El director estrenó "El jockey", uno de las películas más singulares y ambiciosas del año. Se trata de una comedia absurda que se articula con un drama existencial. Está protagonizada por Nahuel Pérez Biscayart e incluye un elenco internacional.
Nacido en 1980, el realizador de Caja negra y El ángel siempre pensó su vida y su trabajo de formas poco convencionales. Hablar con él es meterse no sólo en el entramado, las intimidades y neurosis de su vida creativa sino en ese modo entre poético, filosófico y literario que tiene de pensar la realidad. En ese sentido, El jockey no solo no es una película sobre esos pequeños hombres que montan caballos de carrera, sino una sobre un tipo que, a partir de un grave accidente que sufre en el hipódromo, se desconecta de esas limitaciones que conforman su visión del mundo. “Es alguien que entra en un estado de visión pura, en donde todo esto que vemos a diario y que consideramos normal pasa a ser como un escenario milagroso –explica–. Es alguien que empieza a ver qué fuerzas ocultas hay detrás de la vida cotidiana, ese condicionamiento mental que hace que uno, en definitiva, pueda tomarse el subte, meter la llave en su casa y entrar”.
Protagonizada por Nahuel Pérez Biscayart, acompañado de un elenco internacional que incluye a la española Ursula Corberó (La casa de papel), el mexicano Daniel Giménez Cacho (Zama), la chilena Mariana di Girólamo (Ema) y los también locales Daniel Fanego, Osmar Núñez, Roberto Carnaghi, Jorge Prado, Luis Ziembrowski y Roly Serrano, entre otros, El jockey mezcla comedia absurda con drama existencial, policial porteño con película fantástica acerca de Remo, un jinete borrachín que, tras ese tremendo golpe en la cabeza, se fuga de la clínica en la que está internado y empieza a vagar por las calles de la ciudad con un turbante en la cabeza y maquillado y vestido de mujer. Versión actualizada del vagabundo de Chaplin, estilizada reencarnación del protagonista de la “Balada para un loco” de Astor Piazzolla y Horacio Ferrer (“mezcla rara de linyera y de primer polizonte en el viaje a Venus”), Remo ya no se reconoce como tal, circulando sin identidad y sin peso por las calles de Buenos Aires, algo que prueba ser inmanejable para los “matones” que lo buscan para liquidarlo por el dinero que le hizo perder a su jefe.
Como le sucedió al jockey con su caballo, que giró para un lado cuando debería haber girado para el otro, Luis Ortega siempre ha preferido hacer su carrera por los márgenes del sistema, rechazando proyectos más comerciales y dejando de lado los potenciales beneficios de ser miembro de una “familia famosa” del espectáculo para trazar su propia y zigzagueante ruta que puede incluir un proyecto radical como Dromómanos y una serie un tanto más convencional como Historia de un clan, a la que logró de todos modos impregnarle una impronta propia y distintiva. “Es que, a largo plazo, ¿cuál es el negocio? ¿Ser funcional para los demás o entrar en la banda ancha de la cosa? –analiza–. Para mí es mejor entrar en esa banda ancha, aunque el costo puede ser alto, puede ser psiquiátrico. Ahora que tengo un hijo lo vivo más claramente. Yo no quiero condicionar a este pibe para que encaje, quiero que se sienta seguro en su imaginación, validarlo desde ese lugar. Muchas de las cosas que filmo hoy se me ocurrieron cuando tenía seis años. Mi cabeza no evolucionó mucho desde esa etapa”, asegura.
-Pero hubo momentos en tu carrera que sí quisiste “encajar”, dirigir proyectos un poco más, si querés, “de la industria”…
-Pero si queriendo encajar mordés el polvo una y otra vez, llega un momento en el que tirás la toalla y decís, “ya está, yo esto no lo hago más”. ¿Cuánto nos queda? ¿Cuánto tiempo de mi vida voy a perder haciendo algo que no me importa para encajar en un sistema que lo único que hace es darle la espalda a tu vulnerabilidad, a toda esa fragilidad que debería unirnos pero al final nos separa? Porque al final parece que lo único que termina uniendo es ser un “poronga” con una personalidad fuerte.
-Lo interesante de El jockey es que es una película grande, con muchos países participando y muchas productoras, pero que no deja de ser un film personal, si querés hasta raro para el circuito…
-Casi todos nos dijeron que no en la Argentina y gracias a eso armé mi propia productora. Ahí apareció Rei Cine (productores de Zama) y consiguieron mover la película afuera y así llegó Benicio del Toro, Warner y los productores de (el premiado cineasta tailandés) Apichatpong Weerasethakul, entre otros. Filmo para ir a lo visceral, no me interesa ser un cuadradito más en el menú de Netflix. Yo no hago más cosas de ese tipo. Lo hice un poco en los últimos años porque sentía que para recuperar la libertad necesitaba hacer algún tipo de transacción, ponerme el disfraz de persona y decir “yo no te voy a fallar”. Pero lo último que uno quiere es fallar o hacer algo que no tenga éxito. Yo no tengo una productora que haga cinco películas por año y que se arregla si a una le va bien. Uno tarda mucho tiempo en hacer una película.
