María Pía López: «La bala no mató a la destinataria pero reveló la impotencia de las fuerzas democráticas»

Por: Mónica López Ocón

En esta nota, la socióloga y ensayista se refiere a la escalada de violencia en el país que llevó a un intento de magnicidio y que hoy se traduce en una política de la crueldad ante la que parece no haber respuesta.

A dos años de ocurrido el intento de asesinato a Cristina Fernández de Kirchner, el juicio entablado no va más allá de los autores materiales, del grupo de “loquitos sueltos” al que en su momento se refirió Mauricio Macri. Resulta evidente, además, que no hay ningún propósito de subir en la escala de responsables hasta dar con los autores intelectuales, aunque haya elementos suficientes para hacerlo. ¿Qué significó el intento de magnicidio en la historia de la violencia política de la Argentina? María Pía López, socióloga, ensayista, investigadora y docente, cree que el intento de magnicidio y la reacción posterior de la política y la sociedad reveló una «fragilidad tremenda».

–¿El atentado a Cristina fue un punto de inflexión en la violencia política que estamos viviendo en el país?

–Desde mi perspectiva es el hecho más grave de las últimas décadas en términos de relación con la institucionalidad democrática. Quizás podríamos compararlos con la sublevación de los militares de los ’80 contra Alfonsín, pero el atentado producto de una violencia que ya venía de antes se convierte en punto de inflexión en dos sentidos. Por un lado, se pasa al acto una campaña de odio que venía transcurriendo en los medios de comunicación y en las redes sociales porque un grupo decidió tomar ese amasado de odio y volverlo un acto literal. Por otro, está el modo en que se actuó frente a ese acontecimiento tan grave de violencia política que demostró una cierta impotencia del sistema político democrático.

La bala no salió, no mató a quien estaba, destinada, pero reveló nuestra impotencia, porque el gobierno en ese momento era de las fuerzas democráticas populares y, aunque integrado por el propio kirchnerismo, no pudo incitar una verdadera investigación sobre el hecho y lo dejó en manos de un poder judicial que sabíamos que no iba a investigar más allá de los autores materiales. Se había salido a las calles con el cantito “si la tocan a Cristina qué quilombo se va a armar” y de golpe nos dimos cuenta de que no había posibilidad de armar ningún quilombo. En este sentido, creo que lo que reveló fue una fragilidad tremenda.

–¿Y esa fragilidad cómo se gestó?

–Hubo un larguísimo camino no sólo de demonización de Cristina, sino de la política en general. Ese camino termina en este gobierno que hace pie sobre la idea de que viene a combatir a la clase política, a terminar con la casta, aunque sepamos que lo que pone en escena es lo más retrógrado de esa clase política y las formas conservadoras más reaccionarias de la política. Hubo décadas de construcción de una demonización de la política como fuera algo parasitario, inútil, incapaz de hacer de producir condiciones de vida mejores. Cristina, que creo que sigue siendo la política más relevante, reivindica el derecho a la política y, en ese sentido, su discurso es exactamente el contrario al de Milei.

Por eso fue atacada casi como símbolo de todo eso que se venía a cuestionar y asistimos durante décadas a la construcción de una figura del mal alrededor de su nombre: se la asoció a corrupción, al autoritarismo, a la idea de la que goza con el poder y es una bruja. Todas esas figuras se acumularon hasta convertirla en una especie de chivo expiatorio de todo lo que había que terminar en la Argentina.

–Cuando se habla de las razones del triunfo de Milei se le atribuye al fracaso del gobierno de Alberto y Cristina. ¿Es suficiente esa explicación? Sorprende que se haya votado a alguien tan violento y con una plataforma electoral que es más bien una amenaza de futura crueldad.

–Creo que estamos en un momento en que un gobierno se legitima en la exposición y el ejercicio de la crueldad. Esta semana reprimieron jubiladas y jubilados en el Congreso y el propio presidente replicó en su cuenta de X un festejo sobre una foto un jubilado golpeado. Esas cosas y muestran una crueldad puesta como goce, como objeto de disfrute de las máximas autoridades del país.

Me parece que habría que preguntarse por esa crueldad, hacer una genealogía de ella, de cómo se fue instalando, cómo fue convirtiéndose en un principio organizador de lo social, ya no en algo que hay que erradicar porque causa daños, sino algo que se convierte en amalgama, en cemento que unifica. Eso es lo que está movilizando y aunque hace eclosión en este gobierno, viene de larga data. Siempre me acuerdo de una obra, que para mí fue muy reveladora, que hicieron Roberto Jacoby Syd Krochmalny, creo que en 2008.

