A casi tres semanas de las elecciones, el republicano centra ahora su discurso en un presunto arreglo electoral.
La previa del tercer debate que se realizará mañana está surcada por la polémica abierta por las reiteradas denuncias del magnate republicano sobre un eventual fraude electoral, una acusación que provocó no sólo la respuestas de los demócratas, sino también las críticas de algunos de sus principales correligionarios.
Las acusaciones fueron repetidas ayer durante un acto en Green Bay, estado de Wisconsin, donde Trump centró su discurso en un presunto arreglo electoral y afirmó que cerca de 1,8 millones de personas fallecidas están registradas para votar en las elecciones presidenciales.
Sin nombrarlo, también apuntó contra su compañero republicano y presidente de la Cámara de Representantes, Paul Ryan, que el fin de semana lo desautorizó al señalar que la democracia estadounidense «se fundamenta en la confianza en los resultados electorales» y expresó su «total confianza en que los estados llevarán a cabo este proceso electoral con integridad».
«¿Han oído a toda esta gente diciendo que no está pasando nada? Gente muerta desde hace más de 10 años que todavía votan, inmigrantes indocumentados que votan. ¿Dónde está la sabiduría de todos estos políticos?. ¡No tienen!», disparó Trump.
Desde el bando demócrata, la respuesta vino del propio presidente norteamericano, Barack Obama, que durante una conferencia de prensa en la Casa Blanda, donde junto al primer ministro italiano, Matteo Renzi, aseguró que Trump «lloriquea antes de que el juego termine».
«Lo invito, señor Trump a que deje de quejarse y vaya a conseguir sus votos» sostuvo Obama, que además subrayó que no había visto en su vida, ni existen precedentes en la historia política moderna, un candidato a la presidencia «tratando de desacreditar» unas elecciones antes de su celebración.
Más temprano, el candidato republicano publicó una serie de twitts en los que anticipó que si no gana la elección presidencial «la historia recordará 2017 como el año en que Estados Unidos perdió su independencia.»
Además, mediante el hashtag #DrainTheSwamp, Trump abogó por «limpiar el pantano», en referencia a la corrupción en Washington, un día después de promover una reforma de ética gubernamental, que incluye restricciones en los ex miembros del Congreso y ex funcionarios de la Casa Blanca que se trabajan como lobbistas.
Para el debate de mañana, que se llevará a cabo en la Universidad de Nevada, Las Vegas, con el periodista Chris Wallace como moderador, el equipo de campaña de Trump anticipó que invitó Pat Smith, madre de uno de los norteamericanos muertos durante el ataque a la embajada de ese país en Bengazi, Libia, en 2012, cuando Clinton era secretaria de Estado.
Smith ya había participado de la Convención Republicana que postuló a Trump como candidato en julio pasado, ocasión en la que brindó un emotivo discurso en el que señaló a Clinton como responsable de la muerte de su hijo.
La apelación a los familiares de soldados muertos no es patrimonio exclusivo de los republicanos, ya que en la Convención Demócrata participó Khizr Khan, el padre del soldado norteamericano Humayun Khan, que murió en un atentado suicida en 2004 en Baquba, Irak.
El debate, que se realiza en la recta final de la campaña electoral, fue precedido por dos cruces anteriores que se concretaron el 26 de septiembre cerca de Nueva York y el 9 de octubre en Saint Louis, Missouri.
Luego del primero, que batió todos los récords de audiencia con más 80 millones de espectadores, Trump se mostró molesto con los cuestionamientos de Clinton, un descontento que contrastó con la satisfacción de su rival demócrata con su propio desempeño.
Horas antes de la segunda compulsa, se filtró a la prensa un video de 2005, en el que se escucha al empresario inmobiliario hablar de manera denigrante de las mujeres y jactarse del trato que un hombre de poder le puede dar a las mujeres.
Además del repudio generalizado, el episodio renovó las críticas en las propias filas republicanas, ya golpeadas por polémicas anteriores, y ensanchó el abismo entre el candidato y la cúpula partidaria, al punto que Ryan, una de los principales figuras republicanos, llamó a los gobernadores a centrarse en sus campañas locales antes que en la pelea nacional.
En el segundo debate, se trenzaron en discusiones y acusaciones personales, muchas veces ajenas a las preguntas de los moderadores y del público, en un segundo debate presidencial marcado por la tensión y la agresividad.
En ambos debates y en sintonía con las encuestas que dan ganadora a la ex secretaria de Estado, la mayoría de los medios opinó que el magnate republicano no logró hacer pie en el electorado, en la primera instancia por su enojo y en la segunda por su exacerbada hostilidad hacia Clinton.
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