV, mi familia quiso quitarme todo, me quitaron un departamento.
El juez Báez le preguntó por qué esa bonhomía con Marino. El testigo respondió: Por afecto. Si Marino no hubiera tenido ese problema de adicción, me podría haber casado con él con matrimonio igualitario.
¿Cuántos Marinos andan dando vueltas por ahí?
Al terminar la audiencia, Gabriela Mansilla, la mamá de Lulú la primera niña trans que accedió a cambiar su identidad de género sin batalla judicial a los seis años- y al frente de la organización Infancias Libres, salió de la sala conmovida. Es mucha la indignación. La muerte de Diana genera impotencia. Y estar acá, ver cómo se ríe el acusado, estando toda la familia Sacayán presente, es tremendo. Como si la vida de las travas no importara. Yo tengo una hija trans y ahora mismo me voy a una reunión donde me esperan seis niñas trans. Voy a verlas con la conciencia de que ellas el día de mañana pueden ser Diana. ¿Cuántas Dianas hay? ¿Y cuántos Marinos andan dando vueltas?, dijo a la salida de la audiencia, camino a la plaza Lavalle.
Allí esperaban muchas organizaciones y personas, entre ellas las estudiantes del Bachillerato Popular Mocha Celis. Y fueron las primeras en hablar en el cierre de la actividad. La palabra pasó de activista en activista. Fue media hora de potencia discursiva organizada y mancomunada en torno al juicio por el travesticidio y a su relevancia histórica. Es un juicio que puede cambiar la historia, porque, según explicó Luciana Sánchez, no sólo busca la condena sino medidas reparatorias y políticas públicas de prevención. Porque como dijo Say Sacayán, esto no sólo se trata de Diana, sino de que la Justicia se pronuncie sobre las muertes de las travestis.
Los primeros quince minutos de esta audiencia se fueron en tratar los problemas de agenda para tratar de compatibilizar los calendarios del tribunal, de la sala, de otros tribunales que funciona en la misma sala, de la fiscalía y la defensa. Tienen la agenda llena de audiencias que también vienen esperando turno hace rato, y son difíciles de compatibilizar entre sí, porque a la Justicia argentina hay que hacerle huecos en la agenda a los empujones. Finalmente se logró acordar la cita para las cuatro siguientes audiencias: 16 y 20 de abril (declaraciones de testigos), 7 y 14 de mayo (alegatos).
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