Por el avance agrícola en el oeste de Buenos Aires, se perdieron tres especies en menos de 10 años. La necesidad de implementar más áreas naturales.
El avance de la agricultura transformó los hábitats de miles de especies silvestres. La Región Pampeana es uno de los territorios que más se modificó para la producción agropecuaria en muy corto tiempo, en particular, para realizar monocultivos. ¿Qué pasó con la fauna de la zona?
Karina Hodara, docente de la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA), estudió cómo respondieron los sapos y las ranas a los cambios en el paisaje de una estancia al sudoeste de la provincia de Buenos Aires. “Los anuros son muy susceptibles a las modificaciones del ambiente”, señaló.
“Entre 2004 y 2012 la superficie de cultivos anuales aumentó en casi un 60% y la de pasturas naturales disminuyó en un 80%. Además, se eliminaron dos tercios de los alambrados perimetrales y se redujo un tercio el área de los cuerpos de agua temporales”, contó Hodara al sitio Sobre La Tierra de la FAUBA.
La investigadora resaltó que en ese tiempo se perdieron tres de las ocho especies de anuros que habitaban la zona, dos de ranas y una de sapo: “las que toleraron los disturbios tienen en promedio cuerpos más pequeños y las encontramos sobre todo en hábitats menos perturbados como debajo de los alambrados, pastizales o campos abandonados”.
Según Hodara, integrante del Departamento de Métodos Cuantitativos y Sistemas de Información de la FAUBA, esta información es valiosa para manejar y monitorear hábitats naturales y preservar sus especies: “además, demuestra que sapos y ranas encuentran diversas dificultades para sobrevivir y reproducirse con los cambios que trae el avance agrícola”.
Hodara profundizó en los efectos de los disturbios sobre los anuros: “estas especies dependen del agua en sus estadíos de huevo, larva y renacuajo. Sin embargo, como en los ambientes agrícolas quedaron pocos cuerpos de agua, y los que se mantuvieron están contaminados, tienen dificultades para completar su ciclo de vida”.
Además, los que llegan a adultos se dispersan muy poco, un promedio de entre 200 y 300 metros por día. Por eso, necesitan ambientes acuáticos y terrestres muy próximos y conectados. “Entre los monocultivos, quedan áreas naturales remanentes, pero están muy aisladas y son muy pequeñas. Entonces los anuros no encuentran los ambientes óptimos que necesitan para vivir”, mencionó.
Para finalizar, reflexionó: “si queremos restaurar los ecosistemas y reintroducir elementos del paisaje que desaparecieron, hay que repensar de qué manera hacemos agricultura. Tal como está planteada en la actualidad, la diversidad de especies silvestres está en problemas”.
*Artículo elaborado para el sitio Sobre La Tierra de la Facultad de Agronomía de la UBA.
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