Luis Hornstein y los desafíos del psicoanálisis en tiempos de crisis. En su último libro, Ser analista hoy, se manifiesta contra los modelos rígidos que excluyen la dimensión social de los conflictos psicológicos.
Un excelente libro de consulta para profesionales del campo psi y para todo aquel que, sin serlo, tenga alguna curiosidad o interés en el tema.
–Suele pensarse el psicoanálisis como algo que sucede sólo entre el paciente y el analista. En su libro usted incluye también la dimensión social. ¿De qué forma un analista puede incorporar al análisis una crisis tan brutal como la que vivimos hoy?
–Esto tiene que ver con distintas orientaciones dentro de psicoanálisis, con el lugar que cada una de ellas le da a la realidad actual. El psicoanálisis estuvo muy tomado por una concepción determinista en la que la infancia era un destino, en vez de considerar que, cuando estamos frente a personas menos patológicas, la historia es una mezcla de determinismo y azar. El azar tiene que ver con la realidad actual. Muchas veces se confunde historia con historia infantil; la historia de un individuo tiene que ver con la historia infantil, pero también con la historia adolescente, con el resto de la historia. La otra cuestión que tiene que ver con lo que estamos viviendo es la dimensión traumática. Lo traumático es todo exceso que no puede ser metabolizado. Si uno tuviera una actualización –yo pretendo tenerla– y pudiera pensar al psiquismo como un sistema abierto y no como un sistema cerrado, las cosas serían distintas.
–¿Qué caracterizaría a un modelo de psiquismo abierto?
–Los sistemas abiertos se caracterizan porque transforman ruidos que potencialmente pueden ser desorganizantes en información complejizante. Hay psicoanalistas que consideran al psiquismo como un sistema cerrado o sellado que se construye en la infancia y luego es una máquina de repetir. Hay otros que pensamos que la historia del sujeto no es un ser, sino un devenir. En ese devenir juega un papel protagónico la realidad actual, la realidad exterior, los vínculos, los encuentros, los duelos, las crisis, los problemas sociales, especialmente cuando, como sucede actualmente, hay tanta incertidumbre, tanto maltrato social, cuando hay gente que luego de trabajar toda su vida ve que recibe una limosna del Estado o la beneficencia de la familia, si tuviera la suerte de tener una y sentirse protegido. Es difícil poder pensar, salvo cuando estamos ante situaciones muy patológicas, en alguien que no interactúa con las realidades con las que le toca lidiar. Si revisamos la Argentina de los últimos 40 años, nos encontramos con el terrorismo de Estado, que es lo más terrible que nos pasó y que a algunos nos obligó a exiliarnos; nos encontramos también con la hiperinflación, la hiperrecesión, la hiperdesocupación, la hipercorrupción. El prefijo griego hiper significa exceso, un exceso que todo sujeto tiene que metabolizar para evitar desorganizarse o caer en una depresión. Algunos dicen que los argentinos, por todas las crisis a que hemos sido expuestos, estamos mejor preparados para asimilar situaciones traumáticas, podemos transitar situaciones difíciles de tramitar de una manera más creativa. Esta es una característica de los que hemos tenido que lidiar con situaciones políticas y sociales. Son situaciones muy difíciles porque la sociedad, en vez de permitir que se consolide tanto la identidad como la autoestima, es una sociedad que maltrata, que no cuida adecuadamente a los ciudadanos. ¿Cómo podría alguien que está lidiando con la subjetividad no tener en cuenta las realidades, los duelos, en fin, todo lo que conforma una situación de crisis?
–¿Qué pensaba Freud al respecto?
–Freud consideraba la realidad como una cuarta instancia junto al Yo, el Superyó y el Ello. Que la considerara como una cuarta instancia tiene que ver con el peso que le atribuimos en la vida de cada persona a su historia actual.
–Usted propone una relectura de Freud.
–Sí,muchas corrientes posfreudianas cayeron en un solipsismo al considerar que la subjetividad se construye en los primeros años de vida y luego cada quien vive en su mundo de fantasía sin ser alterado por las experiencias que le toca vivir, por los vínculos, por los logros, por los conflictos sociales… Esto es irreal. Uno puede ver cómo en ciertos momentos se incrementan las depresiones, las enfermedades psicosomáticas, los trastornos de pánico, las angustias. Hay correlación con las situaciones sociales. También es cierto que hay problemáticas psíquicas que no tienen mucha vinculación con el afuera. En 2006 yo escribí un libro sobre depresión porque es una de las problemáticas psicológicas en la que tal vez más incide la problemática social. Hay depresiones endógenas que no tienen que ver con lo biológico, pero son pocas, y están las depresiones que tienen que ver con los duelos, con las situaciones vitales, las formas de tramitar o no ciertas realidades. Estas últimas aumentan en una proporción bastante cercana a las problemáticas histórico-sociales.
–¿Registra en su consultorio en este momento un aumento de la depresión?
