«Las artes se apropian de Da Vinci, pero él se definía como inventor»

Por: Gustavo Sarmiento

A 500 años de la muerte de Leonardo, el director de la Escuela de Inventores de Argentina, Eduardo Fernández, destaca sus invenciones, desde la bicicleta hasta el helicóptero.

«Leonardo era un fenómeno». Eduardo Fernández se refiere a Leonardo da Vinci con la admiración de un humilde seguidor que se define como «inventor profesional». Dirige la Escuela Argentina de Inventores, única en el país, y el Foro Argentino de Inventores. Y su gran referente, obviamente, es Da Vinci, de cuya muerte en Amboise, Francia, se cumplirán 500 años este 2 de mayo. A pesar de haber dejado algunas de las pinturas más valiosas del arte occidental, como «La Gioconda», y de haber realizado grandes contribuciones a la ingeniería, la arquitectura y la anatomía, Eduardo resalta con orgullo que Leonardo no se definía ni como pintor ni como escultor. «Era inventor, él mismo se llama así en su volumen de Caricaturas. De él se habla mucho y se sabe poco. Cada sector de la sociedad se lo apropia, pero en realidad él se definía como inventor.»

Leonardo di ser Piero da Vinci nació en Anchiano, cerca de Florencia. Hijo ilegítimo, debió cargar con el mote de «bastardo» toda su vida. «No sabía latín ni tenía formación académica, era tímido, vegetariano y disléxico. Su padre era un notario de mucha guita, y su madre una campesina analfabeta que lo tuvo a los 13 años. Leonardo se crió solo con ella y un tío, hasta que a los seis años su padre se enteró por un cura del pueblo de que el chico era un fenómeno, se lo arranca a la madre y lo manda al taller de oficios de Andrea del Verrocchio, en Florencia, donde aprendió a dibujar de manera formal, a fundir, a hacer artesanías y cerámicas. Ahí se formó como artista verdadero».




–¿Cuáles fueron sus inspiraciones?

–Tenía frases que lo definían. Una era: «Donde el alma no trabaja con las manos y el ingenio, no hay arte». El tipo ya asociaba la idea del corazón, la mente y las manos. Y la armonía entre las partes. De ahí también viene el Hombre de Vitruvio (el famoso dibujo que hizo en 1490: una figura masculina con brazos y piernas extendidas dentro de una circunferencia y un cuadrado), un ingeniero romano a quien admiraba. Decía que en la naturaleza y los humanos, había proporción. Y para inventar había que copiar a la naturaleza, que tiene su propio ritmo. Ella es su tema y su fuente de invenciones.

–¿Qué invenciones destacaría de Leonardo?

–El tipo se metía en tantas cosas, con tantas virtudes, pero también con dos o tres defectos muy fuertes. Uno de ellos es que se dispersaba. Por eso concretó muy poco. Entre lo que vislumbró en papeles, por ejemplo, estaba la bicicleta, tal cual la conocemos hoy. También la escafandra de los buzos, el paracaídas, y el ornitóptero, una especie de ala delta copiando a un pájaro en vuelo. Intentó hacer un helicóptero, con un «tornillo aéreo». Y probó crear el tanque de guerra, la ametralladora, las dragas para ríos, estructuras de defensa para fortificaciones. Leonardo estaba muy en contra de lo formal y lo académico. Decía: «La simplicidad es la mayor sofisticación». Un fenómeno.

–También innovó en el terreno de las artes.

–Diseñó el escenario giratorio para teatros, por ejemplo. Era un marciano. Eso lo hizo en papel, no llegó a concretarlo. Y también instrumentos musicales. Por muchas de sus invenciones le pagaban: por suerte tuvo grandes mecenas como Ludovico Sforza, en Milán, y los Médici en Florencia. Ludovico le decía: «Tengo una fiesta, quiero distinguirme». Así inventó la servilleta, porque hasta ese momento se limpiaban con el antebrazo, o con conejos vivos atados a una silla. También inventó el tenedor de cuatro dientes y el espiedo.

–¿Cuál es la importancia del contexto para propiciar la inventiva?

–En el Renacimiento había mucho apoyo al arte, a la ingeniería y al comercio. A Leonardo lo benefició la competencia con grandes artistas. Con Miguel Ángel se llevaban muy mal. Eran muy diferentes. Miguel Ángel era un peleador medio borrachín, todo el día levantando piedras de mármol. Tenía un tremendo talento para esculpir y lo provocaba a Leonardo, que era más fino. Un día Leonardo se cansó y lo desafió, en un mercado de Florencia. Agarró una barra de hierro de media pulgada y la dobló. «Tomá, enderezalo». Y Miguel Ángel no pudo.




–¿Cómo se empieza a inventar?

–Inventar no es crear. Es transformar recursos en valores. Un palo es un recurso. La palanca es un valor, que me da un beneficio para algo diferente. Eso no está en la naturaleza. Después, hay que distinguir entre inventores amateurs y profesionales. En la Argentina hay casi 4000 amateurs, pero sólo 30 somos profesionales. Los amateurs se quedan en la idea, y alimentan el mito popular del loco de barrio fantasioso. Nosotros tenemos un sentido más concreto y pragmático, vemos en cada problema una oportunidad de cambio positivo. Digamos que donde hay una puteada, hay una oportunidad. Tenemos que preguntarnos si alguien pagaría por la solución que se nos ocurrió, si está a mi alcance y si no hay antecedentes. Un día, un mozo que había destapado 30 botellas de sidra, nos dijo: «Che, ¿no pueden inventar algo que me queda la mano a la miseria?». En una semana teníamos un modelo de destapador que ya se vende en 20 países. No soy más inteligente que el resto, simplemente estoy atento a problemas que aparezcan, y tengo voluntad. «

Festejos, muestras, estampillas y una app

En Europa ya celebran los 500 años. Italia lanzó una aplicación para celulares («Leonardo 500») y se acuñará una moneda de dos euros con la efigie del maestro florentino. El 2 de mayo saldrán a la venta cuatro sellos italianos con algunas de sus obras. Venecia exhibirá 25 dibujos del genio. El ministro de Turismo, Gian Marco Centinaio, destacó que «desde pequeño tenía la pasión de la cocina y escribía recetas que en su tiempo eran de vanguardia. También era un gran agricultor». El Museo del Louvre, en París, que alberga casi un tercio de sus obras, mostrará una retrospectiva de sus pinturas. También se organizarán espectáculos en el Castillo de Clos Lucé, donde pasó sus últimos tres años de vida, por invitación del rey Francisco I, elaborando tratados científicos y dibujos. En Málaga, un museo permite «entrar» a su mente y dejarse llevar por su «curiosidad insaciable».

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