Nació en 1730 en Santiago del Estero, y fundó en Buenos Aires la Santa Casa de Ejercicios Espirituales, donde recibió a futuros patriotas como Saavedra y Moreno. Murió en 1799. Durante su vida caminó descalza 4000 kilómetros llevando el legado jesuita. Será beatificada por un milagro atribuido a su persona post mortem.
El decreto de la congregación de las Causas de los Santos, publicado este martes con autorización del Sumo Pontífice, tiene fecha del 24 de octubre de 2024: “Durante la audiencia concedida el martes por la tarde a su eminencia reverendísima el Sr. Cardenal Marcello Semeraro, prefecto del dicasterio de las causas de los santos, el Sumo Pontífice ha autorizado al mismo dicasterio a promulgar el decreto relativo al milagro atribuido a la intercesión de la beata María Antonia de San José (Antonia de Paz y Figueroa), conocida como Mama Antula, fundadora de la Casa de Ejercicios Espirituales de Buenos Aires; nacida en 1730 en Silípica, en Santiago del Estero (Argentina) fallecida el 7 de marzo de 1799 en Buenos Aires (Argentina)”.
La ceremonia de canonización se realizará en la Plaza San Pedro a comienzos del próximo año. Ya había sido beatificada en 2016 en Santiago del Estero, su tierra natal, por un milagro post mortem: la sanación de una religiosa de las Hijas del Divino Salvador, María Rosa Vanina, que tenía una infección generalizada en el cuerpo y supuestamente se curó en 1904 por intercesión de la fundadora de la congregación.
Según el relato del Vaticano, esta “laica consagrada, fundadora de la Casa de Ejercicios de Buenos Aires y llamada Mama Antula por el pueblo” caminó más de 4000 kilómetros descalza, luego de la expulsión de los jesuitas en 1767, por todo el Virreynato para continuar con el legado «a pesar de la prohibición. Su misión era visitar las regiones pobres del nordeste argentino para promover los «ejercicios espirituales”.
Desde la Santa Sede sostienen que “en sólo ocho años, consiguió ofrecer los ejercicios espirituales a setenta mil personas”. Además, en el documento «Positio» afirman que en varias de sus casas de ejercicios, ante la escasez de alimentos, llegó a multiplicar la comida; que aparecía en dos lugares al mismo tiempo, que mutaba las sustancias y que poseía visiones del futuro.
Antula, fallecida 7 de marzo de 1799, tiene una historia ligada a los últimos años de la colonia española, como antesala a la Revolución, una época donde las mujeres estaban silenciadas dentro de una estructura jerárquica y patriarcal, y en la que la beata se resistió a los mandatos culturales y sociales.
Si bien su beatificación fue iniciada por Benedicto XVI en 2010, Jorge Bergoglio tiene una admiración hacia ella desde hace años, cuando era arzobispo en Buenos Aires. Siempre se refería a ella con una frase: «Esta mujer vale oro».
Hay una razón de origen: los jesuitas. Desde los 15 años, Mama Antula decidió vivir como laica en el beaterio de los jesuitas. Nada de lo que dictaba la época: ni casarse ni ingresar a un convento. Abandonó su apellido familiar, tomó el nombre de María Antonia de San José y renunció a toda su riqueza.
A los 38 años se dispuso llevar la bandera de San Ignacio por el norte argentino. Primero consiguió la autorización del obispo Moscoso y Peralta para andar por la gobernación de Tucumán. Así empezó a rodearse de otras mujeres que la fueron acompañando espontáneamente. Reabrió la primera casa de ejercicios en su Santiago del Estero natal, por la que pasaron desde virreyes hasta esclavos. Una mezcla de clases imposible de pensar en la época.
Siguió por Catamarca, La Rioja y Córdoba, donde se quedó dos años. Allí intercambió cartas con los jesuitas exiliados en los territorios vaticanos. A través de ellas se pudo reconstruir la obra y vida de Mama Antula, precursora entre las escritoras argentinas.
Finalmente llegó a Buenos Aires, tras caminar 4000 kilómetros. Arribó cargando una cruz y un carro maltrecho. Descalza. Su aspecto (y el de las otras mujeres que la acompañaban) generó el rechazo de la sociedad porteña. Un grupo de jóvenes le tiraron con piedras. Ellas, heridas, se refugiaron en la Iglesia de la Piedad del barrio de Congreso.
Tras meses de espera, y conseguir los permisos del virrey Vértiz y del obispo Malvar y Pinto, abrió casas de Ejercicios, con una convocatoria tan masiva que hasta el teatro tuvo que cerrar por falta de público. En 1788 ya había recibido a 70 mil personas, entre ellas se destacaban los futuros representantes patrios: Cornelio Saavedra, Manuel Alberti y Mariano Moreno.
“La Santa Casa de Ejercicios”, creada en 1795 en Independencia 1190 (barrio de Constitución), es el edificio colonial más antiguo de la Ciudad. Murió cuatro años después a los 69 años. Sus restos descansan en la Iglesia de la Piedad, aquella en la que se refugió junto a sus acompañantes mientras era apedreada por jóvenes porteños el día que llegó a la Buenos Aires a seguir escribiendo la historia.
Hay otro milagro que le atribuye, más actual en el tiempo, más allá del «oficial» que dio pie a la canonización de la Iglesia. Tiene como protagonista a Claudio Perusini, ex alumno del Papa. Se conocieron en Santa Fe, adonde fue para acompañar a un sacerdote hasta esa ciudad. Allí fueron recibidos por Bergoglio, que era superior de los jesuitas.
Desde ese momento, Claudio ingresó en el Seminario de la Compañía de Jesús a finales de los ’70. Era el cocinero, y los sábados y domingos era ayudado por «el profesor Bergoglio», que además era su confesor y director espiritual. Aunque, según contó, tenían discusiones que llegaban hasta la pelea, porque Claudio quería ser sacerdote, pero el hoy Papa no veía en él los atributos necesarios. “No sos para esto. Tenés que ser feliz. Y acá no lo vas a ser”, le espetaba. Finalmente, Claudio se fue a la Patagonia, se casó con María Laura y tuvieron dos hijos.
Durante 2017, mientras Claudio se encontraba en Santa Fe por una cuestión familiar, tuvo un accidente cerebrovascular que lo dejó en estado vegetativo. Para los médicos había solo dos posibilidades: quedarse así el resto de su vida o morir. Hasta que un amigo jesuita llevó a la clínica una estampita de Mama Antula y empezó a rezarle pidiendo un milagro. De repente, según relata, su condición se revirtió, y Claudio recuperó todas sus funciones vitales.
El 13 de abril de 2018, en Santa Fe, monseñor Arancedo les tomó juramento a las personas designadas para llevar adelante la investigación canónica de esta curación y el 18 de diciembre se cerró el proceso con una misa de Acción de Gracias. Los sobres lacrados con los documentos del supuesto milagro fueron enviados a Roma a la Junta Médica y de la Comisión para las Causas de los Santos que evalúa también ese episodio de la que será la primera santa argentina.
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