Columna de opinión.
La paulatina salida del Reino Unido de la UE ha dado lugar a diversas interpretaciones. ¿Una disconformidad con la hegemonía alemana? ¿Una búsqueda de relación directa con Washington sin pasar por Bruselas? ¿Un intento de no pagar los costos de la crisis del viejo continente?
Es posible que la neblina londinense obstruya nuestra mirada, pero todo indica que en el 10 Downing St. se ven en problemas y otean salidas.
Ya no constituyen aquel poderoso imperio colonial, aunque tampoco están en la bancarrota. Como un equipo «de mitad de tabla hacia arriba» busca su lugar en el mundo. No pueden golpear la mesa e imponer sus directivas. Pero sí pueden generar conflictos y ocupar espacios desde donde obtener predicamento, no tal vez en la economía mundial ni en las técnicas de la guerra, pero si en la política.
En ese terreno, otros países de la más alta elite global, como EE UU, se ven confundidos o sin demasiada iniciativa. Para Londres no queda muy clara la política de Donald Trump hacia Rusia, vista por el Foreign Office como dubitativa y timorata. Por ello una opción es presionar a la Casa Blanca para una mayor confrontación con Moscú.
Es lo que está ocurriendo.
El caso de los espías rusos que aparecen misteriosamente muertos en Gran Bretaña, le permite a la señora May lanzar una guerra, al menos verbal, contra Moscú. Propone pues sanciones, expulsiones de diplomáticos y hasta la alocada amenaza de eyectar a Rusia del Consejo de Seguridad de la ONU. Si bien es una forma de marcar presencia en el escenario internacional, el momento del lanzamiento no parece el más propicio. Veamos.
Putin acaba de anunciar un nuevo arsenal armamentista ultramoderno con el que pretende colocarse como el dirigente de la más poderosa potencia militar, algo que se verifica ahora en el Medio Oriente donde sus fuerzas especialmente aéreas, se van imponiendo en la localizada guerra mundial que se desarrolla en Siria.
Por otra parte, se ven cada vez más aceitados los engranajes de la alianza ruso-china, que comienza a disputar espacio en la arquitectura financiera global, en abierta competencia a la tradicional banca inglesa. Sin embargo nadie puede subestimar el peso del Reino Unido en el mundo. Por lo que sus movimientos pueden dejar consecuencias difíciles de prever. Son atisbos de vanguardizar un antirrusismo que por el momento no tiene acompañamiento ni en Europa ni en otras partes.
Las únicas alegrías que llegan a las orillas del Támesis son las que se originan en la lejana Buenos Aires, donde un gobierno de oscuros financistas hace más concesiones que las que Londres pide, cede la soberanía en las Malvinas, islas y aguas adyacentes y abre sus puertas a pleno para todo negocio que a las corporaciones transnacionales pudiera interesar. «
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