En un marco relacionado con las ideas de Walter Benjamin, el escritor explora en su último ensayo, ¿Hola? Un réquiem para el teléfono, las relaciones que se establecen entre la tecnología y la experiencia, de qué modo el celular produce una nueva subjetividad.
Hoy, su nombre, teléfono, fue recibido como herencia por un aparato multifunción con el que lo que menos hacemos es, precisamente, hablar por teléfono: el celular, que produjo, como su antecesor, una serie de cambios, comenzando por los rituales de la comunicación a distancia.
Por las páginas de su ensayo desfilan desde Proust hasta Rafaella Carrá, desde Chejov y Roland Barthes a Tangalanga y Susana Giménez sin olvidar al Superagente 86 y su zapatófono.
Un libro lúcido sobre los cambios tecnológicos que, por momentos, tanto se parecen a la magia.
–¿Cómo se te ocurrió escribir un réquiem para el teléfono?
–Hubo varios factores. El primero y el más personal fue que me gusta mucho hablar por teléfono y advierto que cada vez tengo menos oportunidades de hacerlo, menos socios, menos interlocutores posibles. Me encontré echando de menos algo que me gusta hacer y con la evidencia de que ese algo va cayendo en desuso, si es que ya no cayó. Luego tuve una percepción, si se quiere, lingüística, que es la ominipresencia de la palabra teléfono cuando el celular no lo es. Tiene los usos más diversos, excepto aquel relacionado con la palabra que lo designa. Sacás fotos , mirás la hora, lo usás como máquina fotográfica, lo usas como televisor, lo usás como telégrafo para mandar mensajes escritos, como grabador de mensajes y lo llamás teléfono. El desacople entre la palabra y la función me llamó la atención porque le presto mucha atención a las palabras. Hasta aquí, tenemos una percepción. Pero la idea de escribir sobre esto tiene que ver con Benjamin. El libro fue escrito en clave Benjamin en el sentido de ver qué pasa entre tecnología y experiencia, cómo las tecnologías activan formas de la vivencia, formas de la subjetividad, de la interrelación social. Con este material podría haberme limitado a escribir una columna en el diario.
–¿Y entonces qué fue lo que te llevó a escribir un libro?
–Lo decisivo, te diría, fue que detecté que desplegar esta problemática me daba la posibilidad de trabajar con materiales muy atractivos por sí mismos y por su diversidad. Me dije que si seguía esa línea, una novela como Rabia, de Sergio Bizzio, entraba; que una novela como Teléfono ocupado de Silvina Bulrich, entraba. Luego vi algo que ya había leído y no había subrayado que es cómo aparece el teléfono en Proust. Al mismo tiempo, me di cuenta de que iba a poder trabajar con Tangalanga, Raffaella Carrá, con Gila, con Tato Bores, con Susana Giménez, que era un asunto que me iba a permitir trabajar con frecuencias muy distintas y combinarlas.
–¿Qué te ofrecían esos personajes respecto del teléfono fijo?
–Ese juego de presencia /ausencia que es propio del teléfono arma algo muy particular. El otro está y, a la vez, no está, su voz está y su cuerpo no, y ese juego habilitó algo nuevo que es la ficción de estar hablando por teléfono, la ficción de que hay dos voces cuando, en realidad, hay solo una. Esa figuración de otra voz, esa sugestión de presencia cuando en verdad es ausencia ya viene en el dispositivo del teléfono. Hay una ficción de presencia en la ausencia que me llevó a tres casos, Tato Bores, Gila y Carlos Perciavalle que lo hacía de un modo distinto, hablaba entrecortado y conseguía el efecto de que uno hablaba encima del otro, que es lo propio de una conversación sincrónica.
–La creación del teléfono es contemporánea a la de la cámara fotográfica, que hace la captura de una imagen de alguien que no está presente. Creo que hay una correspondencia entre una cosa y la otra. ¿Lo ves así?
–Sí, mencioné a Benjamin porque es clave en el encuadre general de la conceptualización entre tecnología y experiencia, pero también por lo que escribe sobre el teléfono en Infancia en Berlín. Ahora que el teléfono está en vías de desaparición, Benjamin aparece. Pero hay otra figura que insiste en el texto que es Barthes, lo que escribe sobre el teléfono en Fragmentos de un discurso amoroso y lo que escribe de la fotografía en La cámara lúcida, porque lo que capta es otra forma de la relación entre presencia y ausencia, esa certificación de una presencia instantánea que, a la vez, está expresando una ausencia. La foto certifica el «esto ha sido» –dice Barthes– y también el «ya no es» porque lo que se captura es un instante, que es lo que en La cámara lúcida lo lleva a la figuración de la muerte, la idea de que en toda la fotografía hay algo en relación con la muerte. De una manera distinta, el teléfono también juega con lo presente/ausente.
