La Filosofía también dijo presente en la Feria del Libro. La filósofa catalana Marina Garcés postula la insubordinación ante toda forma fosilizada y naturalizada de pensamiento. Presentó Ciudad Princesa y Nueva ilustración radical.
Garcés es además impulsora del colectivo de pensamiento crítico Epai en Blanc. Autora de diversos libros, ha publicado recientemente Nueva ilustración radical (Anagrama). Todas estas razones la han traído hasta la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires en cuyas cercanías dialogó con Tiempo Argentino.
-¿Qué es el pensamiento común? ¿Se trata de trascender los límites de la individualidad?
-Es el hilo conductor de lo que he buscado siempre. Me fui a estudiar filosofía como un acto solitario de rechazo de mundo y a través de la filosofía descubrí el que pensamiento es muy colectivo, porque ponernos a pensar es ponernos a elaborar problemas comunes desde la singularidad de una voz, de una vida y un lugar. Pero lo singular no es contradictorio con lo común, al contrario. En cambio sí lo es lo individual: yo y los demás, yo y los otros. Si no hay problema común no hay pensamiento, sólo hay producción teórica individual, pero no hay pensamiento. El pensamiento es interpelación, exposición, lugar de encuentro. Cuando nos ponemos a pensar lo que no sabemos cómo pensar, también nos exponemos a ir al encuentro de otras representaciones del mundo, otros conceptos, otras maneras de vivir. En el territorio de lo común hay mucha riqueza y para mí es la condición para un pensamiento realmente vivo.
-¿Cuál es el ámbito de ese pensamiento común?
-Desde la organización de cualquier movimiento que tiene que inventar sus propias formas de lucha, sus palabras, a las prácticas culturales que logran salir de lo establecido, de las disciplinas académicas ya codificadas y conquistan otras maneras de pensar. En el ámbito cultural, académico, científico hay momentos importantes para el pensamiento común que muchas veces quedan a la sombra de las grandes instituciones. A veces creemos que solo hay pensamiento donde hay unas disciplinas claras y catedráticos de referencia, que solo hay cultura donde hay una institución que la programa. Pero sabemos que no es así. En las sombras, en los márgenes, en los trasteros y en las personas mismas que están en esos ámbitos, esos marcos se desbordan y se experimenta con otras formas de pensar.
-¿Quiénes eran los “okupas del Cine Princesa? Lo pregunto porque aquí suele llamarse así a quienes ocupan casas abandonadas para vivir, cosa que se les atribuye sobre todo a los migrantes latinoamericanos.
-Ahora en España está pasando lo mismo. En el lenguaje político y mediático de la España actual los okupas empiezan a ser los “narcopisos”, los refugiados que no tienen viviendas y ocupan sitios vacíos, una mezcla de necesidades sociales y de ilegalidades varias. En los 90, tanto en Barcelona como en otros puntos de Europa, sobre todo en España e Italia, hubo ocupación sobre todo de centros sociales, no tanto de viviendas, aunque también ha habido. La ocupación de centros sociales constituyó una manera de experimentar con los vínculos políticos desde lo local ya que implicaba una protesta contra la especulación en los barrios, en las ciudades, etcétera que al mismo tiempo permitía ensayar otras formas de sociabilidad, de cultura, de información política, de contactos que se entramaban con una red internacional tanto de centros s sociales como de otros movimientos como el zapatismo que marcó totalmente las maneras y los lenguajes en que se entendían todas estas experiencias de lo local en relación con lo global. Los centros ocupados de ese momento fueron nuestra verdadera red social, la única manera a través de la cual se podía acceder a información directa sobre lo que estaba ocurriendo en Chiapas, en el mundo jacker o en el tema de fronteras. Ahora parece que está todo disponible en Internet aunque no sé si es verdad que nos enteramos tanto. Pero en ese momento era un sistema circulatorio muy importante en un momento de aparente despolitización de la sociedad. Es algo que se dio a mediados de los 90 como una forma de salir de la apatía de los 80, de esa aceptación del “no hay alternativa” tatcheriano” que parecía dejar el mundo totalmente en manos de capitalismo y de la satisfacción personal de cada cual. Creo que para muchos de mi generación rompió el espejismo y nos permitió politizarnos de una manera nueva que ya no dependía de las viejas estructuras de partidos y sindicatos, sino que pasaba por una relación mucho más inmediata, más directa y concreta con los entornos.
