Como el potrero para el fútbol sudamericano, el básquet en los suburbios de Estados Unidos funciona como contención y escuela para las figuras, criadas en las zonas marginadas de las grandes ciudades con los índices más altos de tiroteos y asesinatos.
La inscripción no es individual: es por equipos. Cuando los organizadores preparan el torneo cada año, chequean la capacidad con la que cuentan en cada ciudad y, una vez publicadas las inscripciones, se van anotando equipos por orden de llegada. Para participar, cada plantel paga una cuota única de bajo costo que se utiliza para solventar los gastos del torneo y algunos premios. Lo habitual es que los participantes busquen patrocinadores, como por ejemplo, emisoras de radio locales, para que colaboren económicamente con la inscripción. Para el público, la entrada es libre y gratuita. “Muchos jugadores de la NBA se unen al torneo en partidos amistosos para devolverle a la comunidad lo que le han dado a ellos cuando eran pequeños y vivían en el lugar. De repente, personas de barrios obreros que nunca pisaron el Madison Square Garden tienen la posibilidad de ver a un basquetbolista profesional jugando en el parque de su casa, es maravilloso”, cuenta el periodista Antonio Gil, corresponsal español que vivió y cubrió estos eventos en Estados Unidos.
Para llevarse a cabo, los torneos necesitan recibir el visto bueno de los ayuntamientos donde se realizan y de la National Collegiate Athletic Association (NCAA), asociación deportiva universitaria de Estados Unidos. A nivel nacional, el Gobierno no se involucra en la organización de las ligas callejeras pero sí a nivel municipal, donde aportan infraestructura y servicios. Los ayuntamientos deben asegurarle a los organizadores que las canchas estén en condiciones. Además, deben garantizar un sistema de patrullaje para evitar cualquier tipo de disturbio entre pandillas. “En Harlem, mientras se disputaba un partido, una señora me comentó que lo mejor de estos torneos era que sus hijos podían jugar en la calle por primera vez sin correr peligro”, resume Antonio Gil.
En 2016, Chicago -una de las ciudades donde se realizan estos torneos- alcanzó la tasa de muertos más alta de su historia: la policía confirmó que hubo 4331 víctimas de tiroteos y 762 asesinatos. Con esta cifra, superó a Nueva York y Los Ángeles, las dos ciudades más pobladas de Estados Unidos. Al respecto, Sebastián Chittadini, periodista especializado en básquet, explica: “La mayoría de los basquetbolistas famosos vivieron en hogares monoparentales, situados en barrios donde solo hay viviendas de protección estatal. Un caso emblemático fue el de Derrick Rose, que fue figura de los Bulls. Él nació en Englewood, un suburbio muy marginal con altos índices de crímenes. Gracias al básquet pudo aislarse de su realidad”.
Otro caso relevante en la historia del básquet callejero fue el de Allen Iverson que, en 2014, logró que su dura vida fuera plasmada en un documental de Netflix. Iverson creció en Hampton, Virginia, donde dio sus primeros pasos y tuvo que presenciar el asesinato de varios de sus amigos. Vivió en la extrema pobreza, al punto de no tener suministro de agua durante días por falta de pago. Como muchos estadounidenses que viven en barrios marginados, también sufrió racismo. En 1993, cuando aún formaba parte del equipo universitario, fue detenido en una pelea callejera por discutir con hombres blancos. Él y sus amigos negros fueron sentenciados a 15 años de prisión sin pruebas ni antecedentes. Como si ser negro y pobre en Estados Unidos fuera un delito. Gracias a la mediatización que sufrió el caso, el juez se vio en la obligación de indultarlo tras cuatro meses de detención.
Las ligas de básquet callejero suelen jugarse en barrios humildes como los del sur de Chicago, es por eso que los organizadores arman convenios con patrocinadores de mayor calibre para que provean los uniformes y así evitan que los participantes tengan que costearlos. Nike es una de las empresas que, usualmente, ocupa ese rol. El equipo ganador de la categoría adulta recibe un premio económico y, los menores de edad, reciben un premio material que, generalmente, suele ser indumentaria deportiva.
Como el potrero en Sudamérica, el básquet callejero forjó emblemas que no entraron en los guiones de Hollywood cuando eran niños, aunque luego les llegó la fama. Ahora son ellos quienes escriben la historia de un país rico en títulos y reconocimientos internacionales sin olvidar que alguna vez soñaron con el profesionalismo mientras las pandillas se disputaban su barrio y arrasaban a sus amigos.
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