Los líderes del G7 denuncian la amenaza nuclear de China y Rusia… desde Hiroshima

Por: Alberto López Girondo

Los líderes de las potencias industriales de Occidente se reúnen en la ciudad japonesa donde por primera vez se usó una bomba atómica sobre seres humanos. Sanciones y F-16.

Si Estados Unidos quería dar una muestra de lo que es capaz, no podía haber elegido mejor lugar para la Cumbre del G7 que Hiroshima, la ciudad japonesa donde a las 8:15 horas del 6 de agosto de 1945, un B-29 de la USAF bautizado Enola Gay arrojó la Little Boy, primera bomba atómica sobre población civil en la historia de la humanidad, matando a unas 80.000 personas en forma instantánea. Tres días después un artefacto aún más poderoso destruyó Nagasaki.

Entre este viernes y hoy, los líderes de las siete potencias económicas más grandes de Occidente se dieron cita en Hiroshima para debatir sobre este delicado momento que vive el mundo por la guerra en Ucrania y anunciaron un nuevo paquete de sanciones contra «la maquinaria de guerra rusa» y –lo más sorprendente teniendo en cuenta el escenario– advirtieron que «la acumulación del arsenal nuclear por parte de China plantea una preocupación mundial y regional».

Los mandatarios de Estados Unidos (Joe Biden), Reino Unido (Rishi Sunak), Francia (Emmanuel Macron), Alemania (Olaf Scholz), Canadá (Justin Trudeau), Italia(Giorgia Meloni) y la Comisión Europea (Ursula von der Leyen) fueron recibidos con toda la pompa por el primer ministro japonés, Fumio Kishida, nacido en esa emblemática ciudad 12 años después del ataque.

Las sanciones a Moscú incluyen bienes considerados críticos «para sus capacidades de combate», mientras que Londres y la Unión Europea pergeñaron restricciones al comercio y uso de diamantes de Rusia, para lo que juran disponer de tecnología de punta para el seguimiento del material. En cuanto a China –que a algo más de 2100 kilómetros desarrollaba su propia cumbre regional (ver aparte)– los jefes de estado condenaron «la aceleración de la acumulación de arsenal nuclear (…) sin transparencia ni diálogo significativo», y ya que estaban, fustigaron la «retórica nuclear irresponsable» de Rusia.

Al encuentro en Japón fueron como invitados los líderes de Brasil, India, Australia, Indonesia, Corea del Sur, Vietnam, Comoras e Islas Cook. También el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, quien se demoró en otra cumbre en Arabia Saudita. Ni Lula da Silva, que trabaja febrilmente para reinsertar a su país en la gran mesa de discusión internacional, ni Narendra Modi, premier indio, apoyan las sanciones a Rusia e integran junto con Sudáfrica los dos «condenados» en Hiroshima del grupo BRICS.

Más aún: el mandatario brasileño les dijo a sus pares occidentales –tras cuestionar el «dogma neoliberal» y apoyar el reclamo de Argentina ante el FMI (ver aparte)– que la solución a los graves problemas que vive el mundo «no está en la formación de bloques antagónicos o respuestas que incluyan sólo a un pequeño número de países».

Cuentas pendientes

La Segunda Guerra Mundial terminó en Europa cuando las tropas soviéticas tomaron Berlín, el 8 (o 9, según el calendario juliano) de mayo de 1945. Japón, el otro aliado de las potencias del Eje, estaba buscando negociar una paz lo más honorable posible para el emperador, según varias investigaciones. De acuerdo a otras interpretaciones, el presidente Harry Truman no era amigo de los soviéticos como lo fue Franklin Delano Roosevelt. Pero el impulsor del New Deal había muerto el 12 de abril de ese año, a 82 días de haber asumido su cuarto mandato, y su sucesor, anticomunista visceral, quiso dar fuertes señales al interior de EE UU, a la Unión Soviética y a las fuerzas lideradas por Mao Zedong, que avanzaban hacia la toma del poder en Beijing. Qué mejor que mostrar el poderío apocalíptico de EE UU.

