La directora comenzó a rodar "Oda amarilla" cuando su mamá fue diagnosticada con Alzheimer. La película es una mirada poética sobre la enfermedad, en la que los recuerdos de otras personas ayudan a reconstruir los de la protagonista. Se proyecta el 31 de marzo en el Centro Cultural 25 de Mayo.
“Hacia el verano de 2019/20 hago un viaje a la casa de mi abuela en Posadas (Misiones) -cuenta los orígenes de su ópera prima-, porque quería hacer una película sobre mi abuela porque para mí ella es una heroína, pero mi abuela me dijo: ‘yo ni en pedo’”. El primer paso pareció en falso, pero el viaje desbordado de conversaciones entre la hija de ella y la madre de Lucía sobre la enfermedad y el dolor que les producía le dio otra idea. “Voy a hacer una película sobre mi mamá”, fue la certeza con la que volvió de ese viaje a la casa de la “maestra de monte que crió a sus tres hijos sola y trabajando”.
“En enero del 2020 empecé a grabar charlas con mi vieja con la premisa de la película japonesa After Life (1998), donde las personas están en una especie de limbo y tienen la posibilidad de elegir un recuerdo que se quieran llevar a la eternidad. Empecé a grabar charlas con mi mamá en las que le preguntaba qué recuerdos quería ver representados en una película”. No funcionó muy bien la idea: Analía Amarilla, la excelente psiquiatra, docente y divulgadora científica ya tenía dificultades para recordar. Pensó en consultar a diversos afectos de Ana a fin de reconstruir su historia, pero la reconstrucción ficcional no la convencía. El resto sucedió cuando conoció a la productora: “Ahí la peli salió más asentada en un diálogo con mi mamá, diálogo madre-hija. A partir de ahí empecé a escribir la película de esa manera. Ahí me encontré con que a ella le estaban sucediendo cosas con la enfermedad pero también con cómo funciona la memoria”.
La poesía se acercó: escenas casi atávicas de mujeres en diálogo, risas, miradas y acercamientos corporales que el mundo de hoy parece haber dejado solo al universo femenino. “La peli comenzó a girar más hacia ese lado sensorial evocativo, que no lo tenía muy claro cuando lo estaba haciendo. El mar es importante para ella (a mí me vincula porque tengo recuerdos importantes ahí), así que había que ir al mar. En noviembre de 2021 fuimos de nuevo a la casa de mi abuela (que además de tener cerca el Paraná tenía un departamento en Brasil en el que mi mamá pasó los veranos de su infancia, adolescencia y parte de su juventud) a buscar más memoria en fotos y relatos de tías y tíos. Y en la última etapa ya fue cómo nos podemos vincular sin que haya palabras: caminando en la playa, metiéndonos en el agua. Ese fue el camino, pero el montaje escribió la película”.
¿Quién diría que una película sobre una madre con Alzheimer que parece irse en fade como si fuera una escena más de una película, a la que la emocionante ternura de su hija quiere retener un segundo más, podría ser una película alegre? La directora ríe levemente, duda, y vuelve a reír dejándose llevar: “Ahí me salvó el cine. Podríamos haber hecho un documental más crudo pero yo me empeciné en querer encontrar la poesía, en mi mamá, en verla bella a ella y jugar con la memoria desde el aspecto técnico: entra una luz que por un momento uno no ve nada y el director de fotografía y el de sonido, dos grandes amigos, compañeros, colegas, decían: che, ¿acá cómo se representa la memoria? Fue todo un juego, una exploración hacer la peli”.
A medida que Analía se va convirtiendo en una nueva versión de la memoria (ese multiverso aún inexplorado al que por lo general se indaga sólo desde el recuerdo), Lucía se hace cada vez más niña, su modo de entender y relacionarse con esa novedosa forma de memoria: la adulta ignorante del Alzheimer indaga con la curiosidad de la nena que nada sabe y por eso puede averiguar lo que al mundo oficial escapa, que esperanza al resto porque le ofrece a quien el mundo da perdida un último halo de vida. “Tiene que ver con el desconocimiento de la enfermedad y en el estadio que ya estaba. Me encontré con toda la crudeza de la medicina, de la neurología, de la psiquiatría, la medicina que mi mamá estudió y trabajó 30 años. Era durísimo escuchar que era una persona que estaba involucionando. Salía enojada cada vez que lo veíamos. Y mi intención con la película y en la vida fue poder acompañarla reivindicándola como persona, que sigue teniendo un alma y tiene algo para comunicar, para disfrutar. El valor de las personas aunque haya una enfermedad neurodegenerativa”.
En ese acto amoroso, Paz, el equipo y el espectador se ofrecen la posibilidad a sí mismos de conocerse y reconocerse desde otro lugar. “Es reinventar el vínculo y a uno mismo. Descubrí haciendo la película que la memoria se sostiene desde lo colectivo. Cuando iba a buscar la memoria individual de mi mamá, me encontraba con estas zonas de agua donde no podía acceder. Y eso me hizo ir a hablar con otras personas y ponerme a recordar a mí, me puso a hacer una película. Una memoria individual inevitablemente se sostiene desde una memoria colectiva, desde varias personas que pueden contar. La persona por ahí está viva y ya no puede contarse a sí misma, o una persona que muere y ya no puede contar y la cuentan los que viven. Si hubiera una sola persona en el mundo que vive y muere, no queda registro de ella porque nadie la puede contar”. En nosotros nuestros muertos pa’ que nadie quede atrás, dijo otro poeta.
La proyección de este 31 de marzo estará acompañada de integrantes de la organización A.L.M.A. (Asociación de Lucha contra el Mal de Alzheimer), que ofrecerán un espacio de información y apoyo a las personas que estén transitando una situación de cuidado de un familiar con esta enfermedad.
Dirección y guión: Lucía Paz. Función especial: 31 de marzo, a las 20, en el Centro Cultural 25 de mayo, Avenida Triunvirato, 4444, CABA.
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