Desde su asunción ejerce a necesidad de diferenciarse de Trump, con medidas económicas, sobre la pandemia y la vuelta a organismos multinacionales. También borrar la grieta que alerta sobre una guerra civil, pero su currículum y el de muchos nuevos funcionarios despiertan algo más que desconfianza.
Pero donde más insistió fue en el tema de la unidad nacional. Fue algo así como una súplica en el discurso inaugural. La grieta entre aquellos republicanos de alma o trumpistas convencidos y el resto de la sociedad estadounidense es la más dramática tal vez desde el fin de la guerra civil, en 1865.
Por lo pronto, si bien en las urnas el demócrata le sacó siete millones de votos de ventaja al republicano, no es para ignorar el hecho de que Trump obtuvo 74 millones de sufragios. Y que casi 7 de cada diez de ellos están convencidos de que le robaron los votos. Más aún, ninguno de los objetivos que se proponga Biden puede seducirlos para que se corran de ese lugar cómodo de un conservadurismo extremo. Amparados en la segunda enmienda constitucional, se vienen preparando para una nueva guerra civil. Sostienen la necesidad de “una milicia bien organizada para la seguridad de un Estado libre”. Biden, aunque suene a burla, es visto como una amenaza socialista del que habrá que defenderse en el futuro cercano.
Trump pasó a un ostracismo relativo. Bloqueado en las redes sociales por decisión de los directivos de las empresas tecnológicas, prometió volver de algún modo. Para evitarlo, este 7 de febrero el senado comenzará con el segundo juicio político contra él. El 13 de enero la Cámara baja acusó al aún presidente de “incitación a la insurrección” por su discurso de una semana antes que, señalan, desencadenó el intento de toma del Capitolio para evitar la certificación del resultado del comicio de noviembre del 2020. El nuevo impeachment busca impedir su regreso en 2024, pero no podrá evitar que aquellos que lo siguieron estos años, muchos de los cuales arrastraban el desencanto de las promesas no cumplidas por Barack Obama desde 2009, sean protagonistas en los tiempos que se avecinan.
De allí el énfasis en el llamado a la unidad. De allí también la preocupación de muchos observadores que, conociendo la historia de EE UU, temen que esa unidad será en base al viejo recurso de una guerra que llame a consolidar un frente interno poderoso para derrotar a un enemigo amenazante de la seguridad y los intereses del ciudadano común.
La amenaza del comunismo, durante la Guerra Fría, justificó la creación de organismos como la OTAN, destinados a combatir a la Unión Soviética y a forzar alianzas. Desde 1991, el objetivo fue más difuso por la caída de la URSS, pero pronto hallaron nuevos desafíos que, en 2001, culminaron en los atentados a las Torres Gemelas el caldo de cultivo para la guerra contra el terrorismo. Ahora, Biden asume con un llamado a la unidad pero al mismo tiempo alerta sobre los riesgos del terrorismo interno, como califica a los ataques al edificio del Congreso por grupos ultraderechistas.
El nombramiento de funcionarios ligados a la industria militar y a la administración Obama -de las más belicosas en la historia reciente, a pesar de su Nobel de la Paz 2009- es un buen índice para ver cómo viene la mano.
Esta semana logró que el senado confirmara al general (R) Lloyd Austin como secretario de Defensa y a Avril Haines como directora de Inteligencia Nacional. El Pentágono en manos de un afrodescendiente y una mujer la CIA suenan a progresismo tras cuatro años de misoginia y xenofobias. La mujer fue abogada principal del Consejo de Seguridad Nacional de 2010/13 y subdirectora de la CIA de 2013/15. Allí autorizó el uso de drones para realizar asesinatos extrajudiciales selectivos y el programa de “técnicas mejoradas de interrogatorio” (vulgo torturas) para “ablandar” a militantes islámicos. Tras haber sido comandante de las tropas en Irak, Austin se retiró en 2016 y halló pronto conchabo en Raytheon Technologies, proveedor militar del Pentágono.
El bueno de Biden había aprobado como senador las invasiones de Afganistán e Irak y como vicepresidente la destrucción de Libia y la guerra contra el gobierno de Siria.
El primer juicio político contra Trump se basó en la filtración de un pedido del entonces presidente a su par de Ucrania para que active la investigación judicial sobre Hunter Biden, hijo del ahora inquilino de la Casa Blanca, por un caso de corrupción en una empresa energética de ese país. Se salvó, a principios de 2020, porque había mayoría republicana en el Senado. La acusación se basaba en que Trump extorsionaba a Volodymyr Zelensky con la entrega de un préstamo a cambio de su avala en el proceso judicial. Biden, como vice de Obama, participó activamente en el golpe de estado contra Viktor Yanukovich, el pro-ruso mandatario ucraniano desplazado en 2014 tras un golpe orquestado por la OTAN y Washington. Grupos neofascistas tomaron el poder entonces y Biden Jr obtuvo un jugoso cargo en la empresa Burisma.
La que entonces puso los pies en barro fue Victoria Nuland. Vocera del Departamento de Estado 2011-13, fue luego responsable de asuntos europeos y euroasiáticos con rango de Embajadora de Carrera. Junto al senador John McCain repartieron galletas en la Plaza del Maidán alentando a multitudes golpistas para derrocar a Yanukovich.
El 28 de enero de 2014 mantuvo una charla con el embajador de EEUU en Kiev, Geoffrey Pyatt, que la hizo saltar a la fama. Hablaban de que la crisis (que habían creado) en Ucrania debería encauzarse a través de la ONU y no de la Unión Europea. El argumento de Nulland fue “que se joda la UE”. El golpe contra Yanukovich costó miles de vidas y la virtual secesión de las regiones de Donetsk y Luganks y la anexión de Crimea a Rusia. Antes de Obama, Nuland había sido asesora en política exterior con Dick Cheney, el polémico vice de George W Bush y un promotor de las guerras de invasión tras el 11 S de 2001. Ahora Biden la designó como subsecretaria de Estado de Política Exterior.
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