Macri y la pequeña política

Por: Fernando Rosso

Columna de opinión

El papel celofán de la modernidad light del PRO encubre el fracaso de su política. La agenda verde, los problemas urbanos, la obesidad infantil o la tragedia de los accidentes viales, tuvieron preponderancia en el discurso del presidente en la inauguración de las sesiones ordinarias en el Congreso, porque el núcleo duro de su programa está empantanado.

Hay que partir de la base de que un proyecto económico que tiene su columna vertebral en la primarización de la economía, en la hegemonía de la zona núcleo y en la sojerización ampliada no es precisamente un modelo de modernidad. Más allá del relato con el que se adorne este proyecto retrógrado, los condicionantes estructurales siempre terminan imponiéndose.

En el vidrioso tránsito que fue del «reformismo permanente» a este discurso remanente, quedaron los retazos de lo que la coalición Cambiemos consideró su «gran política»: una transformación regresiva de las relaciones sociales y laborales que cambie cualitativamente la relación de fuerzas en favor del empresariado y el gran capital. Como esta orientación chocó con los límites de la Argentina contenciosa, se abrió paso la «pequeña política».

El gran pensador marxista sardo, Antonio Gramsci, definió las diferencias entre una y otra: «Gran política (alta política), pequeña política (política del día, política parlamentaria, de corredores, de intriga). La gran política comprende las cuestiones vinculadas con la función de nuevos Estados, con la lucha por la destrucción, la defensa, la conservación de determinadas estructuras orgánicas económico-sociales. La pequeña política comprende las cuestiones parciales y cotidianas que se plantean en el interior de una estructura ya establecida (…).» Que la pequeña política comience a dominar el curso del oficialismo no quiere decir que haya abandonado sus objetivos de máxima, pero que no pueda anunciarlos con el volumen y la soberbia con que lo hizo luego de ganar las elecciones de medio término, habla de los límites que fue encontrando a su paso. Ya se dijo: el macrismo es todo lo neoliberal que le permite la relación de fuerzas.Hasta ahora permitió mucho menos de lo que exige el pliego de reivindicaciones que el universo empresario viene levantando desde allá lejos y hace tiempo.

Uno de los pocos analistas no impresionados por la supuesta habilidad de Macri, tomó nota de una ausencia: «En ese sentido al discurso le faltaron mensajes directos al mercado y los inversores; es decir, referencias concretas que dieran señales de confianza, por ejemplo en el área de las reformas» (Rubén Rabanal, Ámbito Financiero, 2/3).

En el medio, también quedó perdida una gallina de los huevos de oro que es constitutiva de la naturaleza de Cambiemos: la polarización. Desgastada la narrativa de la «herencia recibida» y con la expresidenta sacándole el cuerpo al escenario (incluso, corrida a segundo plano en el río revuelto del peronismo), el oficialismo quedó solo frente a su propio destino. En una sociedad basada en el conflicto y con una orientación político-económica que los agudiza cotidianamente, los sueños consensualistas de una «Moncloa» criolla sólo caben en los esquemas fríos de los académicos que no participan de la arena caliente de las luchas políticas. O en almas bellas, colmadas de buenas intenciones… como el camino al infierno.

La propuesta más audaz del presidente en su discurso fue el impulso al debate sobre el aborto legal. Esto busca emparentarse, como remedo, a cómo terminó operando la cuestión de los Derechos Humanos en la estrategia del kirchnerismo. En ambas demandas, la primacía y el mérito estuvo y está en los movimientos que históricamente pelearon con admirable persistencia por estos derechos democráticos elementales. Pero si ese es el lejano género próximo, las diferencias específicas son esenciales: el propio Macri dijo que está en contra del aborto (es como si se reclamara por los Derechos Humanos y en el mismo acto se subiera el cuadro de Videla); el PRO tiene un importante segmento de su base social rabiosamente opuesto a la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo y enfrente a una institución, la Iglesia Católica, que logró encumbrar a uno de los suyos en la máxima jefatura con sede en Roma. Pero además, el kirchnerismo de los orígenes tuvo a su favor un crecimiento espectacular de la economía (argentina y mundial), basada en gran parte en el trabajo sucio que hicieron en equipo la larga crisis de fines de siglo pasado y Eduardo Duhalde. La «hegemonía» cultural es muy interesante, pero sólo es eficaz si está acompañada de la economía. Como también enseña un gramscismo para principiantes: la autonomía de la política existe, pero en su justa medida y armoniosamente.

El tercer pilar de las superestructuras discursivas de la coalición oficial que se derrumba es la baqueteada superioridad moral en el terreno de los negocios turbios con los dineros públicos. Al equipo que conformaban en línea de tres Jorge Triaca, Luis Caputo y Díaz Gilligan se sumó un volante ofensivo con proyección internacional: Gustavo Arribas. El jefe de los servicios de inteligencia argentinos parece que recibió casi un palo verde en una espinosa triangulación de coimas investigadas en Brasil por el Lava Jato. No es muy diferente al caso del mafioso sindicalista Marcelo Balcedo, sin las guarradas de nuevo rico y con un poco más de blindaje mediático.  

El presunto giro hacia la ocupación del «extremo centro», el supuesto bandazo maquiavélicamente filoso para recuperar terreno frente a un Congreso excesivamente civilizado, no fue más que la confesión de que la «gran política», por ahora, está frustrada.

Y hay que reconocer que el agitado mar de la sociedad argentina es muy grande y la nueva política, demasiado pequeña. «

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