Madres de película: romantización, personajes disruptivos y el impacto de “La hija oscura”

Por: Daniela Pasik

La gran repercusión del film de Netflix puso otra vez en primer plano a figuras maternales que se corren de los estereotipos inmaculados. El empuje de los feminismos les da cada vez más volumen a realidades que trascienden el sedimento de los lugares comunes.

Madre hay una sola, dice el refrán más inexacto del planeta. Y su reflejo en el mundo del cine global –que suele caracterizarse por ser conservador y/o normalizar estereotipos– podría ser así: “Madre hay una sola, según la tendencia en boga de época”. Entonces, así son retratadas en pantalla. Para bien (demasiado a veces) y para mal (que implica un lado B condenatorio), pero también con las esquirlas de todo eso que hay de por medio, en forma de variopintos matices de estos polos opuestos.

Una de las películas paradigmáticas sobre la relación madre-hijo es rusa, de 1926. Se llama La madre (Mat), la dirigió Vsevolod Pudovkin y está basada en la novela homónima de Máximo Gorki, exponente del realismo socialista. Narra la lucha de una mujer contra el régimen zarista cuando su hijo se encuentra en el bando opuesto durante una huelga de trabajadores. Pero el devenir del cine mainstream se terminó de armar del otro lado de las ideologías. Así que al pensar en la historia audiovisual desde Estados Unidos, donde en el inicio de la televisión, por ejemplo, era considerado inmoral mostrar un embarazo en cámara, hubo un largo camino hasta esta actualidad que un poco vuelve a aquel punto de partida soviético.

La hija oscura, uno de los últimos grandes éxitos sobre el tema, en realidad –tanto en la novela homónima de Elena Ferrante, como la película dirigida por Maggie Gyllenhaal– pone de frente otro asunto tan importante como la visión cruda sobre lo maternal. Hay algo ahí que incomoda, y se genera alrededor del fastidio, malestar, violencias (de otros personajes, pero también del público) que se producen ante una mujer que decide y elige estar sola. Sin embargo, lo que resalta y se toma como corazón del asunto es lo materno, en su grieta, en la rotura del estereotipo.

No es la primera ni la única película que trabaja en el ajuste actual sobre el género al que se podría llamar “películas de madres”, que es ese que elude el mandato de perfección y muestra la parte rota, desesperante, opresora a veces, del rol. Aunque no se piense en ese registro, un clásico sobre el tema, con una lectura más fina, podría ser El bebé de Rosemary (Roman Polanski, 1968), que en una trama diabólica, lo que en realidad pone a prueba a la protagonista es lo humano, al transitar el recorrido entre el amor y el horror que se termina aceptando en un solo acto.

Boyhood (Richard Linklater, 2014), rodada durante 39 días repartidos en 12 años (desde 2002 hasta 2013), es un coming-of-age que sigue la vida de un chico entre su niñez y salida de la adolescencia que, en realidad, tiene otro tema de fondo: el devenir de su madre, que interpreta Patricia Arquette, en un viaje paralelo de crecimiento que podría hacer que la película se llame Mothehood. Lady Bird (Greta Gerwig, 2017) también parece la historia de una hija, pero por ende lo es de su madre, y en definitiva lo es de ese vínculo que se enrarece siempre.

Otras historias

Mujeres del siglo XX (Mike Mills, 2015) es una pequeña gran  película que cuenta, a partir de la historia del hijo adolescente, la de su madre (Annette Bening) que, lejos de ser abnegada, falla. La familia se termina de armar con otras mujeres de distintas generaciones (Elle Fanning y Greta Gerwig) que la ayudan, colateralmente, a mostrarle el mundo a ese hombre del futuro que está criando. Tully (dirigida por Jason Reitman con guión de Diablo Cody, 2018) también transita originalmente la premisa de mostrar la cara no tan heroica de la maternidad, con Marlo (Charlize Theron) desbordada por sus obligaciones profesionales, la crianza de dos hijos y un embarazo inesperado. La misma dupla creativa ya había visitado el tema en Juno (2007), donde abre temáticamente la posibilidad de ver a una protagonista que elige no ser madre, aunque curse el embarazo y de al bebé en adopción, desde un lugar feliz y no sufrido. 

