Esteban, el personaje de El único refugio, la novela que acaba de publicar María Laura Pérez Gras, comienza a construir su vida en los Estados Unidos. Pero un simple malentendido con sus documentos lo conduce hasta el submundo de la cárcel y a un desenlace trágico. Una historia en la que se mezclan la vida de un argentino preso fuera de su país con la vida carcelaria de Antonio Gramsci.
“La escribí durante nueve meses, explica. La corregi ocho años más tarde, pero la base fue la que escribí durante ese período. Luego, por supuesto, la pulí con mis editores. Creo que fue el momento justo para publicarla por varios motivos. Hay un reflote de la temática de la inmigración, pero además, estoy en un momento personal en el que pienso que puedo acompañar este libro de otra manera. Creo que puede tener un valor literario y también documental, porque finalmente cuenta la historia de un inmigrante argentino y los argentinos parece que siempre miramos la inmigración por televisión. Sin embargo, tenemos nuestra propia historia de migración hacia adentro que nos marcó como sociedad, pero no hablamos muchos de la emigración, del irnos afuera. Creo que algo en lo que no queremos profundizar. No sé por qué. No sé si es por los que tuvieron que irse durante la dictadura o si es por una cuestión de orgullo identitario”
Y agrega: “Toda la gente de mi generación tiene un pariente o un amigo que se fue afuera y que no volvió. Nuestros abuelos llegaron huyendo de la guerra y de la pobreza. Durante la dictadura mucha gente se fue para salvar su vida, después de 2001, por razones económicas. Quizá las circunstancias fueron distintas pero el dolor fue el mismo. Sin embargo, esto último no está muy trabajado ni en nuestra literatura ni como problemática social.”
-¿Cómo se te ocurrió mezclar la historia de Esteban Eloy Rodríguez, tu personaje, con la de Antonio Gramsci?
-La primera historia, que yo ficcionalizo, viene de mi hermano a quien le pasó algo parecido aunque en una escala mucho menor. Tuvo un malentendido en el aeropuerto y como no tenía vuelo en el día para volver a su país, lo llevaron a una celda tal como la que describo en la novela. Pasa una noche en la cárcel porque en Estados Unidos no hay ninguna política migratoria que contemple que una persona no pueda sea deportada en el día, por lo que si no tiene vuelo para volver a su país ese día, tiene que dormir en la cárcel. Mi hermano no estaba en una situación de ilegalidad, simplemente ellos interpretaron la situación de una manera subjetiva sobre una ley que es cuestionable, dudosa y tiene un montón de defectos. Esa historia me había parecido un abuso de poder y me había conmovido por lo cercano del caso. Es algo que nos puede pasar a todos.
.¿Y la historia de Gramsci?
-En una clase una profesora se refirió a sus teorías y de pronto comienzó a dar algunos datos sobre la vida de Gramsci que yo desconocía. Fundamentalmente dijo dos cosas: que él no había conocido nunca a su segundo hijo por estar encarcelado y que una persona cercana a Mussolini se dio cuenta de su inteligencia y le dijo a Mussolini que no había que dejarlo escribir.Él mismo se encargó entonces de que Gramsci estuviera preso. De todos modos no logró callarlo, porque en la cárcel es donde escribe la mayor parte de su obra. La conexión entre las dos historias se produjo cuando estaba volviendo de esa clase. Mientras manejaba pensaba que las dos historias me habían producido el mismo impacto, la misma sensación de vulnerabilidad del individuo aplastado por un sistema que le es ajeno y que no puede manejar. Pero, al mismo tiempo, sus ideas no se quiebran, sino, por el contrario, se fortalecen. Ese límite le permite desplegar una serie de herramientas que no sabía que tenía. Gramsci era una persona menuda que había tenido problemas físicos en su infancia, había tenido que trabajar desde niño levantando mucho peso y que, por lo tanto, tenía malformaciones.
-Y te metiste entonces de lleno en su historia.
-Sí, me metí en su vida de punta a punta. Leí sus cartas y los fragmentos de ellas que cito en la novela son literaless.
-¿Cuándo escribiste la novela? Te lo pregunto porque parece escrita hace muy poco dado los problemas que hay en este momentos con los inmigrantes, las políticas de Donald Trump con los mexicanos, por ejemplo.
