Los archivos de Uber revelan su estrategia del caos

Por: Jimena Valdez

La filtración de más de 124.000 documentos de lo que se llamó "Uber Files" revela que la empresa tenía una estrategia deliberada de romper o ignorar la ley, y que era muy consciente de ello. La firma atribuyó el contenido de las filtraciones a la era Kalanick, y destaca el cambio de liderazgo y valores. Lo que cambió y lo que no desde sus primeros tiempos. Luchar contra la normativa como estrategia de supervivencia.

Uber ha tenido una historia controvertida desde su fundación en 2009: de los violentos conflictos entre los conductores hasta un software secreto supuestamente utilizado para evadir la aplicación de la ley. Ahora, una filtración de más de 124.000 documentos bautizada como «Los archivos de Uber» muestra hasta qué punto la empresa del cofundador y exdirector general Travis Kalanick aprovechó ese caos para expandirse por 40 países.

Mi investigación explora la relación entre Uber y el Estado. La estrategia de la empresa para crecer a toda costa ha sido desigual, moldeada y frenada por las diferentes normativas de los distintos mercados. En los últimos años, Uber parece haber atenuado su enfoque y detenido algunas de las actividades más agresivas detalladas en las filtraciones. Pero, en mi opinión, la estrategia en la que se basa el éxito de la empresa implica que siempre estará en lucha con las leyes de los países en los que opera.

Los archivos de Uber supuestamente revelan que la empresa tenía una estrategia deliberada de romper o ignorar la ley y era muy consciente de ello. El servicio original de Uber –ciudadanos que conducen a otros ciudadanos en sus coches privados sin permisos ni licencias de ningún tipo– se encontraba en su mayor parte en una zona legal gris. En los correos electrónicos, los ejecutivos bromeaban con ser “piratas” y con que el modelo de la empresa era “jodidamente ilegal” cuando se enfrentaba a la oposición legal para entrar en nuevos mercados.

Los documentos filtrados también revelan el papel que en el éxito de Uber desempeñaron los grupos de presión y las relaciones con políticos amigos. La empresa contrató a poderosos grupos de presión, muchos de ellos antiguos miembros o asociados de gobiernos nacionales que habían prometido acabar con las puertas giratorias entre la política y la empresa. Las reuniones con políticos incluyeron a figuras como el entonces ministro de Economía de Francia (ahora presidente) Emmanuel Macron, y el entonces alcalde de Hamburgo (ahora canciller de Alemania) Olaf Scholz.

Abrazar el caos también incluía, supuestamente, poner en peligro a los conductores de la empresa. Prácticamente en todos los lugares en los que Uber aterrizó, los sindicatos del taxi organizaron protestas que a veces pudieron volverse violentas. Los mensajes de los archivos de Uber muestran que Kalanick consideraba que el hecho de que los conductores de Uber acudieran a una protesta de taxistas en Francia “merecía la pena”, ya que “la violencia garantiza el éxito”.

Uber también tenía supuestamente un “kill switch”, una herramienta tecnológica para evitar que las autoridades accedieran a los datos de Uber cuando allanaran sus oficinas.

La empresa se ha esforzado por distanciarse de las acusaciones contenidas en los archivos de Uber. Un comunicado emitido por la empresa atribuye el contenido de las filtraciones a la era Kalanick, y destaca el cambio de liderazgo y valores.

Mientras tanto, el portavoz de Kalanick ha dicho que el enfoque de la expansión de Uber no fue obra suya, sino que estuvo “bajo la supervisión directa y con la plena aprobación de los sólidos grupos legales, de políticas y de cumplimiento de Uber”.

Lo que ha cambiado (y lo que no)

Podría decirse que esta estrategia del caos ha funcionado. Uber es ahora una empresa de 43.000 millones de dólares (42.883 millones de euros) y sus conductores realizan unos 19 millones de viajes al día. Sin embargo, todavía tiene dificultades con la rentabilidad y los competidores agresivos.

En 2017, Kalanick dimitió y fue sustituido como consejero delegado por Dara Khosrowshahi. La mayor parte de la dirección también ha cambiado desde entonces. Las acusaciones sobre una cultura de acoso y sexismo en el lugar de trabajo parecen haberse disipado.

En general, la empresa se ha alejado de su servicio original y ha optado por uno en el que los conductores con licencia utilizan vehículos con permisos específicos para llamar a los pasajeros (en otras palabras, un taxi para la era de los teléfonos inteligentes), y ha incorporado una sección de entrega de alimentos, Uber Eats. También ha adoptado un enfoque más tranquilo y educado de expansión, moviéndose más despacio y rompiendo menos cosas.

Permítanme darles dos ejemplos: Uber entró en Madrid en 2014 haciendo caso omiso de una ley española que exige a las empresas y a los conductores una licencia específica. Ese mismo año entró en Berlín, violando las leyes de competencia alemanas. La empresa fue prohibida, salió de ambas ciudades y volvió más tarde cumpliendo la normativa vigente.

Al abordar la expansión alemana en 2018, Khosrowshahi admitió que el enfoque de Uber había sido contraproducente, y se comprometió a crecer de forma responsable. Igualmente, al hablar de la experiencia en España, Carles Lloret, consejero delegado de Uber para el sur de Europa, reconoció que “fue un error replicar el modelo americano –más liberal– sin tener en cuenta el contexto español”.

Sin embargo, algunas cosas siguen igual. La empresa se enfrenta a múltiples demandas, la mayoría de ellas en torno a si sus trabajadores se han de ser considerados empleados. Además, su rentabilidad sigue siendo una cuestión abierta. Como sostengo en mi investigación, estas dos cosas pueden explicarse por la estrategia fundamental de la empresa: la del “cumplimiento contencioso”.

Uber se adapta a las normas existentes, pero sólo lo necesario para prestar sus servicios. Mientras tanto, sigue luchando contra la legislación en todas partes –gastando miles de millones en grupos de presión y en el manejo de conexiones políticas– para acercar las normas existentes a sus preferencias.

Los ejecutivos de Uber saben que su modelo de negocio podría no ser sostenible, y menos aún si se les obliga a clasificar a los trabajadores como empleados y a pagar por los derechos y beneficios correspondientes. Luchar contra la normativa es una estrategia de supervivencia.

Tienen en mente un modelo preferido, lo más cercano posible a su modelo original. Aunque ya no infringen abiertamente las leyes, siguen presionando para que se apliquen las normas que les convienen a través de los tribunales o encontrando lagunas legales.

En un memorando enviado recientemente a los empleados y filtrado a la prensa, Khosrowshahi escribió: “Seremos aún más duros con los costes en todos los ámbitos”. La empresa sabe que si se ve obligada a reclasificar a los conductores como trabajadores (como, por ejemplo, ha dictaminado el tribunal supremo del Reino Unido) la situación financiera será aún peor.

Más allá de otra mancha en su reputación, Uber tiene problemas muy reales. La rentabilidad puede ser el más urgente para la empresa, pero para nuestra sociedad hay uno mucho más importante.

Las aplicaciones como Uber y los cientos que la siguieron prometían innovación. En cambio, han traído una versión apenas disimulada de la explotación y la corrupción que siempre han caracterizado al capitalismo.

Teniendo en cuenta las acusaciones de los archivos de Uber, también hay que preguntarse si alguna vez habrá consecuencias para los empresarios tecnológicos con tendencia a violar las normas.

*Artículo realizado por Jimena Valdez (Lecturer in Comparative Politics, City, University of London) para el sitio de divulgación científica The Conversation.

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