Las villas y la dictadura: una búsqueda de «erradicación» que aún tiene adeptos

Por: Candela Cafiso

El gobierno militar buscó expulsar a la población villera, sobre todo en los primeros dos años previos al mundial. Cómo fue el plan de Cacciatore, las intenciones inmobiliarias, y cuánto se mantuvo en la actual gestión macrista.

1976. Dictadura cívico militar eclesiástica. En las villas y asentamientos de Capital Federal viven 224.000 personas. Según las cifras oficiales del informe de la Comisión Municipal de la Vivienda (CMV), dos años después, en los meses posteriores al Mundial 1978, cerca del 50% de los habitantes fue expulsado de sus casas. El Terrorismo de Estado atacó y aniquiló la militancia política, los sindicatos, las universidades, en una larga enumeración social, cultural y económica. Y también las villas. Con la idea de “borrarlas” del mapa. Un plan que buscó ejecutar el entonces gobernante de la Ciudad (no era aún Autónoma), Osvaldo Cacciatore, y retomaron luego las gestiones de Carlos Grosso, y el macrismo, con un agregado: el interés inmobiliario sobre esas tierras.

Celia González, histórica militante de la Villa 21-24 de Barracas, recuerda en diálogo con Tiempo: “Venía el Mundial y en nuestras villas arrasaron con todo. Osvaldo Cacciatore decía: ‘No va a quedar ni el polvo de la villa’”. La lucha en las villas (que ya venía de una persecución de la Triple A durante el gobierno de Isabelita) tuvo una característica: la participación femenina. “Nosotros resistíamos frente a las topadoras, la mayoría éramos mujeres. Les decíamos: ‘Tiren, estamos dispuestas a morir’. Pasaron los años y seguimos luchando porque marchar por la vivienda es un derecho aún pendiente”.

Celia no puede olvidar la patente del auto Falcon que secuestró a su compañero Ricardo Ortiz, dirigente de la Junta Vecinal junto a Teodoro Urunaga, Oscar Salazar y María Ester Peralta, embarazada de cinco meses y también desaparecida: “Llegaban a la madrugada y por el parlante nos decían que apaguemos las luces y guardemos los perros. En los diarios hablaban de ‘enfrentamientos’ pero no hubo ninguno. ¡Fueron secuestros!”.

Erradicados

La palabra “erradicación” fue el eufemismo en que se basaba el plan del interventor de facto de la Capital Federal, Osvaldo Cacciatore, que quedó diseñado a partir de su Ordenanza 33.652 de abril de 1977. Constaba de tres etapas: 

Congelar el crecimiento de las villas; desalentar de forma violenta la resistencia y organización en esos barrios; erradicarlas para alcanzar el ordenamiento “social y urbano”. Términos no muy distantes de lo que definió la política social y de viviendas de estos barrios vulnerables bajo la gestión macrista y larretista.    

En la Capital Federal su brazo ejecutor fue el titular de la CMV, Guillermo Del Cioppo, quien decía que había que “merecer vivir en la Ciudad” y se enarbolaba: “Se trató el problema de forma quirúrgica y en tiempo récord”. El plan fue funcional al desarrollo inmobiliario. Y continúa. Una idea que acompaña al Pro desde sus orígenes en la Ciudad es la creación de un gran corredor que una a la Costanera Norte con la del Sur. En el medio está la 31. Por lo pronto, Costa Salguero y Barrio IRSA fueron los proyectos privados más elocuentes de esa iniciativa. Mientras tanto, la falta de conexión (más allá de la anunciada y “colorida” urbanización) de la 31 –llamada Barrio Padre Mugica– sigue vigente, con sectores despoblados de servicios y marcados por el hacinamiento, algo que quedó de manifiesto durante la pandemia y el aislamiento: fueron la zona del país con mayor tasa de fallecidos por habitantes.

