Si esto apareciera escrito en un viejo cuaderno con tinta podría sonar a tiempos remotos, donde no existía la ley ni el orden. Pero no. Si uno busca Javier Chcocobar en YouTube podrá ver el video del instante previo a este asesinato durante el mes de octubre de 2009, mas específicamente un día 12.
También se podría ver el video de ese mismo año donde cientos de dirigentes indígenas se movilizaron a la casa de la provincia de Tucumán en la Capital Federal reclamado justicia.
Unos 8 años después, otro video nos muestraa otro Chocobar, Luis, que bien podría ser hijo o nieto de algún cacique de algún pueblo pero ya asimilado a la cultura argentina, si es que eso existe.
Este Chocobar, flamante policía municipal, se encontró con un turista norteamericano gravemente herido (quien luego agradeció sorprendido al desvalijado sistema de salud pública y gratuita de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires) tirado en el piso recién acuchillado. El joven Chocobar salió raudamente a buscar al victimario a los tiros hasta que logró matarlo y tal vez rematarlo con un arma comprada por el Estado. El ladrón estaba desarmado como Javier Chocobar, el diaguita. También se vieron videos y se realizaron pruebas sobre esos videos para entender que el policía ahora procesado por asesinato en menos de un año disparó a sangre fría y sin intentar una detención.
Tal vez podríamos hacer el esfuerzo e imaginar un encuentro entre ambos Chocobares: uno víctima y uno victimario. Ambos tal vez podrían tener un origen geográfico similar y porque no algún antepasado común. Al menos es posible.
El abuelo Javier seguramente tuvo una vida campesina de despojo y maltrato. Un comunero diaguita es básicamente un orgulloso guerrero que a través de generaciones sobrevivió camuflándose y aceptando una vida sometida a los terratenientes que por décadas los esclavizaron en sus propios territorios. Al menos los que sobrevivieron a las matanzas, y porque no al traslado forzoso como los Quilmes, también diaguitas, que en los inicios de la colonia fueron obligados a caminar más de mil quilómetros para instalarlos en la cercanía de Buenos aires como esclavos serviles a las iglesias. Luego con el tiempo una ola de leyes que contemplaban los derechos indígenas los incluyó en los papeles como sujetos de derecho. Muchos, muchísimos, emigraron y se instalaron en los suburbios de las ciudades buscando la quimera capitalista del confort y la ilusión del ascenso social a un costo bastante alto en términos culturales: buscar asimilarse para camuflarse entre los protagonistas del confort y vida maravillosa del intercambio monetario y la plusvalía.
Algunos migrantes denominados cabecitas negras se sumaron a algún movimiento social que le proponía salir de la esclavitud mediante leyes impuestas para regular a quienes aun eran sus dueños. Sin embargo, lamentablemente en muchos lugares no llegó ese avance, o duró poco tiempo. Los dueños de todo volvieron a sangre y fuego.
Luis Chocobarpodría haber sido el hijo de un cabecita negra que recibió el legado de sobrevivir y adaptarse al medio buscando un lugar donde la ley lo proteja al adoptar la cultura argentina.
Pero Luis tal vez podría haberse enamorado de una tucumana y pedir un pase, por ejemplo, y en algún momento encontrarse con Dario Amín, que le ofreciera ganarse unos pesos si lo acompañaba a hacer un trabajito para desalojar unos vagos que ocupaban un campo que él compro y no lo trabajan. Así podríamos pensar que Luis estuviera frente a Javier.
¿Qué paso con los Chocobares que en tan poco tiempo pueden estar enfrentados con un arma de guerra? Pasó la cultura del Estado argentino en su versión moderna, que nace con la necesidad de eliminar lo diferente para poder creer ser, paso la propiedad privada, el sistema de relaciones económicas, la bandera, el San Martín de Mitre y el Sarmiento de la sangre del indio.
Pero también pasaron las vidas de ellos y sus predecesores con diferentes objetivos. El primero, sobrevivir y poder ejercer un derecho sobre la tierra que sus antecesores mantuvieron ordenada para el desarrollo de su pueblo. El segundo, una vida propiciada por los medios, el marketing y el consumo, donde le inculcaron que se puede justificar por la propiedadprivada y el esfuerzomatar aun vago.
El primero comenzó ejercer su derecho y con su vida logro que su comunidad pudiera persistir en el mismísimo ejercicio del derecho, tanto así que luego de tantos años de lucha y persistencia están a punto de lograr que se imparta justicia a los asesinos de su abuelo y dirigente y previamente lograron el reconocimiento de su territorio y la conformación como comunidad .
Los chuschagasta están de pie honrando los derechos por los que murió su abuelo y seguirán su pelea con la conviccion que los llevará a triunfar.
Luis está padeciendo su rapto de capitalismo salvaje sin poder poner como atenuante a la pena que le podrían dar, que el accionó como lo medios, sus influencias morales, la televisión y el discurso dominante le ordenaban y marcaban como una obligación. Ni siquiera le sirvió que el marketing presidencial lo utilizara para sumar algunos puntos de imagen positiva entre los más reaccionarios votantes de la nación. Seguramente Luis seguirá viviendo peor, encarcelado y frustrado porque el sistema lo usó, lo expuso y lo tiró ala basura sin siquiera darle nada de las falsas promesas de confort estabilidad y gloria consumista.
Los Chocobares resultaron ser dos victimas del mismo sistema, aunque uno pareciera ser victima y el otro victimario. Aunque a Luis ser victima de un sistema no lo exculpa de los hechos que el mismo decidió hacer, ni a Javier ser victima le va ayudar a poder disfrutar de su lucha y resistencia.
Pero ¿cuánto de Chocobar tenemos en cada uno de nosotros? Cuánto de Luis y cuánto de Javier vivimos día a día, ¿cuánto nos inculcaron el la escuela y cuánto de ellos tienen las instituciones de la Patria?
¿Por qué los Chocobares estamos destinados a la subalternidad en este continente?
Cuanto hay de ario y blanco en la capa más alta del sistema de relaciones económicas que predomina en el Abya Yala (América)?
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