-Vi algunos de los videos del desalojo del cine Princesa y fue algo muy brutal.
-Sí, fueron escenas de guerra, una demostración de fuerza por parte del gobierno y de la policía que produjo la reacción contraria de la que perseguía. Lejos de atemorizar a la ciudadanía, lo que pasó esa tarde fue un desborde absoluto incluso de los cauces de lo que había sido hasta ese momento el movimiento okupa. Ese desalojo produjo un giro e interpeló a mucha gente como yo aunque no afectaba a gente amiga o conocida. Rompió el marco y donde había un conjunto de mundos particulares emergió un problema común que es qué tipo de ciudad queremos y de qué modo queremos vivir en ella.
-Vos sos crítica de los partidos políticos. En 2001 muchos argentinos también pidieron “que se vayan todos”.
-La frase fue para nosotros muy inspiradora.
-Pero aquí también fue vivida como una forma de despolitización. ¿De qué modo se puede llevar a cabo la política sin la presencia de los partidos políticos?
-Mucho de lo que aprendimos en esos años fueron formas de politización, no de antipolítica. En los 80 nos habían fabricado unas vidas totalmente despolitizadas dedicadas al éxito económico, el ocio y la profesión. La política estaba resuelta en manos de los partidos y de las instituciones. Cuando se produce el giro, se retomaron toda una serie de prácticas de auto organización política por fuera de los partidos políticos. No son la solución a todo, pero sí creo que son semillas de otras formas de organización e institucionalidad política. Yo no caería en la trampa de elegir entre la política formal y la espontaneidad de las masas. Puede haber organización política e institucionalidad fuera de las formas históricamente inventadas de los partidos políticos. Puede haber otras formas de organización ciudadana menos centralizada que no deja de ser política. Los partidos políticos son maquinarias muy perversas de agrupar un conjunto de intereses bajo la lógica de ganar o perder.
-Vos hablás del turismo como un veneno que ha dañado a Barcelona.
-Sí. Me refiero al turismo como industria turística masiva, no como la actividad individual y colectiva de viajar a conocer lugares. En este sentido es una experiencia relacionada con la sociedad de consumo, estandarizada, marcada por la masificación y el estándar. El ser mismo de la ciudad se transforma de esta manera en una marca a consumir que está dispuesta a todo para seguir estando arriba del ranking de las marcas. Hay que hacer todo para no bajar y no dejar que sea otra la que esté de moda este verano. La vida de eso que se vende como marca a consumir queda afectada de arriba abajo porque el código de prioridades está alterado. Lo importante pasa a ser que atraiga visitantes.
-En Nueva ilustración radical hablas de “anti ilustración”. ¿En qué sentido entendés este concepto?
-“Anti ilustración “es una forma de resumir muchas tendencias contemporáneas hacia el dogmatismo y el despotismo. Me refiero al dogmatismo cultural, religioso, político. En cuanto al despotismo, creo que el ejercicio del poder se está reafirmando en muchas partes del mundo. Son posiciones que anulan cualquier posibilidad de ejercer la crítica como práctica del pensamiento, como práctica política. Esto es lo que está pasando hoy: dentro del despotismo y el dogmatismo la crítica se convierte en una práctica violenta. En España y en otras partes del mundo vivimos otra vez la criminalización de la disidencia que no sólo cada vez encuentra menos espacio, sino un espacio más amenazado y más peligroso.
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