El militar a cargo de las fuerzas en el Pacífico, el general de cinco estrellas Douglas MacArthur, dirigió la ocupación del Imperio del Sol Naciente y rediseñó al Japón moderno a cambio de la continuidad de Hirohito y una constitución de tipo occidental. Pero con la creación de la República Popular China, en octubre de 1949, y la guerra en Corea en 1950, no tuvo mejor idea que recurrir a la amenaza atómica contra el nuevo régimen chino. La iniciativa fue desechada cuando Mao le respondió a un enviado de Truman –según reveló Henry Kissinger en su libro China– que su país tenía 600 millones de habitantes. «Cuántos pueden matarnos en un ataque nuclear. ¿50 millones, 100 millones? ¿Todavía nos quedarían 500 millones?».

MacArthur fue destituido en 1951. La guerra en Corea continuó hasta un armisticio en 1953. Recién en 2019 Donald Trump firmó un tratado de paz con el norcoreano Kim Jong-un. Más de siete décadas después, el gobierno de Joe Biden se lanzó a una ofensiva contra los principales escollos para la supremacía estadounidense y arrastra a sus aliados al pozo negro de Ucrania.

En Japón, además de sostener el apoyo a Kiev y defender las políticas de aislamiento y confrontación con Moscú y Beijing, Biden  abrió las puertas a la entrega de aviones F-16 al autorizar a que se entrene a pilotos ucranianos en el uso del caza estrella del conglomerado industrial-militar de Estados Unidos.  «

Lula, Argentina, FMI, multipolaridad y un plan de paz que Kiev no quiere

«El endeudamiento externo de muchos países, que victimizó a Brasil en el pasado y hoy destroza a Argentina, es causa de una flagrante y creciente desigualdad, y requiere un tratamiento del FMI que considere las consecuencias sociales de las políticas de ajuste». La frase de Luiz Inácio Lula da Silva resonó como otra bomba en el encuentro del G7 de Hiroshima. El presidente brasileño fue uno de los invitados «extrapartidarios» a la cumbre occidental y usó el escenario para poner la situación argentina sobre la mesa. «El sistema financiero global tiene que estar al servicio de la producción, el trabajo y el empleo. Sólo tendremos un crecimiento sostenible real dirigiendo esfuerzos y recursos hacia la economía real», agregó. El líder metalúrgico se reunió este sábado con la titular del Fondo, Kristalina Giorgieva, para plantearle un reclamo similar, según informó la cancillería brasileña.

En su discurso en la cumbre, donde le tocó estar sentado junto a Joe Biden, Lula fue más lejos: «No nos hacemos ilusiones. Ningún país puede hacer frente solo a las amenazas sistémicas actuales. La solución no está en la formación de bloques antagónicos o respuestas que incluyan sólo a un pequeño número de países. Esto será particularmente importante en este contexto de transición a un orden multipolar, que requerirá cambios profundos en las instituciones».  El mensaje sólo encontró miradas serias y solemnes

Lula también se cruzó en los pasillos del hotel Grand Price, de la isla de Ujina, a unos cinco kilómetros del centro de Hiroshima, con su par de Ucrania, Volodimir Zelenski, quien llegó a Japón tras pasar por la cumbre de la Liga Árabe. Al cierre de esta edición no se habían sentado en una bilateral. Brasil presentó un plan de paz que fue descartado in limine por Kiev, ya que entienden que implica reconocer la soberanía rusa en territorios de Crimea y el Donbass como parte de un acuerdo para terminar con la guerra desatada el 24 de febrero de 2022. Zelenski en cambio se había reunido con todos sus pares europeos –todos le prometieron el oro y el moro– y también con el indio Narendra Modi, quien se comprometió –así, vagamente– a «asegurarle que para resolver (el conflicto) India, y yo personalmente, haremos todo lo posible».

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