Era una obra montada sobre los textos que aparecían en los foros de lectores de La Nación y Clarín. Eran frases tremendas y todas muy violentas que llamaban al asesinato callejero y al linchamiento de políticos. Eso ya estaba en ese momento, pero ahora es que se convirtió en gobierno. Entonces, lejos de tratarse de una fuerza social hostil que se intenta regular desde el gobierno, desde el INADI, los lugares de regulación de la violencia se disuelven y se dice vamos para adelante con la crueldad.

–Hemos vivido momentos violentos, pero esto lo estamos viviendo como algo nuevo. ¿Cuál creés que es la razón?

–Estamos en una bisagra histórica, en una nueva era en la que, si no logramos frenar lo que pasa de manera contundente con un nuevo pacto democrático, se van a generar ondas expansivas muy graves en la sociedad argentina porque no deja de haber daños persistentes cuando la crueldad se ejerce de ese modo, cuando se la habilita, se la legitima. Ya nos pasó con el terrorismo de Estado. En estos días, el ministro de Justicia Cúneo Libarona dijo que sólo son aceptables las identidades de género que están asociadas a lo biológico, negando así el derecho a la existencia de las personas trans, por ejemplo.

Creo que lo que están haciendo con estas afirmaciones es producir un ataque, no sólo contra las políticas de identidad, sino contra el derecho a la vida. Cuando dicen que van contra las cuestiones de género, en realidad están yendo contra algo más profundo que es lo mismo que los lleva a retirarles medicamentos a los jubilados. Lo que hacen es señalar un conjunto de vidas como población descartable.

–¿No habría que preguntarse también por la falta de reacción? ¿Ver a la policía pegándoles a jubilados no hubiera ameritado que saliéramos a la calle?

–Esa es una pregunta clave, porque deberíamos preguntarnos cómo se produjo esa impotencia, desde qué tipo de derrota llegamos hasta acá. Porque no se trata sólo de una derrota electoral, sino que es una derrota más profunda, es una derrota que tiene que ver con la aparición de una crisis muy grave en los modos en que concebimos la política, en los modos en se hizo política y se produjo una distancia entre el plano de la retórica y el plano de los hechos.

El gobierno 2019 / 2023 de Alberto y Cristina fue un gobierno que produjo una fuerte desmovilización social y no sólo por la pandemia, sino también por los modos de que se gestionó el Estado, por falta de interpelación a la ciudadanía. Por eso cuando se compara, resulta tan diferente el modo en que resistió la sociedad argentina, en que resistieron los sectores populares las avanzadas del macrismo ante la reforma previsional, y el dos por uno. Hubo, además, grandes movilizaciones feministas en ese momento. Ese período fue de gran confrontación con el neoliberalismo macrista.

Ahora todo parece muchísimo más desvaído. La diferencia entre la derrota del fines 2015 y la derrota de 2023 creo que tiene que ver con cómo había terminado el gobierno de Cristina y cómo transcurre el gobierno de Alberto que fue un gobierno de desmovilización de las propias fuerzas populares.

–¿Qué produjo la desmovilización?

–La pandemia es una razón, pero también lo fueron la falta de explicitación de los conflictos internos, de los obstáculos que había para gobernar, de la situación de la deuda externa, de los procesos que había que dar que finalmente eran presentados ante la ciudadanía como meras querellas palaciegas al interior de la clase política. Hubo una incapacidad para dar respuesta a las necesidades sociales como, por ejemplo, la pobreza creciente.

La sociedad que hoy sentimos que no reacciona lo suficiente o lo suficientemente rápido, es esa misma sociedad que fue conscientemente desmovilizada durante los años anteriores y que está sostenida sobre el cansancio, sobre la dificultad de hacer frente a lo que se viene porque no está tan claro dónde hacer pie para resistir.

–Y el tema de la judicialización de la política que vivimos hoy, ¿cómo se genera?

–Ese no es un problema específico de la Argentina, sino de toda América Latina y que tiene que ver con todo un ciclo de interrupciones institucionales: Evo Morales en Bolivia, Correa en Ecuador, Lula en Brasil, el Frente Amplio en Uruguay. A estos gobiernos progresistas se respondió con una contraofensiva de poder muy clara que fue la construcción de estrategias de golpismo institucional por la vía del Poder Judicial.

–¿Hay un camino de regreso de la violencia política que vivimos hoy?

–Creo que tendremos que poder pensar (y no es que sepa cómo se hace, pero sería interesante hacer el esfuerzo colectivo) en formas más ofensivas para tratarla, en el sentido de que no impliquen sólo defender lo existente, aquello que está siendo atacado, sino tratar de ver cuáles son las posibilidades de ampliar el horizonte de nuestras discusiones anteriores. Creo que no hay que temerle tanto a nuestras propias consideraciones acerca de la violencia en tanto discusión sobre la transformación. «

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