El integrante del Instituto de Masculinidades y Cambio Social afirma que el Estado tiene que brindar un trabajo integral para deconstruir los hábitos patriarcales.
Rodríguez es militante territorial y trabaja en un dispositivo de atención con varones que ejercen violencia de género. Desde allí reflexiona acerca de qué se trata hablar de masculinidades.
–¿De qué se habla cuando se habla de nuevas masculinidades?
–El concepto de nuevo no nos gusta mucho porque lo que plantea más es una revisión de la masculinidad tradicional, después la construcción que cada uno hace de la masculinidad tiene que ser libre del mandato de su masculinidad normativa o hegemónica. Estamos un poco dejando el término de nuevas masculinidades, sino masculinidades en plural porque hay tantas expresiones de masculinidades como varones que somos. Hay que romper con ciertas estructuras de una masculinidad que no acompañe a la época ni a los movimientos.
–¿Qué debates se ponen en juego o aparecen en esas inquietudes y charlas y encuentros que tienen ustedes en esos espacios?
–La pregunta rectora que aparecen en estos espacios es qué hacemos los varones ante los movimientos feministas, y lo que primero surge es esto de mirar hacia adentro y no calificar ni estigmatizar estas violencias extremas de acontecimientos que han tenido repercusión recientemente como algo ajeno a la construcción de la masculinidad. Más allá de que ninguno en forma singular puede llegar a una violencia hasta ese extremo. Pensar en qué medida la reproducimos en nuestros vínculos violencias o desigualdades en un montón de áreas, entonces en este espacio de reflexión se trabaja sobre reconocer cómo los mandatos y los privilegios de la masculinidad nos atraviesa y son una forma de padecimiento para los varones y para las personas con las que los varones nos relacionamos.
–Hay una intención de interpelarse, ¿cómo se manejan esas cuestiones que aparecen en la interpelación?
–La demanda es muy diversa. En este espacio de reflexión y construcción es también revisar la historia para ver en qué momento naturalizamos ciertas prácticas como asociadas a nuestra posición de varones. Esos momentos de nuestra historia, nuestro crecimiento y nuestro desarrollo que hemos tenido que demostrar para ser varones.
–¿Cómo juegan en estos espacios los debates antifeministas?
–Son discursos que están en un nivel de sentir que la ampliación de derechos de las mujeres va en detrimento de los derechos de los varones. Es como una cuestión competitiva como si estuviéramos perdiendo derechos porque las mujeres los ganan. Lo que planteamos es una posición más integral de pensar que los movimientos feministas también nos otorgan libertades a los varones. Que renunciar a nuestros privilegios nos permiten unas elecciones ya sea sexuales o de identidad más libres de mandatos. Es un desafío tanto para el instituto y para quienes trabajamos con varones, interpelar esos movimientos más reaccionarios, pero son emergentes que no sólo se dan en cuestiones género.
–¿Cuál es el tipo de trabajo que se puede hacer cuando te enfrentás con varones que cometieron violencia de género?
–Tratamos de no generar un espacio pedagógico y no punitivo. Se hace difícil prescindir de toda escucha moral y desarmar ese discurso y esa forma de construcción escuchando algunas situaciones de violencia. Implica mucho trabajo entre pares y su producción entre pares, es empezar a desarmar esos discursos y apelar a la resolución de conflictos teniendo como base el consentimiento, el acuerdo, el diálogo. Muchos de los varones que hemos sido socializados hemos sido socializados para resolver los conflictos en forma violenta. El primer recurso es generar espacios de diálogo y eso empieza a romper ciertos mandatos masculinos.
–¿Cuál es el rol del Estado en esta construcción de masculinidades?
–El Estado tiene que pensar en brindar el acceso a los derechos de la manera más integral posible y el Estado ha generado -deficiente o no-, respuestas a quienes sufren una situación de violencia de género. Pensar una política integral tiene que incluir necesariamente a quienes la ejercen, en este caso, somos la mayoría varones. Una política con una mirada amplia tiene que entender la perspectiva de género en términos relacionales. Son dos las partes del conflicto más allá de que hay alguien que lo padece o lo ejerce.
Cuestionar la forma de existir como varones
La violación grupal en Palermo abrió varios debates en torno a la masculinidad. Al respecto, Rodríguez afirma. “Si nomenclamos este hecho como monstruoso patológico, dejamos de verlo como un emergente social. Y me parece interesante pensarlo no como un emergente de algo fortuito y desafortunado sino como parte de nuestra constitución como varones. Sí es necesario que como varones condenemos y repudiemos todo eso, pero no indicándonos como pasó con unas personas con las que no me siento representado, porque ¿en qué medida reproduzco algunas complicidades, algunos silencios o algunas ciertas reproducciones de violencia entre amigos? Hay una parte de la sociedad que tiene una intención de mayor reflexión sobre esto. En todos los medios se dejó de llamar “manada” porque le ponemos una nomenclatura animal a algo que es una conducta de seres humanos. No sé si este término se ponía en discusión diez años atrás. Me parece hay algunos cambios que se empiezan a jugarse a nivel de los significantes, para definir este tipo de situaciones.”
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