-La escribí en 2008 y la historia de mi hermano ocurrió en 2004. En ese momento había muchas situaciones referidas a las migraciones que eran nuevas y que ahora naturalizamos como la revisión que se hace en los aeropuertos a partir del ataque a las Torres Gemelas. En 2001 hubo un cambio de cosmovisión muy fuerte en todas partes y también en Argentina. Nosotros estábamos viviendo una crisis muy intensa. Entre el 2004 y el momento en que me puse a escribir, la historia que protagonizó mi hermano parecía una historia personal. Luego de escribirla la revisé y pensé que había algo en ella que valía la pena compartir. La relación entre Gramsci y Esteban, el protagonista, tomó otra dimensión. Me di cuenta de que no había necesidad de establecer tantos paralelismos, sino que había una cuestión de empatía más allá de las distancias y de las experiencias de cada uno de los dos personajes. En realidad Esteban tiene una vida maravillosa y justamente porque vivió en una cuna de oro la crisis para él es más fuerte, no tiene las herramientas para soportarlo. En cambio Gramsci sufrió durante toda su vida y ese sufrimiento le enseña a sobrellevar el de la cárcel.
-Esteban descubre un costado del mundo que desconocía a partir de la experiencia de la cárcel.
-Exactamente. Ése es su momento de quiebre porque comienza a descubrir que hay otras reglas de juego. En la cárcel comienza a ver la situación de otros presos que son inmigrantes ilegales que tienen una historia para contar que es muy diferente de la suya. Eso lo va transformando.
-Es un proceso de aprendizaje rápido y violento.
-Si, cuando toma la biografía de Gramsci no sabe ni quién es ese autor. Tampoco tiene una idea clara de lo que sucede en otros países latinoamericanos que padecen este problema de la inmigración. En poco tiempo se le arma un panorama que lo devasta. Hasta pierde la noción del tiempo. Fijáte que al principio de la novela hay capítulos y luego deja de haberlos porque se produce una aceleración temporal. Él ya no sabe si es de noche o de día, si lo llaman para desayunar o para cenar. Se pierde en una enorme jornada que lo absorbe por completo.
-Son los cuadernos de Gramsci los que los rescatan.
-Sí, primero es su propia escritura, pero ahí él cuenta los acontecimientos como si les pasaran a otro, no dice qué es lo que siente, sino que registra los hechos. No se contacta emocionalmente con lo que está viviendo. Recién puede hacerlo a través de Gramsci.
-Por la estructura misma de la novela entiendo que no pudiste dejarte llevar por la escritura, ya que ambas partes tenían que ajustarse de manera exacta. ¿Qué tenías de la novela en el momento de sentarte a escribir?
-Todas las partes de Gramsci y las entrevistas grabadas que le hice a mi hermano porque él vive afuera, en los Estados Unidos. Le pregunté detalles tales cómo qué tenía puesto cuando llegó a la cárcel desde el aeropuerto, cómo era la cena en la cárcel, qué objetos de higiene tenía en la celda, qué le permitían hacer y qué no. Todo lo que cuento de la experiencia carcelaria es lo que está registrado en esa entrevista con mi hermano. Claro que él pasó allí una sola noche, mientras que el personaje de mi novela vive diversos aplazamientos del viaje y yo tenso la narración hasta el límite. Lo de Gramsci está todo documentado excepto las conversaciones que tiene con su cuñada cuando va a visitarlo a la cárcel que, por supuesto, es ficción. Todo lo demás está basado en lecturas, está documentado.
-El problema de los inmigrantes hoy está en el centro de la escena mundial.
-Sí. Mi novela está escrita antes del gobierno de Trump, en una etapa todavía un poco ingenua respecto de lo que vendría después de su gobierno. En todo el mundo el problema de los inmigrantes se acentuó. Las relaciones internacionales se fueron poniendo más tirantes, más difíciles. Cuando escribí la novela pensé si no exageraba. Creo que, por el contrario, hay historias terribles de niños en campos de refugiados que quedan solos porque sus padres son deportados, de gente que muere en el mar antes de llegar a destino. Es algo desgarrador que los argentinos seguimos mirando por TV aunque nos puede pasar a todos. Por eso me fascinó la historia del periodista kurdo-iraní Behrouz Boochani, que fue recluido por Australia durante 5 años en la prisión de Manus y desde allí fue escribiendo una novela por WhastApp. Se la envió a alguien y con ella ganó el Premio Victoria, el galardón literario más importante de ese país.
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