Efectos personales es la tercera novela de la escritora. Parte de un hecho autobiográfico como es el suicidio de su madre para construir una ficción. Sabe que no encontrará el porqué, pero las lecturas sobre el tema son una especie de tabla de salvación.
Los suicidas, según parece, siguen sin encontrar un lugar. Son seres queridos cuya muerte produce dolor y, a la vez, bronca. Si cualquier muerte es inexplicable, la muerte voluntaria nos enfrenta a un enigma irresoluble que no encuentra espacio de elaboración en los que se quedan, no encuentra palabras para nombrarla en su verdadera dimensión. Quien se va, se lleva con él todas las claves.
Sin embargo, Mariasch enfrenta exitosamente el desafío de hacerle lugar a lo que no lo tiene en una novela, Efectos personales. Esto no significa que pueda archivarlo con la prolijidad con que se archiva un expediente. Por el contrario, le da el orden que le corresponde al orden del desorden, las sensaciones contradictorias, el irreductible carácter de aluvión existencial. Aunque quizá no existan palabras capaces de expresar esa experiencia, ella no claudica y las asedia, las cerca rodeándolas de situaciones cotidianas, de hechos incluso banales, de lecturas sobre el tema. Logra así, a partir de un hecho autobiográfico, una sensible novela ensayística que no renuncia a trabajar sobre lo que sabe que no va a encontrar: el sentido de una decisión para la que no hay explicación posible.
–Si tuviera que definir Efectos personales, la definiría como una novela ensayística. ¿Coincidís con esta lectura?
–Totalmente. Quizá no me interesa demasiado la clasificación en géneros, pero esto que decís me parece muy preciso y me encanta porque me gusta mucho el ensayo autobiográfico. Me interesa el ensayo en sí mismo y el ensayo autobiográfico que es lo que hace Al Álvarez. Es un autor que me interesa mucho y que también leí para escribir esta novela. –Es evidente que leíste mucho para escribirla, incluso textos no muy conocidos. Por lo menos yo no conocía el texto de Marx sobre el suicidio.
–Es un libro poco conocido que se llama Acerca del suicidio, que en Argentina publicó editorial Las cuarenta. Me pareció muy interesante la lectura que hace Marx de esta cuestión porque, por lo menos los que venimos de humanidades, estamos muy acostumbrados a la lectura de Durkheim.
–¿Cómo podría sintetizar la visión de Durkheim?
–Es un texto muy largo y complejo que no podría resumir en este momento, pero tipifica los distintos modos de suicidio, es muy sociológico. Lo que tomé de él es el concepto de suicidio anómico vinculado con el tipo de suicidio de mi mamá. El suyo fue el suicidio de una persona que tenía todos los recursos a mano, que tenía los recursos simbólicos y materiales, que no mostraba signos de desequilibrio o de locura para decirlo desde lo psiquiátrico. Tampoco lo hace por una causa política, porque si bien mis padres no fueron militantes muy comprometidos, sí tuvieron cierta militancia y entonces yo conocía ese suicidio de tener una pastilla de cianuro en la boca y tragársela para no cantar el nombre de los compañeros. Por eso, el de mi madre me parecía un suicidio fatuo, muy banal, muy egoísta, muy ridículo. Me costaba entender. Traté de leer y de informarme, pero me sigue costando.
–¿Escribiste para saber?
–Creo que saber siempre te ayuda a pararte en el mundo. Sabemos que el conocimiento es un arma, es una herramienta. Esto no quiere decir que el saber nos dé una respuesta. No nos da un porqué. Creo que no hay un porqué del suicidio. Se puede decir en términos amplios que se mató por amor o por desamor, pero nada más. Y eso también me daba mucha rabia porque hay muchas formas de amor en la vida y hay que poder encontrarlas. Habiendo tenido una educación más o menos feminista, que termine matándose por amor es muy contradictorio. Quizá la respuesta del porqué sea un poco limitante y lleve a pensar en responsables, en causas, en culpas y ese camino prefiero no transitarlo.
–El suicidio es un enigma, porque creo que nadie se mata por una sola cosa.
–Sí, el suicidio es multicausal, como la inflación (risas).
–Que tu novela tenga elementos autobiográficos no hace que deje de ser una ficción.
–Sí, no creo que porque tenga elementos autobiográficos deje de ser una ficción. Creo, por un lado, que la literatura puede estar presente en cualquier discursividad. El discurso poético puede estar presente en cualquier tipo de texto. Por otro, yo escribo, hago literatura y trato de que eso aparezca en todos mis escritos, incluso en los periodísticos. Me gusta mucho una idea de Käte Hamburguer que sostiene que en la ficción hay una mímesis de la realidad, pero que, en cambio, en la primera persona hay una mímesis de la enunciación de la realidad. A mí mucho no me preocupa si lo que hago es ficción o no. Creo que hay una verdad literaria. Me gusta quizá más la idea de “basado en hechos reales”, pero lo que hago es un relato en el que, ojalá, haya un plus literario, ese plus literario del que hablaban los formalistas rusos.
–Toda literatura es autobiográfica aunque no lo sea de manera explícita.
–Sí, totalmente, es así.
–Escribiste esta novela durante la pandemia. ¿Qué fue lo que te decidió a hacerlo?
–El primer tramo de escritura fuerte fue durante el primer tramo de la pandemia, la del aislamiento más estricto. Creo que lo que me impulsó es la suspensión de la vida hiperproductiva, de los tiempos acelerados en que vivimos sumidos, tan exigidos y sobrecargados. Eso me permitió conectarme un poco más con lo sinestésico, con los sentidos y poder sentarme a escribir. Creo que fue eso, estar un poco alejada del “mundanal ruido” de la ciudad moderna que te apaga un poco la sensibilidad.