Mi madre es una sirena, con Cher, Winona Ryder y el debut en cine de Cristina Ricci, en 1990, es la historia, desde el punto de vista de la hija, de una madre que no está poniendo la mesa y entregando todo por su progenie. Y por qué no poner en lista a Mamá es una asesina, la brutal comedia negra escrita y dirigida por John Waters en 1994, protagonizada por Kathleen Turner en el rol de un ama de casa perfecta que es capaz de todo si cree que sus hijos están en riesgo. 

El movimiento de mujeres avanza, junto con los feminismos que lo mueven, y la oferta cultural cambia, se adapta. Incluso devora, digiere y banaliza lo que en principio fue disruptivo. Lo materno hoy es casi un género del cine. Así que hace rato ya está naturalizado y latiendo en el centro del mainstream el subgénero “madres no perfectas”. El arco va desde los musicales basados en canciones de ABBA Mammá Mia! (de 2008, con Meryl Streep) y Mamma Mia! Here We Go Again (de 2018) hasta las comedias pochocleras como El club de las madres rebeldes (de 2016, con Mila Kunis y Kristen Bell) y su secuela de 2017 hasta El día del sí (de 2021, con Jennifer Garner) o Más que madres (de 2019, con  Patricia Arquette, Angela Bassett, Felicity Huffman).

Ferpectas

Inmaculadas, entregadas, incondicionales, incluso heroicas, siempre enfocadas en sus hijos más que en ellas mismas. Esa fue durante mucho tiempo la figura romantizada en el cine con respecto a lo materno. En el principio estuvo Stella Dallas, un melodrama de 1937 dirigido por King Vidor, protagonizado por Barbara Stanwyck, que es un clásico en el subgénero “madres abnegadas”. Ese camino trazado, lo recorrieron, mejor y peor, películas de toda índole.

También está representada esa perfección materna desde el drama más profundo, y real, que narra La decisión de Sophie (Alan J. Pakula, 1983), donde la protagonista (Meryl Streep) vive la pesadilla más tremenda: elegir cuál de sus hijos muere y a cuál salva. Misma actriz, otra condena, está Kramer vs. Kramer (Robert Benton, 1979), donde la historia se centra en un padre joven que se queda solo con su hijo chico porque su esposa necesitó irse para encontrarse a sí misma, pero finalmente vuelve a buscar a su niño, porque no puede renunciar a su rol materno.

Contra todo pronóstico, alrededor de la segunda década de este siglo llegó una suerte de revalorización millennial sobre el apego, con militancias de colecho y la búsqueda de un escenario liberador en el reencontrarse con el rol materno desde otro lado. El cine acompañó esto con muchas variantes. Desde el más profundo cliché, un ejemplo puede ser Un sueño posible, de 2009, basada en hechos reales, donde el personaje de Sandra Bullock entrega cuerpo y alma para adoptar al joven atleta de 17 años que vive en la marginalidad, hasta la más inteligente Los chicos están bien (Lisa Cholodenko, 2010), un drama familiar en el que una pareja de dos madres (Julianne Moore y Annette Bening) ve cómo se desordena su vida idílica cuando sus hijos deciden conocer al donante de esperma anónimo, o sea su padre biológico (Mark Ruffalo).

Otra forma de la exaltación de la virtud sin que resuene a mandato vino de la mano del cine de acción. Desde el inicio con Sara Connor en la saga Terminator, sobre todo en la 2. La historia no deja de girar en torno a la fuerza de una madre y todo lo que puede hacer por un hijo, incluso si aún no nació, hasta dar inicio a todo un subgénero heroico y a los tiros, que incluye a la recia teniente Ellen Ripley en Alien: la resurrección (Jean-Pierre Jeunet, 1997). A esa premisa de un amor que todo lo puede, y va más allá de la razón, se sumaron nuevos puntos para explorar lo materno desde lo más intenso, o incluso lo siniestro. Ya en el género horror, está la excelente Mamá (2013), del argentino internacional Andy Muschietti, o Hereditary (2018), primera y diabólicamente oscura película de Ari Aste. 