Las villas del sur atraviesan otro problema nunca resuelto: el Riachuelo. Aunque hay un fallo de la Corte Suprema de hace más de 15 años que obliga, entre otros puntos, a la relocalización de las familias que viven en el borde de la cuenca, los objetivos permanecen incumplidos. Los porcentajes de relocalizados en CABA son ínfimos. Y hay casos como el de las 29 familias que fueron mudadas del asentamiento Luján hasta Villa Soldati en 2011, y diez años después seguían sin gas en las viviendas nuevas hechas por el gobierno porteño. La “invisibilización” de la población villera es una marca del presente como del pasado militar.

En su libro Patria Villera, el investigador Demian Konfino explica sobre la política dictatorial hacia estos asentamientos: “Las zonas de acción prioritaria resultaron ser las villas 29 en Bajo Belgrano, 30 en Colegiales, 31 en Retiro y 40 en Avenida Córdoba y Jean Jaurés. El Bajo Flores quedaba muy cerca del centro neurálgico del turismo deportivo y político del año 1978, y en una zona de alto poder adquisitivo que no quería mezclarse”. El plan también se extendería a los barrios del sur como la Villa 15, a la que por una demora en la erradicación le pondrían un muro dándole el nombre de “Ciudad Oculta”.

Y numerados

Con los estigmas de siempre, las villas pasaron a tener nombres numerales. La 1-11-14 hoy es nombrada Padre Rodolfo Ricciardelli, cura de la iglesia católica y fundador del movimiento Sacerdotes para el Tercer Mundo que resistió junto al barrio para que de las 5600 casillas que había quedaran en pie por lo menos 30. Allí en el Bajo Flores, vinculados con Ricciardelli, estaban los chicos y chicas de 20 a 25 años del Proyecto Belén que realizaban trabajo sociocomunitario.

14 de mayo de 1976. María Esther Lorusso Lammle, Beatriz Carbonell de Pérez Weiss, Horacio Pérez Weiss, César Lugones, María Marta Vásquez, Mónica Mignone y Marta Mónica Quinteiro. Ya con el Golpe de Estado perpetuado, nunca más se supo nada de ellos. 

En 1974, Mónica Mignone escribió en su cuaderno: «Cuando hace frío, aquí hace más. Y cuando hace calor, es más caluroso que en otras partes de Buenos Aires… Belén cambia con el tiempo, se siente la tristeza de los días nublados y lluviosos. El barro se traga los pies cuando se lo pisa pero parece respetar más a Belen que a los de afuera. Los villeros andan con ojotas o zapatos viejos. Los días nublados la villa tiene un color especial, de marginalidad. Se ve a la gente sacando agua de sus casas. Las enormes goteras acumulan el agua adentro y hay que atraparla con ollas, con jarros o baldes… La cana aparece seguido, un día me asusté. Pasaron por Belen y siguieron de largo. Pregunté a donde iban y Oscar el almacenero me explicó que venían a manguear comida. Dicen que siempre ha sido así y si el almacenero se niega lo hacen pasar por quinielero. Tantas cosas pasan por el estilo. Pero el villero está destinado al silencio. La ley sólo ampara al rico».

“Mi hermana formaba parte de las mesas de trabajo y participaba en Congresos del Movimiento Villero Peronista, sé que gracias al trabajo que hicieron, la villa tuvo una época de mucho progreso”, recuerda Mercedes Mignone, hermana de Mónica Mignone e hija de Emilio Mignone, militante de Derechos Humanos y fundador del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS).

Para ellas estas fechas están marcadas por la tristeza: “Cuando veo las banderas con nuestres compañeres desaparecides busco a mi hermana. Esa tristeza se va atenuando cuando junto con las Madres, familiares, amigues y compañeres marchamos hacia Plaza de Mayo. Hoy volvemos a estar en las calles y cada vez somos más”.

A 46 años de la última dictadura cívico militar, en un pasillo se lee una pintada que no pudieron borrar: “¡No se trata de erradicación sino de urbanización!”.

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