–Hablás de lo acusmático.
–Exactamente. Yo no había leído a Mladen Dollar, sino que lo leí para este libro. Esa lectura me llevó a Proust al que sí había leído, pero no había subrayado la parte del teléfono, porque cuando leés en una clave ves lo queno ves cuando leés en otra. En Proust la voz acusmática también remite a la muerte. Es la manera en que hablan los fantasmas. Para él todavía el teléfono aparece como algo nuevo. El niño Marcel habla por teléfono por primera vez, Benjamin y Chejov hablan por primera vez.
–El cuento de Chejov es maravilloso. Alguien quiere hablar por teléfono con un hotel y nunca consigue hacerlo. Lo van derivando de un interlocutor a otro.
–Claro, porque lo propio de la novedad tecnológica es la falla. Como se ve en las películas de los primeros aviadores, se caían todos. Como decís, creo que hay una conexión entre la tecnología fotográfica y la telefónica porque en las dos hay una figuración ligada a la muerte, ambas juegan con esa presencia/ausencia que tiene que ver con la muerte. A Proust lo aterra escuchar a su abuela a la distancia porque es una voz sin cuerpo que es lo propio del teléfono. Eso lo lleva pensar en la figuración fantasmal de la abuela, en la abuela muerta, y no lo soporta. Sigo pensando en la asociación que hiciste con la fotografía, en esa instantaneidad que está al mismo tiempo capturada y perdida. La foto captura un instante, pero en esa captura no deja de haber pérdida. La voz está en el borde entre lo corpóreo y lo incorpóreo. No es totalmente incorpóreo porque es una emanación del cuerpo, pero es intangible, no se puede tocar. Cuando el teléfono logra esa separación entre la inmediatez de la voz y la distancia del cuerpo produce un fenómeno inédito. Con la fotografía pasa algo similar, está la imagen, pero el cuerpo no. Por eso siempre hay algo que se puede asir, poseer y algo que todo el tiempo se está yendo. Eso abre un espectro de posibilidades, algunas de las cuales traté de abordar en mi libro, ver qué pasa con el cuerpo cuando se produce esta disposición tan específica. Así aparecieron lo acusmático, lo fantasmático, dios, pero también la posibilidad de la sugestión del cuerpo a través de la voz, por lo que me parece que también es un ensayo sobre la posibilidades del cuerpo.
–¿El teléfono fijo abre, además, la posibilidad de la imaginación?
–Claro. No sé si la cita es exacta porque mi memoria es imprecisa. Pero Sartre dice «no podemos imaginar algo que estamos viendo». El hecho de no estar viéndose establece otro tipo de contacto distinto del de la videollamada o el encuentro cara a cara. No dijo que ese tipo de comunicación que deriva del hecho de no estar viéndose sea mejor o peor, pero sí que es distinta. Al no haber imagen visible la imaginación se activa de otra manera y tengo la impresión también de que hay un tipo y un grado de intimidad que es propia del teléfono.
–Vos señalás que hay o había parejas que al despedirse besaban el teléfono fijo, lo que no sucede con el celular.
–Sí, besar el teléfono era una suerte de desplazamiento de la materialidad corporal. Detecté algunas cosas que comenzaron a cambiar con el inalámbrico, cuando el hablante ya no tenía que estar fijo, ya había un desapego. Antes, la fijeza del teléfono era también la fijeza del que hablaba. Estaba hecho para estar quieto. Hoy, con el celular, la atmósfera de intimidad casi siempre está perdida. Es raro que hoy alguien hable por el celular sentado en su casa, rodeado de silencio. La tradición oral supone la presencia del cuerpo hasta la llegada del teléfono. El teléfono conserva la inmediatez de la voz, pero ya no está el cuerpo y ahí es donde el cuerpo pasa a imaginarse, a suponerse, a desplazarse al propio aparato. No estando el cuerpo se besa el teléfono porque, de alguna manera, es su expresión.
–Vos señalás, entre otras cosas, que cuando mandás un mensaje de WhatsApp es un texto. Suponiendo que realmente existiera una línea de progreso, ¿el celular se retrotrae a tiempos pasados?