A lo largo de la historia del séptimo arte se pueden encontrar diversas tendencias sobre cómo mostrar lo maternal. De la moda de romantizar a la de detractar esa exaltación. Desde la abnegada a la real en crisis. A favor o en contra. Para bien o para mal. Salvadora o traumática. Pero como victoria o en conflicto, lo materno siempre está presente en las historias con personajes femeninos. Incluso si no tienen hijos, cuando siempre se señala esa falta. Tal vez es hora, a 127 años del nacimiento del cine, de planear el próximo paso. Un espacio en el que se piense y muestre a la mujer no solo como madre o no-madre. Qué alivio mayor implicaría. «



En la Argentina y España

Sin lugar a dudas, uno de los directores que más y mejor piensan la figura de la madre en sus historias es el español Pedro Almodóvar. Pero no lo hace su temática principal, ni pone pesos o expectativas con respecto al tema para las mujeres, que retrata magistralmente en su obra, siempre, en variados matices. Puede ser el personaje principal, o la contracara de la protagonista, un secundario y hasta en la figura de su propia madre real, como referencia autobiográfica. Un botón de muestra podría ser la ganadora del Oscar Todo sobre mi madre (1999), que relata la tragedia de una mujer que pierde a su hijo, pero se trata de mucho más que eso.

Norma Aleandro es dos madres paradigmáticas en el cine argentino. Ante todo, es la apropiadora en la oscarizada La historia oficial (Luis Puenzo, 1985). Más cerca en el tiempo, la madre del protagonista de El hijo de la novia (Juan José Campanella, 2001), armada para las lágrimas. Aunque no es el centro de la trama, La ciénaga (2001), de Lucrecia Martel, tiene una madre corrida totalmente de lo evidente, que interpretó Graciela Borges. En Leonera (Pablo Trapero, 2008), una mujer lucha para criar a su bebé, que nació cuando ella estaba presa. Y si hay una madre local en pantalla grande que es mito, esa es Mamá Cora —interpretada por un hombre, Antonio Gasalla— en la gran comedia de Alejandro Doria Esperando la carroza (1985).



Diez recomendadas, más allá de los clichés

Madres paralelas (España, 2021). La nueva de Pedro Almodóvar, con Penélope Cruz, Milena Smit, Aitana Sánchez-Gijón y Rossy De Palma. Estrena en Netflix el 18 de febrero.  

Tacones lejanos (España, 1991). Un clásico, también de Almodóvar, con Victoria Abril, Marisa Paredes y Miguel Bosé. En Amazon Prime Video.

Profundo carmesí (México, 1996). Basada en la historia real de una pareja de asesinos seriales de los ’40. De Arturo Ripstein. En Amazon Prime Video.

Distancia de rescate (Chile, España y EE UU, 2021). Basada en la novela homónima de la argentina Samanta Schweblin. En Netflix.

Tres anuncios para un crimen (EE UU, 2017). Inspirada en un caso real de una madre que busca justicia por la violación y asesinato de su hija. De Martin McDonagh. En Amazon Prime Video.

Malamadre (Argentina, 2019). Documental que desmitifica la idea romántica de la maternidad. En Cine.ar.

I am mother (Australia-EE UU, 2019). Thriller distópico, con una chica criada por una inteligencia artificial. De Grant Sputore. En Netflix.

The Lodge (Gran Bretaña, 2019). Pieza oscura de terror psicológico, dirigida por Veronika Franz y Severin Fiala. En Amazon Prime Video.

Baby Cobra (EE UU, 2016). Especial de comedia realizado por Ali Wong, con panza de ocho meses. En Netflix.

El mejor lugar del mundo (EE UU, 2009). La contratacara optimista de Revolutionary Road. En Amazon Prime Video.

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