Liliana Bodoc muestra su costado ensayístico en “La literatura en los tiempos del oprobio”

Por: Mónica López Ocón

Publicado recientemente por Letra Sudaca, este libro permite conocer desde otro ángulo, a través de tres conferencias y una entrevista, la relación que Bodoc tenía con la palabra.

La literatura no es ajena a los dictámenes del mercado. Por eso, suele dividir las obras según un supuesto rango etario que supone fácilmente reconocible en la escritura. Por eso, en el año 2000, cuando apareció Los días del venado de Liliana Bodoc, el primer libro de la que sería la trilogía La saga de los confines, integrada también por Los días de la sombra y Los días del fuego, en las librerías se lo colocó en el sector de la literatura juvenil.

De esta forma alentó la lectura adolescente, a la vez que muchos adultos quizá se hayan sentido tan excluidos que tal vez no se hayan animado siquiera a abrir el libro. Lo cierto es que en poco tiempo se convirtió en un éxito de mercado. Fue así que Liliana Bodoc, quien había nacido en Santa Fe y a los seis años se había trasladado  junto a su familia a Mendoza, abandonaba para siempre el anonimato y se convertía en referente de la literatura sin perder su perfil bajo, a pesar de que por su trilogía se la comparaba con Tolkien y se la emparentaba con Úrsula K. Le Guin.

Luego desarrolló una riquísima obra fuera de lo fantástico destinada al público adulto e infantojuvenil, si es que esta clasificación es válida. En febrero de 2018 murió súbitamente de un infarto. Tenía 59 años.

Si su primer libro había sido Los días del venado, hasta el momento el último era Elisa. La rosa inesperada, la historia de una chica que vive en Santa Fe y por invitación de una tía emprende un viaje a Tilcara. Afortunadamente, la editorial Letra Sudaca acaba de publicar algunos de los textos de charlas y conferencias que Bodoc dio en distintas circunstancias y ya estaban flotando en el aire antes de su muerte. Pero, como suele suceder, Bodoc no tenía ese material en orden y siempre postergaba el ordenamiento.

“En 2001 –explica Elena Stapich en el prólogo de La literatura en los tiempos del oprobio– comienza en la ONG (se refiere a Jitanjáfora donde la autora había participado de sus jornadas y en 2017 había dado el discurso de apertura). Y allí aparece la oportunidad de rescatar los libros ensayísticos de Liliana y publicarlos, continuando con una serie de escritoras que trabajaron en literatura infantil y juvenil pero también reflexionaron sobre esta práctica y sus zonas aledañas: el lenguaje, la lectura, la escuela… En ese linaje ubicamos a María Elena Walsh, Graciela Montes, Graciela Cabal, Laura Devetach, María Teresa Anduetto. María Cristina Ramos”.

“Después el trabajo sigue con colaboración de Galileo Bodoc, hijo de Liliana. Así se reúne un corpus formado por tres conferencias y una entrevista que le realiza Julián Fiscina para Catalejos. Revista sobre lectura, formación de lectores y literatura para niños”. Ese material está reunido en La literatura en los tiempos del oprobio publicado por Letra Sudaca.

Bodoc, hablar de las palabras

El tema de la palabra a secas y de la palabra poética recorre las tres conferencias: Mentir para decir la verdad, La palabra y la honra y La literatura en los tiempos del oprobio. También está presente en la entrevista.

En la primera, una charla pronunciada en el marco de TEDx. Río de la Plata. Buenos Aires el 24 de octubre de 2012, Bodoc afirma que la palabra poética es una forma de conocimiento muy distinta del científico, pero que es conocimiento al fin. El ejemplo que ofrece para demostrarlo es digno de ser tenido en cuenta tanto por su claridad como por su sencillez y su hondura.

“Yo pienso, por ejemplo, –dice–en un botánico explicáncándome la sandía y yo agradecida porque me explica la sandía. Pero también viene un poeta –Pablo Neruda, en este caso– y, con unas poquitas palabras (que no las conté, pero que no han de ser muchas más de diez) dice, se pregunta: ¿`De qué se ríe la sandía cuando la están asesinando`? Y a mí me parece que esto es una manera absolutamente particular de conocer esa sandía, y que, después de escuchar eso, cuando vamos a morder y algo muy bonito va a pasar, estamos asesinando una fruta. (…). Tenemos que entender el conocimiento que deviene del arte porque es un conocimiento de la libertad”.

Las charlas de Bodoc se disfrutan del mismo modo que su ficción y si nos propusiéramos señalar los pasajes más notables, posiblemente, el libro entero quedaría subrayado.

Licenciada en Literatura Moderna por la Universidad de Cuyo, su saber académico siempre estuvo mediado por la palabra poética a la que nunca subió al bronce.

En la misma charla citada hay un pasaje imperdible respecto de cómo la concebía. “La palabra poética es  una palabra que dice lo que no dice, que dice mucho más allá, mucho más adentro. Es la palabra que derriba muros y que llega hasta el final del sentido. Y, sin embargo, como extrañamente a veces está en el cajón de los repasadores, ¿no?, en el patio de atrás, no parece tan seria. El pensamiento poético no parece tan serio como el pensamiento racional. Cosa de tías solteronas, cosa de locos, cosa de enamorados, cosa de adolescentes. Y, sin embargo –digo yo que creo fervientemente–, el pensamiento poético y la palabra poética nos sirven para conocer de una manera absolutamente insustituibles”.

Hace muchos años, entrevisté a Bodoc por La saga de los confines. Ella estaba circunstancialmente en Buenos Aires por cuestiones de trabajo de su marido. La entrevista la hicimos en la cocina. Era un lugar cálido, acogedor, quizá el más adecuado para hablar de literatura. ¿O acaso las historias no se van cocinando a fuego lento mucho antes de llegar al papel? Ella era una persona sencilla.

No necesitaba ningún boato para ser la escritora que era. Ni siquiera precisaba recibir al periodismo en el living.  Si algo queda en claro luego de leer sus charlas y conferencias es que para ella la palabra poética no era una impostura, sino algo con lo que convivía de manera cotidiana. Ella guardaba la palabra poética en el cajón de los cubiertos no para quitarle esplendor, sino para hacer brillar poéticamente a las cucharas.  

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