–Creo que hay cierta tendencia a pensar –Benjamin aparece aquí otra vez– que existe una linealidad del progreso. También lo señaló Nietzsche y hay otras entradas, pero estamos en el terreno Benjamin, que es alguien tan atento y permeable a las novedades tecnológicas, que permite no pensarse desde una resistencia melancólica a las transformaciones tecnologías porque, además, el libro no es eso, sino que interroga su dinámica por fuera de lo que supondría una linealidad de progreso, que consiste en creer que toda novedad es unidireccional y supone siempre un avance respecto de lo anterior. Desde otro punto de vista, se puede pensar que todo avance supone siempre un retroceso, que lo nuevo, como lo piensa Benjamin, sin dejar de ser nuevo, es también una cita de algo antiguo, de algo primigenio. Creo que está funcionando una cierta concepción casi positivista de linealidad de progreso continuo sin detectar elementos cómo hemos pasado del teléfono al telégrafo, aunque se sigue llamando teléfono y que se ha pasado por alto que, en algún sentido, estamos en una tecnología anterior. Yo doy clases en la universidad y a veces ejercito esto porque las palabras lucen sofisticadas. Se dice «subamos la clase en modalidad virtual al campus» y yo a eso le llamo clase por correspondencia. Por supuesto que hoy los correos son mucho más sofisticados que hace 50 o 70 años, admiten, por ejemplo, imágenes. Pero seguimos mandando las cosas por correo. Estoy pensando ahora en Héctor Libertella que también jugaba con esto: lo más antiguo es lo más nuevo.
–Incluso los íconos del celular y la computadora remiten al correo tradicional.
–Exactamente. El WhatsApp nos pone en el momento en que dejábamos un mensaje en el contestador, es decir que nos manda para atrás más que para adelante. Es obvio el avance del celular respecto del teléfono fijo. Hablamos desde cualquier lado, tenemos el teléfono encima. Eso está muy claro. Pero, al mismo tiempo que constato ese avance, las condiciones concretas en las que hablamos son casi casi las que se daban con el incordio del teléfono público. Yo, que no tenía teléfono en mi casa, usaba ese teléfono y soportaba hablar a la intemperie, rodeado de ruido y de gente que escuchaba mi conversación. Hoy, muchos años después, encuentro que hablo otra vez a la intemperie, en medio del ruido, con gente que escucha mi conversación. Entonces dejo de percibir el celular como puro progreso, como puro avance aunque lo es. O, en todo caso, detecto el punto de regresión que tiene ese progreso, porque creo que es innegable que en algún punto lo tiene. «
«Con el teléfono se constituyó un nuevo sujeto hablante y un nuevo sujeto oyente distintos de los que habían existido hasta ese momento por esta relación de cercanía y lejanía de la que hablamos. Su aparición preserva la intimidad en la medida en que dos personas conversan «a solas». Eso puede suceder incluso en un bar –y a mí me gustan mucho los bares– porque se puede armar un «a solas», aunque haya otros, El «a solas» del teléfono tenía un refuerzo. Los dos que hablaban lo hacían a solas entre los dos, pero a la vez, cada uno estaba a solas consigo mismo, porque el otro, estando en el mismo lugar a través de la voz, a la vez, no estaba. Creo que había ahí una disposición de intimidad, de confianza y de confesión posible. Eran dos soledades combinadas. Cada uno estaba solo con otro y estaba solo del otro. Yo recuerdo haber hablado tapado en la cama. Creo que más repliegue de soledad es imposible. En este sentido, había un sujeto hablante y otro oyente únicos que remiten a la confesión eclesiástica y al diván del psicoanalista».
«Escribir un WhatsApp –dice Kohan– es como dejar un mensaje en el contestador. Eso que hasta hace pocos años se consideraba no haber podido hablar con alguien, hoy es la manera preponderante de hablarle a alguien. Me parece todo un signo de época. Me planteo como pregunta qué significa que eso que era percibido como no haber podido hablar con alguien ahora pasa a ser la manera preponderante de hablar con alguien. Mi impresión es que la diferencia que se ha planteado con este cambio es la diferencia entre hablar con alguien y hablarle a alguien. Hablar con alguien supone que el otro está y está a la manera del teléfono, es decir, está sin estar. Hablarle a alguien que no puede contestar me parece una fantasía de época. Tanto en las redes sociales como en los supuestos debates políticos en televisión la consigna es yo hablo y vos no podés contestar, después hablás vos y no puedo contestar yo. La interacción activa de dos interlocutores se ha esfumado y se ha reemplazado por una alternancia sucesiva de monólogos como si fuera la alternancia del diálogo. No estoy planteando que una de las opciones sea preferible a otra, aunque a título personal haya una preferencia. Lo que me llama la atención es que se considere que una cosa puede ser equivalente a la otra, que son lo mismo cuando no lo son. En toda ganancia hay pérdida y en la línea de Benjamin es posible pensar qué se pierde con lo que se gana. Está tan subrayado lo que se gana, que no se piensa en la pérdida».
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