–¿Sentís que Nahuel (Pérez Biscayart) es en algún punto tu alter ego en el cine, el tipo que mejor te refleja en una película, que interpreta tu forma de ver el mundo?
-Hicimos juntos Lulu y un episodio de una serie de TV. Yo siento que Nahuel es uno de los mejores, si no el mejor actor del mundo. Sin exagerar. Y él comparte conmigo esta fascinación por la locura de estar vivos y no entender bien cómo funcionan las cosas. A mí durante mucho tiempo eso me paralizó. Cuando tenés una percepción extrañada de las cosas y ves que la matriz tiene sus fallas, te mandan al psiquiatra y dicen “este pibe necesita ayuda”. Y en realidad sería un momento para celebrar que se te esté rompiendo el cristal de la simulación, del personaje que te construiste y de no poder ver más allá del personaje que se construyó el otro. Creo que toda la hostilidad que hay hoy es porque no podemos trascender ese punto. Si no podemos identificarnos con el otro y cada uno está haciendo su juego y atendiendo sus asuntos, terminamos así. Es muy difícil poder conectar con la gente hoy.
-Todas tus películas son humanistas, empáticas, de amor por la gente, por el raro, el distinto. Y la realidad del cine y de la política hoy va para el otro lado: al enfrentamiento, al choque. ¿Cómo te llevás con una realidad que es tan violenta todo el tiempo?
-Como el orto. En lo relacionado con el cine, yo soy muy susceptible al rechazo y todo era un constante “no, no, no”. Y yo decía, “puta madre, ¿dónde está la falla?” “¿Qué tengo que hacer para poder filmar?” Hay proyectos que te permiten adaptarte al demonio con un poco de cintura, como El ángel, que se basa en una historia real. Pero me llevo mal con eso. Me parece que todo está cada vez más frío y siento que la inteligencia artificial va a terminar copando la parada. Las plataformas ya no quieren directores, quieren hablar solo con productores/empresarios. Si fuera posible que una inteligencia artificial dirigiera las películas para ellos sería mejor.
-Y esa violencia se refleja en el día a día también, con el gobierno actual y un Incaa que propone financiar sólo películas exitosas. ¿Cómo te imaginás los próximos años?
-El panorama no es bueno. Tenemos un gobierno medio Black Mirror, pero no es solo un fenómeno local. La situación se puso muy extrema y me parece que las medidas que toman en todas las áreas las llevaron también al cine y lo convirtieron en la ley del más fuerte. Entonces dicen que solo van a aportar a películas que lleven muchos espectadores y esas son precisamente las películas que no necesitan ese apoyo. Esas películas están pensadas por personajes que lo único que piensan es en el negocio y en llamar a cinco actores consagrados. No necesitan apoyo del Estado. Es la típica política de un gobierno de derecha. Pero bueno, yo hice Caja negra cuando tenía 19 años, ni sabía lo que era el Incaa y era más difícil acceder entonces a una cámara que ahora. Entonces, me parece que los callejones sin salida son los momentos donde ocurren cosas buenas. «
Dirección: Luis Ortega. Guion: Fabián Casas, Rodolfo Palacios y Luis Ortega. Elenco: Nahuel Pérez Biscayart, Úrsula Corberó, Daniel Giménez Cacho. Daniel Fanego, Osmar Núñez, Roberto Carnaghi. En cines.
El recorrido de El jockey comenzó en el Festival de Venecia, donde se presentó en la competencia internacional, siguió en el de Toronto y cerró su “trilogía perfecta” al desembarcar en San Sebastián.
Esta etapa del ciclo concluyó con el estreno en la Argentina, el jueves pasado, en más de 100 salas de todo el país. Pero tras el demandante esfuerzo de producción y financiación que le tomó hacer El jockey, Ortega tomó la decisión de volver a los orígenes y hacer una película chiquita, personal, casi de familia. “El año pasado filmé una película entera dentro de mi casa y ahora la estoy terminando —cuenta–. Se llama Siempre de noche y me encanta. Para mí es la mejor película que hice, es espectacular. Hoy, hacer algo más chico que eso es imposible”.
De todos modos, el director de Monobloc planea hacer algo más grande y ambicioso. “Quiero hacer una película que transcurre en Buenos Aires, en Potosí (Bolivia) y termina en la frontera entre Suiza y Francia, en un lugar que es como la NASA, que está a 200 metros bajo tierra que se llama CERN y en el que están buscando la “sustancia de la eternidad” o La Partícula de Dios.” (NdR: conocido también como El Bosón de Higgs). Otra película en la que, como sucede también en El jockey, la propia noción de qué es real, qué no y cuáles son los inasibles pliegues del universo, vuelvan a entrar en conflicto.
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