El fuerte discurso de Felipe VI contra la dirigencia catalana enmarca en la historia de la dinastía que perdió las colonias americanas hace 200 años.
Pero no, se cargó sobre sus espaldas toda la prosapia como Felipe Juan Pablo Alfonso de Todos los Santos de Borbón y Grecia y acusó a las autoridades catalanas de «una deslealtad inadmisible» y de buscar el quiebre de la unidad española. Y no solo salió en defensa del jefe de Gobierno, el conservador Mariano Rajoy, sino que selló con su discurso la posibilidad de un mínimo diálogo con los independentistas para no desbarrancar en el peor escenario.
El Partido Socialista Obrero Español (PSOE), con una cúpula algo más tirada a la izquierda luego de elecciones internas, la de Pedro Sánchez, hace malabares para despegarse de ese baldón. Desde el lado de Podemos, Pablo Iglesias se atrevió a cuestionar que el monarca prefirió ser parte del problema y no de la solución al entuerto catalán. Más aún, le recordó que es un rey no votado y por lo tanto puede hablar de muchas cosas, pero «no en nuestro nombre». Los demás «orejean» las barajas para ver cómo acomodarse, aunque ahora los franquistas muestran que no se habían esfumado.
Es cierto, como señala Iglesias, que Felipe VI no fue elegido. Ningún rey lo es. Sin embargo tiene una legitimidad de origen algo más prolija que la de su padre, Juan Carlos I, quien si fue elegido. Por el dictador Francisco Franco, en julio de 1969, en ocasión de los 30 años del fin de la Guerra Civil.
Transición forzada
La historia de Juan Carlos I ya venía mal barajada. Su designación fue una suerte de cabronada de Franco, que estaba enfrentado con su padre, Juan de Borbón, el heredero natural de Alfonso XIII, el monarca destituido por la Segunda República en 1931.
Para colmo, a los 18 años mató a su hermano menor, Alfonso, de un balazo accidental, según la información oficial, cuando jugaba con un revólver. Este hecho generó la sospecha de su tío, Jaime de Borbón, que también aspiraba a la corona y pidió una investigación policial, que nunca se hizo.
La historia del primer rey de la transición democrática terminó también envuelta en escándalos.
Tras divulgarse fotos sobre safaris armados en África para la matanza de animales en vías de extinción, salieron a la luz sus relaciones «impropias» con una noble alemana con la que había convido en una finca remodelada con fondos que pagaban los españoles con sus impuestos. Eso, sumado a que su hija, la infanta Cristina de Borbón y Grecia, estaba también envuelta en maniobras financieras junto con su esposo Iñaki Urdangarin, piuso a la monarquía en jaque. Así fue que Juan Carlos I abdicó en febrero de 2014 en favor de Felipe.
El heredero ya tenía el nombre elegido desde la cuna y debía entonces ser el número VI en la corona española. Le sigue al primer Borbón que reinó en España, Felipe de Anjou, que «salió a la cancha» con el número V y debió enfrentar el rechazo de los catalanes desde el primer día.
El tema es que la dinastía de los Habsburgo no mostraba herederos directos en España luego de haber gobernado entre 1516 y 1700. De allí que aparece como sucesor este primer Borbón, una casa real de origen francés.
Este cambio despertó una guerra de Sucesión ya que los catalanes reconocían como legítimo aspirante a la corona en Madrid al archiduque Carlos de Habsburgo. Los ejércitos Borbones sitiaron a Barcelona hasta que el 11 de setiembre de 1814 lograron derrotar a las últimas resistencias locales.
Esa fecha se la conoce como la Diada y es el día en que se celebra la nacionalidad catalana.
Pero hay otra fecha en que los catalanes recuestan su identidad, el 7 de junio de 1640. Ese día se desata una rebelión contra los abusos de las tropas monárquicas -estos eran tiempos de los Austrias, por cierto- en el marco de la guerra entre españoles y franceses.
Protagonizada por campesinos, se la conoce como La guerra de los segadores y mantuvo a la región en vilo durante 12 años.
En recordación de ese acontecimiento en 1899, y sobre la base de un tema del cancionero popular, se le puso una letra que ahora es el himno catalán, que le cantaban los ciudadanos a la Policía Nacional este domingo.
Dice:
Cataluña, triunfante,
¡volverá a ser rica y plena!
¡Atrás esta gente
tan ufana y tan soberbia!
Otras derrotas
La historia de los Borbones, en tanto, tiene muchas derrotas en su haber y son las que muchos esperaban que les servirían de espejo donde no mirarse.
En esta página se puede ver, junto a Felipe V, el primer Borbón en Madrid, a Fernando VII, el rey por el que juraron los patriotas de Mayo de 1810 en Buenos Aires.
Como se puede observar, tiene una banda con los colores celeste y blanco. Los colores de la familia real. Sin pretender una polémica con este detalle, todas las juntas populares surgidas tanto en la península como en América, resistían la coronación en Madrid de José Bonaparte, el hermano de Napoleón, a nombre del Borbón.
Derrotado en 1814 el Gran Corso, Fernando recuperó la monarquía, bajo la mirada esperanzada de los criollos en que finalmente tendrían mas injerencia en las decisiones de Estado español a través de una mayor autonomía o de una dosis fuerte de federalismo.
Fernando VII hizo todo lo contrario.
Pretendió recuperar el control de modo absoluto con el resultado de que España perdió definitivamente todas sus colonias en el curso de diez años, en la batalla de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824.
El ímpetu nacionalista catalán, por su parte, se mantuvo firme y fue uno de los asuntos sin resolver tanto en el reinado de Alfonso XIII, con la dictadura de Primo de Rivera, como en la República.
El acuerdo de convivencia democrática tras la muerte de Franco, quedó plasmado en la Constitución de 1978. Hasta que en 2006 se votó -con más del 70% de aprobación- el Estatuto autonómico. Pero en 2010, y a instancias del Partido Popular, la Corte Constitucional lo anuló en parte, generando las primeras muestras de resistencia al Estado Español en esta etapa histórica.
Es cierto que todo se fue degradando a medida que avanzó la crisis económica, que llevó a recortes presupuestarios de todo tipo en la región más rica de España y que aporta el 20% del PBI nacional sin recibir, como dicen sus pobladores, un beneficio equivalente. Es cierto también que además fueron apareciendo escándalos de corrupción en el partido del gobierno en Madrid y en el que gobernó por décadas en Cataluña. Y que la clase dirigente regional se encaramó en ese latente deseo de mayor autonomía para cambiar el eje del debate, como señalan los que critican a la oligarquía local desde la izquierda. También, que el nacionalismo a ultranza de muchos catalanes tiene tintes incluso xenófobos.
Pero la «solución borbónica» no hace más que sumar apoyos al independentismo. Como viene pasando desde hace más de 200 años.
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