El presidente francés protagonizó el sábado una cumbre en Bagdad en la que se mostró como el recambio occidental tras el retiro de EEUU. Este miércoles debió enfrentar la dura realidad de Marsella.
Pruebas al canto: el sábado pasado participó de una cumbre en Bagdad en la que felicitó a las autoridades iraquíes “por haber derrotado a Estado Islámico” y luego prometió ayuda financiera para para seguir luchando contra el grupo yihadista, “un enemigo común que muestra signos preocupantes de resurgimiento tanto en Irak como en Siria» y aunque no lo dijo, también en Afganistán a través de su “sucursal” en Khorasan, EI o ISIS-K.
Al volver a su patria, este miércoles recorrió Marsella, acosada por la violencia entre bandas de la mafia. «Encontramos todavía en nuestros barrios una situación muy difícil, y los jóvenes (…) están de alguna manera estigmatizados, no les damos las mismas oportunidades», reconoció ante la prensa.
Los devaneos de Macron quedaron claros también ante una pregunta periodìstica de un medio local sobre el futuro de la intervención militar en Mali, que data de 2012 y tiene ribetes muy similares a la ocupación por Estados Unidos de Irak y Afganistán. Es que el presidente, refiriéndose a la fallida estrategia estadounidense de “construir un estado” en ambos países asiático, había declarado que era una visión equivocada de cómo resolver la cuestión. En África, sin embargo, desde mediados de este año Macron habla de ir abandonando el territorio («evolucionando», es el eufemismo utilizado) a una fuerza internacional o a autoridades locales. Pero no hubo avances en tal sentido.
Cierto es que la intervención armada en Mali no fue idea de Macron sino de su antecesor, el socialista Françóis Hollande, pero ahora debe enfrentar la realidad de que es un atolladero. Como ocurre con todas las guerras, es muy sencillo entrar, lo difícil es salirse.
En otros ámbitos interiores, Macron debió enfrentar desde fines de 2018 la revuelta de los “Chalecos amarillos”, habitantes de las periferias de las grandes ciudades que se manifestaban en contra del aumento de combustibles. Y desde hace algunas semanas, las calles de varios distritos se pueblan de jóvenes que protestan por la obligación de tener el pase sanitario que garantice que el ciudadano esta vacunado contra el Covid-19. Una medida que entienden afecrta su libertad.
Como ese es un caldo de cultivo para la extrema derecha, representada por Marine Le Pen, la opción de mostrarse en el exterior como defensor de un rol protagónico de Francia en las grandes ligas internacionales suena interesante -al menos en la mesa de arena- para capturar al votante nacionalista y nostálgico de otras épocas “gloriosas”.
Cierto es que la intervención armada en Mali no fue obra de Macron sino de su antecesor, el socialista Françóis Hollande, pero ahora debe enfrentar la realidad de que están metidos en un atolladero. Como ocurre con todas las guerras, es muy sencillo entrar, lo difícil es salirse.
Como sea, la semana anterior el prsidente galo se paseó por lugares clave del Medio Oriente ampliado. Había coorganizado con el primer ministro iraquí, Mustafa al-Kazemi, una cumbre de “Cooperación y Asociación» en Bagdad con el propósito de “estabilizar la región” tras al retiro de EEUU.
Lograron juntar varias cabezas en un juego de delicado equilibrio: estuvieron el presidente de Egipto, Abdelfattah al Sisi; el rey de Jordania, Abdullah II; el emir de Qatar, Tamim bin Hamad al Thani; el vicepresidente de Emiratos Árabes Unidos, Mohammed bin Rashid al Maktoum; el primer ministro de Kuwait, Sabah Khaled al Hamad Al Sabah; el secretario general de la Liga Árabe (LA), Ahmed Aboul-Gheit. Dos viejos enemigos, Irán y Arabia Saudita enviaron a sus cancilleres y la promesa de sentarse a negociar una entente, algo es algo.
Antes Macron había visitado el Kurdistán iraquí y estuvo en Mosul, uno de los lugares que más padecieron la incursión de los yihadistas y que fue reconquistado en 2017 por tropas iraquíes con efectivos de una coalición internacional. A todos prometió ayuda y solidaridad. Pero Nicodemos Daoud Matti Sharaf arzobispo de Mosul, Kirkuk y Kurdistán, no tuvo empacho en decirle: “¿Por qué, cuando ISIS llegó a plena luz del día y nos desplazó, ninguno de estos grandes países occidentales estaba allí y lo combatió?”.
En el sureste francés, Macrón prometió 300 policías adicionales para 2023 y adelantó un presupuesto de 1200 millones de euros para las escuelas públicas. Algo es algo, también.
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