Columna de opinión de Pablo Taranto.
Esa intervención, aplaudida por el bloque del Frente para la Victoria en un hecho que, como aseguró el presidente de la Cámara Baja, Emilio Monzó, difícilmente haya de repetirse, y otras del bloque PRO, como la emotiva alocución de la cordobesa Silvia Lospenatto en el cierre del debate, exhibieron un indisimulable abismo entre el ala liberal de la coalición de gobierno, y su ala monástica, liderada en el recinto por Elisa Carrió – ausente durante las 23 horas de debate, presente sólo para vociferar un desafiante tuit final- y en el gabinete por Marcos Peña y el propio presidente.
La furia de Carrió (“no hablé para preservar la unidad de Cambiemos, la próxima rompo”) y la sensatez de Iglesias dan cuenta de cuánto costó parir –en los republicanistas términos habituales de la diputada chaqueña- esta por ahora media sanción, con casi todos los bloques partidos respecto de la cuestión de fondo.
El ajuste brutal, el despojo a los trabajadores, a los jubilados, son para los legisladores de la mal llamada “derecha moderna” –que no es novedad, Sarmiento ya era la derecha moderna, esto es marketing– el pan de cada día, y votan en consecuencia con esos principios. Pero cuando la discusión entra en sus casas, como entró, esta vez, en las casas de todos, y atañe a sus esposas, sus hermanas, sobre todo sus hijas y las de éstas, la transversalidad se instala.
En la parte roja del mapamundi que mostró Iglesias, impera la desigualdad, sobre todo en el acceso a la salud, la misma desigualdad que, con sus medidas de achique del Estado y ajuste presupuestario, profundiza la coalición gobernante a la que él pertenece. Por fortuna, un sector de Cambiemos demostró ser capaz de empatizar con las personas de a pie, y esquivar la hipocresía ultramontana de muchos de sus socios políticos, que prefieren, en aras de sus propias creencias, seguir condenando a miles de mujeres a la clandestinidad.
Es arduo reflexionar hasta dónde una decisión distinta a la de esta mañana hubiera sido un problema para Cambiemos, sumando la desazón de un vasto colectivo de género demostradamente transversal al disgusto reinante en amplias capas de la población, asediadas por el alza de las tarifas, la inflación y la caída del poder adquisitivo.
Poco importa. Las intervenciones de los legisladores oficialistas que votaron a favor del proyecto de interrupción legal del embarazo se nutrieron de argumentos certeros, fundamentados, los mismos que se oyeron durante el debate en el plenario de comisiones. La dignidad de las mujeres, su derecho a decidir, estuvieron esta vez por encima de la grieta.
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