Lujo asiático y Mercedes Benz en la Rusia de hoy

Por: Alberto López Girondo

La vieja tradición zarista de boato y ornamento pasó a los nuevos ricos, que lo muestran en un parque automotor de altísima gama por las calles de Moscú.

Cuando se habla de “lujo asiático” se quiere hacer referencia al exceso de bienes materiales o de ornamento innecesariamente caro simplemente como ostentación. Para mostrar cuanta plata se tiene, dirían en algún barrio porteño. Los rusos tienen una larga historia en este tipo de suntuosidades y la atribuyen a la herencia tártara, como se refieren a las invasiones de los mongoles al mando de Sobutai , el lugarteniente del Gengis Khan, en 1223.

Los zares fueron tal vez el mayor exponente de fasto y oropeles. Hoy día, los rusos postsoviéticos no le van en zaga y las calles de Moscú exponen los productos más preciosos que el dinero puede comprar. Joyas, relojes, vestimenta de las marcas más caras. Asombra la cantidad de autos de altísima gama que circulan como si nada. Así, grosso modo, cuatro de cada diez vehñiculos son Mercedes Benz, pero hay una proporción similar de Audis, BMW y Land Rover. Cada tanto, incluso, se ve, estacionado como es usual, con el chofer adentro, algún Rolls Royce.

También podés leer: Lenin y la permanencia del imaginario soviético 

Los palacios de la capital imperial, San Petersburgo, son una exposición continua de riquezas y derroche de dinero, con gusto dispar. El Palacio de Invierno se comenzó a construir en 1732 para alojar a la familia de los zares. El edificio donde comenzó la Revolución Rusa tiene 150 metros de ancho, 30 de alto y 1500 habitaciones. Fue Catalina la que lo llenó de obras de arte y piezas antiguas que hacía comprar a cada uno de sus embajadores en las sedes europeas. En la actualidad tiene unos tres millones de piezas de todo el mundo y es el Museo Hermitage, visitado cada año por millones de turistas.

El Palacio de Verano de Catalina, en la localidad de Pushkin, a pocos kilómetros de allí. Tiene entre sus reliquias, la conocida Sala de Ámbar. Una habitación totalmente recubierta con paneles de esa piedra semipreciosa de oleos vegetales fosilizados trabajadas por dos equipos de artesanos entre 1700 y 1710. Llegó a tener 55 metros cuadrados de superficie. Un exceso obsceno de riqueza en un país feudal con millones de pobladores en la miseria más absoluta.


¿Qué pasó entre la revolución de Octubre y la caída de la Unión Soviética? La tradición en cierto modo se mantuvo en la era socialista en los grandes edificios, las estatuas de un realismo y minuciosidad encomiables en cada esquina. En cuanto a los edificios imperiales, los gobiernos soviéticos remozaron los que habían sido dañados durante la guerra civil. Y luego volvieron a hacer lo mismo en la Segunda Guerra

En cuando al Palacio de Catalina, hasta allí habían llegado las tropas nazis en 1941. Los soviéticos no alcanzaron a quitar todos los paneles del famoso cuarto de Ámbar y los alemanes quitaron toda la cobertura para llevarla a exponer al Castillo de Konisgsberg, en la actual Kaliningrado, una de las sedes del Mundial de 2018.

Al finalizar la guerra las placas de ámbar no fueron encontradas y sigue siendo ese uno de los misterios. La famosa cámara finalmente fue reconstruida con ayuda de artesanos de Alemania con fotos de la época.

Para el viajero de a pie, las estaciones de los subtes, tanto en Moscú como en San Petersburgo, son manifestaciones artísticas que llaman la atención y bien vistas, pueden ser entendidas como expresiones de lujo asiático.


Aunque la iconografía –o la estatuaria, en muchos casos- representa siempre los valores de la revolución y los personajes son obreros y trabajadores con sus familias. O los soldados de la Segunda Guerra, o los escudos con la hoz y el martillo, o, también, Lenin. Esto dicho, con la mirada de quien conoce los subtes porteños, cuyas estaciones más nuevas parecen despojadas de todo intento de belleza.

Esa tradición de lujo entronca con los nuevos ricos, aquellos que pudieron aprovechar el momento de desconcierto a la caída de la Unión Soviética y se quedaron con los bienes del  socialista a precio de ganga. Según se dice, habían entregado un bono a cada ciudadano como parte de la propiedad estatal. Los más rápidos, directivos de las empresas, burócratas del partido o especuladores, fueron comprando a los que no sabían qué hacer con esos papeles.

“Algunos los cambiaron por vodka en los pueblos del interior”, lamenta Irina, que atiende un puesto de información en una calle rusa.

El caso es que esos “oligarcas”, como pronto se los llamó, se hicieron supermillonarios y dueños del aparato productivo construido durante décadas por toda la sociedad. Y fueron los primeros en comprar Mercedes Benz o Volvos, los autos considerados como mejor exponente de riqueza.

Es común verlos circulando por el centro o esperando en fila a un costado, por ejemplo, del Teatro Bolshoi, con el chofer adentro y esperando al patrón, que fue a ver el espectáculo. Que esas costumbres no se pierden.

Durante años la automotriz alemana Daimler Benz tuvo en el mercado ruso a su principal comprador externo. Hace un  par de meses la firma anunció un acuerdo para montar una planta ensambladora en cercanías de Moscú.

El gobierno aumentó los impuestos a autos no fabricados en la Federación Rusa y ya BMW se adelantó a tener su propia producción local. Por ahora, y la idea del gobierno es cambiar esto en breve, la mayoría de los componentes son importados, incluso provenientes de Argentina, de acuerdo a anuncios hechos el año pasado por la fabrica que está en González Catán.

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