–¿Empezaste a investigar antes sobre el tema o a partir de la escritura?
–Ya venía leyendo hacía tiempo sobre este tema, es decir que tengo más lecturas que escritura. De todos modos, cuando me puse a escribir seguí leyendo. Empecé a leer desde el primer momento, creo que tratando de encontrar alguna tablita de salvación.
–Supongo que no fue un libro fácil de abordar. ¿Tuviste antes otros intentos fallidos?
–Sí, yo había tratado otras veces de escribir algunos episodios, por ejemplo aquel en que fui con mi hermana a diseñar la tumba, que en la tradición judía se inaugura un año después del entierro. Ese había sido un episodio un poco tragicómico y la primera vez que había tratado de escribirlo no me había salido muy bien. Me costaba llegar al meollo, a la cosa en sí. Escribía más sobre lo lateral, lo contingente. Entonces decidí contar ese juego de las cartas que aparece en el comienzo de la novela: me dejan una carta de despedida, pero que no es la de mi mamá. La de ella es otra que aparece después. Cuando apareció esa idea del juego de cartas empecé a escribir y me di cuenta de que tenía muchas cosas para contar: todos los pasos; la cuestión de la tradición y de las traiciones; todo lo que había pasado en el medio; el trabajo que significa desarmar una casa, cosa que le pasa a cualquier persona; la maraña que implica lidiar con un suicidio, que es un duelo muy complejo que no tiene las etapas habituales. Creo que en una muerte que no sea por suicidio en algún momento uno se entrega a la tristeza, al dolor. En el caso del suicidio es difícil acceder al dolor porque están cruzados el enojo, la bronca, la culpa… Son tantas las situaciones cruzadas, que es difícil entregarse al duelo propiamente dicho.
–Por supuesto que es un hecho muy traumático. Pero hay escenas en las que se filtra algo de humor, como en la que se prueban la ropa de tu mamá.
–Sí, mi hermana y yo nos probábamos ropa y nos reíamos. Era un montón de ropa nueva y cara, pero horrible.
–Color beige, muy definitorio de una personalidad. Se supone que es “fino”, sobrio, de buen gusto.
–Sí, color beige. Aún hoy nos hacemos chistes. Y en medio de todo eso tan sobrio, tan medido, aparece la energía que hay que tener para tomar semejante decisión y llevarla a cabo. Siempre está presente la idea de que el suicidio puede ser hereditario o contagioso, sin embargo, la energía que hay que poner en juego para realizarlo es enorme.
–Sobre todo porque ella eligió un suicido muy cruento: se arroja al vacío. Vos hablás de eso en la novela, sobre la velocidad a la que cae un cuerpo. Hay observaciones relacionadas con la física.
–Sí, es que la hermana de mi mamá es física y me ayudó con esa materia durante todo el secundario. Por un lado, es inevitable pensar cómo pueden haber funcionado para ella todas estas ideas. Por otro, hay algo que es totalmente impredecible para mí, como su suicidio mientras yo estoy dando una clase de literatura.
–Tu novela es torrencial, procede por aglutinación.
–Sí. La fui escribiendo por acumulación, sin ningún plan previo. No tiene un orden cronológico. Fui metiendo muchas ideas, muchos pensamientos que me iban surgiendo. Allí es donde aparece lo más ensayístico, lo más digresivo. Esta es la tercera “novelita” que escribo, y digo novelita porque no sé escribir una novela con trama, pero al final, algo pasa. Creo que vengo en una exploración de este tipo, donde se ve la crisis, el deterioro y la caída de una familia en paralelo con la crisis y la caída económica del país en los ’90. Está muy presente la cuestión del dinero y como trasfondo hay una cosa muy oscura que tiene que ver con lo que luego sería Efectos personales. Me interesa trabajar con lo que tiene que ver con el contexto histórico-social y con el hecho de mostrar las miserias de una clase.
–Comenzás el libro diciendo “Hablar es perder siempre”. ¿Por qué hablar es perder?
–Es una pérdida en el sentido de que uno está entregándose al malentendido, como diría Wittgenstein, y está entregando parte de sí, exponiéndose, dando palabras al mundo. Eso es algo que digo al principio como si fuera una advertencia del propio texto y luego lo ubico en una escena a partir de algo fatal que dice mi mamá. A veces somos esclavos de las palabras. Algo que decimos nos crucifica para siempre.
–Hablar es exponerse al malentendido y vos te exponés independientemente de si algo de lo que contás es cierto o no. ¿Por qué?
–Todo lo que digo es verdad. ¿Qué es la verdad? ¿Qué es la realidad? Cada persona que vive un mismo momento puede contarlo de manera diferente, porque la percepción de cada uno es distinta. Lo que me interesa es la verdad del relato. Si es verdad o no, me tiene sin cuidado. En cuanto a la exposición, sigo un consejo que me dio Fogwill: a la hora de escribir hay que poner toda la carne al asador. No se puede escribir con miedo. No se puede escribir con premisas morales, con resquemores o buenas intenciones. Hay que escribir con todo, sin pudor, sin temblor. Luego está la vida real, en la que uno pide perdón y pide permiso.
Marina Mariasch nació en Buenos Aires en 1973. Es licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires y docente universitaria. Efectos personales es su tercera novela. La precedieron El matrimonio (2011) y Estamos unidas (2015). Fundó y codirigió la editorial Siesta, sello por el que publicó diversos libros de poesía. Es autora de varios ensayos. Junto al colectivo feminista de literatura Máquina de Lavar publicó en 2014 La pija de Hegel. Codirige con Fabián Casas el programa de radio La inquietud producido por el Ministerio de Cultura de la Nación. Es colaboradora en diversos medios.
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