–Si pensamos que las depresiones tienen que ver con el proyecto de vida que tiene cada quien y con la forma en que se ve a sí mismo, en la medida en que hoy en día y cada vez más hay muchos proyectos que se ven abortados, que son inviables, por supuesto que la depresión ha aumentado. Hay gente que no sabe si va a poder mantener la prepaga, si va a poder seguir mandando a sus hijos al mismo colegio, si va a preservar su trabajo. Todo eso genera una distancia entre lo que hubiera querido ser y la representación que tiene de sí mismo y eso es depresión. Porque depresión no es sólo perder algo, sino que esa pérdida genere un efecto en la autoestima.
–Usted habla en su libro de la necesidad de complejización de la teoría psicoanalítica. ¿En qué consistiría esa complejización?
–Creo que este no es sólo un tema del psicoanálisis, casi todas las ciencias ingresan en el paradigma de la complejidad. En mi campo tiene que ver con poder ver al sujeto como un sistema abierto auto-organizado, con poder pensar la historia no de modo lineal del presente al pasado, sino retroactiva. Es el presente el que marca, el que actualiza ciertos aspectos del pasado. Tiene que ver con la relación entre determinismo y azar. Cuanto más complejo es un sistema, menos predictible es. Lo que le pase a una persona va a tener que ver mucho con lo que le toque vivir, con quién se vincule, qué duelos tenga que enfrentar, de qué sublimaciones, de qué trabajos consiga en cuanto a realización personal. En el terreno de la depresión se observa un determinismo biologicista muy motorizado por la industria farmacéutica. Esto lleva a pensar que es un problema químico y punto: no importa lo social, no importa la historia personal, todo se resuelve con una pastilla. Pero también puede haber un reduccionismo psicologista al no considerar lo social y lo corporal, como puede haber un reduccionismo sociologista. El problema no es sólo del psicoanálisis, sino también de las ciencias sociales y del resto de las ciencias. La cuestión es si se piensa en términos reduccionistas o de complejidad.
–¿Las neurociencias por un lado y las posiciones voluntaristas de la autoayuda, que sostienen que todo se puede si hay voluntad, han desgastado la confianza en el psicoanálisis?
–Podemos hablar de las neurociencias, pero la mayor incidencia en nuestro campo terapéutico es la industria farmacológica, que asegura que todo es un problema genético que se manifiesta a nivel neuroquímico, y se resuelve todo con distintas pastillas. Aquí no se trata de un debate intelectual, sino que se ponen en juego otras cosas. Por ejemplo, con los antidepresivos la industria farmacéutica factura 10 mil millones de dólares en los Estados Unidos y 20 mil millones de dólares en el mundo, por lo cual hay una enorme presión para pensar la depresión en términos farmacológicos. Hay también algunos aportes interesantes, pero que todavía no han dado resultados terapéuticos. En las depresiones graves la medicación es insustituible, siempre que esté complementada por un diálogo entre quien medica y su paciente. En las depresiones leves o moderadas, en cambio, es insuficiente. Se requiere la posibilidad de dialogar sobre los conflictos. En cuanto a las corrientes más light, logran cierta eficacia si se tiene un alto nivel de creencia en ellas, un alto nivel de sugestión. Pero es necesario separar el psicoanálisis de la sugestión. «
Contra la cosmética de los conflictos
«Freud –afirma Hornstein– diferenciaba muy bien la sugestión del psicoanálisis. Decía que la originalidad del psicoanálisis radicaba en el hecho de hincar, de llegar hasta la raíz del conflicto. Todo sujeto pasa la vida tramitando conflictos. Un buen trabajo analítico ayudaría a tramitarlos de una manera menos patológica y más ligada a la creación, para que su historia infantil y el resto de su historia no sean sólo fuentes de sufrimiento, sino fuentes creativas. El problema es en qué medida el psicoanálisis sigue manteniendo como eje que el ser humano es un sujeto que atraviesa distintos conflictos a lo largo de la vida. Algunos de esos conflictos tienen que ver con aspectos inconscientes, otros, con aspectos conscientes, pero la idea del conflicto está omnipresente. Ahí es donde uno ve cierto voluntarismo en terapias que no toman en cuenta que la ayuda que se puede brindar consiste en adentrarse en la complejidad de los conflictos que cada quien está tramitando, en lugar de practicar lo que yo llamo una cosmética. Esta consiste en darles un barniz a los conflictos, en decir ‘yo estoy bien’, ‘yo puedo hacerlo todo’. Se confunden dos términos: voluntarismo y voluntad. La voluntad no necesariamente es voluntarismo. La persona que está lidiando, por ejemplo, con el hábito de fumar, tiene que tener voluntad para dejar de hacerlo, no es una decisión que le surge del inconsciente. Voluntarismo es creer que un hábito se puede abandonar de un día para otro, sin un esfuerzo y sin dolor.
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