La derrota de los demócratas tiene sus explicaciones, como las que ensayó Bernie Sanders. Haber olvidado a los trabajadores es la principal.
Es así como tomaremos como punto de partida a Chistopher Lasch (1932-1994), sociólogo norteamericano de inspiración marxista, cuyo libro más importante fue publicado después de una prematura muerte. Hablamos de La rebelión de las élites y la traición a la democracia. Allí, Lasch argumenta que el peligro para la civilización occidental no vendrá de lo que Ortega y Gasset llamaba “la rebelión de las masas” allá por 1927, sino del dominio de nuevas élites que, “enraizadas en la economía mundial y las tecnologías sofisticadas”, son las que “controlan los flujos internacionales de información y de dinero”. A medida que “crece y se globaliza el poder que detentan” estas élites “muestran un desprecio cada vez mayor por los valores y las virtudes que antes fundaban el orden democrático”, encerradas que están “en las múltiples redes tras una noble aventura cosmopolita (…) viven en encierro en el mundo humanamente estrecho de la Economía, mientras cada día que pasa ponen de manifiesto una dramática incapacidad en comprender lo que no se les parece: en primer lugar, las personas comunes del propio país”. De este modo, un rico de Nueva York tendrá más que ver con sus pares de otras grandes capitales extranjeras antes que con el resto de los estadounidenses de menores recursos.
Continúa Lasch: “los norteamericanos ven el futuro mucho menos rosa que antes, y con razón. La desindustrialización y el desempleo resultante; el retroceso de la clase media; el aumento de los pobres; la tasa de criminalidad que aumenta en flecha; el tráfico de estupefacientes en plenitud; la crisis urbana”. El sociólogo también atiende a las dirigencias cuando escribe que “nadie tiene una solución verosímil para resolver estos problemas inextricables, y en esencia, lo que nosotros llamamos debate político ni siquiera se interesa en ello. Asistimos a furiosas batallas sobre temas anexos. Las élites que definen estas cuestiones han perdido todo contacto con el pueblo”. Y concluye al decir que “el carácter irreal y artificial de nuestra vida política refleja hasta qué punto ellas (las élites) se desligaron de la vida ordinaria, al mismo tiempo que tienen la secreta convicción de que los verdaderos problemas no tienen remedio”. Y eso lo dijo en 1994. Entonces, ¿por qué Trump en 2024? Jacques Séguéla, el publicista de Francois Mitterrand, decía que “uno no gana elecciones, es el adversario el que las pierde”.
«No debería sorprendernos demasiado que un Partido Demócrata que ha abandonado a la clase trabajadora descubra que la clase trabajadora lo ha abandonado a él», brama Bernie Sanders, senador reelecto con 60% de los votos en Vermont.»Mientras los líderes demócratas defienden el status quo, el pueblo estadounidense está enojado y quiere un cambio. Y tiene razón”, dice. Ataca a los consultores en comunicación del Partido Demócrata (que son esas personas que reemplazan a los intelectuales en nuestra época, diríamos nosotros) que hicieron “una campaña desastrosa”, y no comprenden «el dolor y la alienación política que experimentan decenas de millones de personas». En efecto, no bastan las estrellas de Hollywood para apalancar a Kamala: falta militancia, territorio, proyecto, doctrina. Y no sólo en Estados Unidos. Sigue Bernie: “¿tienen idea de cómo enfrentar a una oligarquía que está creciendo y tiene un enorme poder político y económico? Probablemente no». Cuando el Partido Demócrata despertó, la clase obrera ya no estaba allí.
Así, la separación entre pueblos y élites abre un espacio por donde entra el nihilismo. Por eso Trump, que representa una facción del capital norteamericano. No es que los industrialistas le ganaron a los financistas, ni que los digitales serán más gentiles que los armamentistas, sino que asistimos a un reacomodo más o menos leve de prioridades, que incluirán a todos, aunque con poca perspectiva en la resolución de problemas. Atacarán las consecuencias sin tocar demasiado a los causantes. Como señalara en 2006 el financista Warren Buffet, una de las diez fortunas más grandes del planeta, “hay una lucha de clases, es correcto, pero es mi clase, la clase rica, la que está haciendo la guerra, y nosotros estamos ganando”. A confesión de parte, ¿relevo de pruebas?
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