En abril de 2021, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, exigió al Senado que refuerce el control de las armas de fuego y que deje de «aceptar» un tipo de violencia que «se ha convertido en una pandemia».
Un año después, tan solo un día después de la promulgación de un nuevo decreto de control de armas, un tiroteo masivo irrumpió el trajín del metro de Nueva York, dejando un caos enorme y decenas de heridos. Esta «sorpresiva» bofetada a la credibilidad de la Administración Biden no es más que la triste normalidad de una pandemia artificial tan propia como arraigada de EE. UU.
EE.UU. es, desde hace ya tiempo, el país con mayor cantidad de armas de fuego del mundo. De acuerdo con las cifras mencionadas en el libro «Tráfico de armas y violencia: De la red global al reto de seguridad local», editado en 2021, en Estados Unidos cada 14 minutos hay un muerto por armas de fuego y cada 25 horas, un tiroteo masivo. Y desde siempre, las leyes y reglamentos de este país sobre el control de armas han sido bien laxos.
La cultura de armas de EE.UU. nació con la ratificación de la Segunda Enmienda de su Constitución, que protege el derecho del pueblo estadounidense a poseer y portar armas. Sin embargo, con el transcurrir del tiempo, la defensa de este derecho ha sido llevada al extremo y distorsionada de manera deliberada, mientras la cultura de armas ha devenido, según The New York Times, en una «cultura de matar».
En este sentido, al final el único derecho que se ha logrado defender es el de “todos para disparar contra todos”, haciendo que la violencia de armas se haya convertido en la causa número uno de las muertes por traumatismo en el país.
Una pandemia artificial
En EE.UU. no faltan los esfuerzos para atajar la violencia de armas. Sin embargo, el control de armas se ha convertido en una papa caliente tan sensible que ningún político en su «sano juicio» quiere abordar verdaderamente.
Entretanto, la gran mayoría de las iniciativas y decretos terminan en papel mojado en medio del tira y afloja entre diferentes cálculos electoralistas y económicos.
Por ejemplo, la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés), acérrima organización opositora a la regulación de armas, es considerada como la fuerza lobbista más poderosa en el Capitolio.
Sumergida ya en innumerables escándalos y litigios judiciales, en 2021 la NRA pretendió declararse en bancarrota y trasladarse a Texas, mediante la creación de una sociedad denominada Sea Girt LLC a finales de 2020.
Aunque la NRA se vista de seda, NRA se queda. Este artilugio legal jamás hará desaparecer su formidable poder para bloquear cada pieza de legislación sensata para la prevención de la violencia armada propuesta a cualquier nivel, sea local, estatal o federal.
La NRA categoriza a todos los congresistas del rango A al F en función de su actitud sobre el control de armas. Con esta clasificación, las posturas más proarmas son más apoyadas por la NRA. Según las estadísticas de la CNN en 2018, 307 de los 535 congresistas estadounidenses han recibido contribuciones electorales desde la NRA y sus organizaciones afiliadas, o se han beneficiado de sus campañas publicitarias.
Una pandemia letal
El cóctel de la pandemia de COVID-19 y una catastrófica respuesta antiepidémica es más que suficiente para formar una tormenta perfecta sobre la ya frágil y fragmentada sociedad estadounidense. La agudización de la desigualdad, de la división social y del odio racial ha servido como caldo de cultivo para una mayor ola de violencia, que, a su vez, refuerza la precaución de la ciudadanía para protegerse con armas de fuego.
De ahí nace un círculo vicioso en el que la violencia y la proliferación de armas se exacerban mutuamente.
En EE.UU., a la par de la subida vertiginosa del número de muertes por COVID-19, el número de fallecidos por la pandemia de la violencia de armas no deja de batir nuevos récords. Según Gun Violence Archive, el 2021 se cerró con 44.816 muertes por armas de fuego en ese país, convirtiéndose en el año más letal en esta materia en la historia estadounidense. Y más aún, todo indica que la cifra del 2022 va a superar a la del 2021.
Una pandemia importada
Esta pandemia artificial originada en EE.UU. ha causado incluso mayores estragos en sus vecinos del sur.
De acuerdo con las cifras publicadas en el libro «Tráfico de armas y violencia: De la red global al reto de seguridad local», en Haití y las Bahamas el 98 por ciento de las armas ilegales proviene de EE.UU., y este porcentaje alcanza el 50 por ciento en Centroamérica.
Además, el flujo ilegal de armas de EE.UU. también ha sido reconocido por la ONU como un gran reto para Colombia.
En agosto de 2021, el Gobierno de México presentó una demanda civil ante el Tribunal Federal de Boston contra 11 empresas de producción y distribución de armas en EE.UU., a las cuales acusa de emprender «prácticas comerciales, negligentes e ilícitas, que facilitan el tráfico ilegal de armas a México».
Hace semanas, el Dr. Anthony Fauci, principal asesor médico del presidente Biden, afirmó en un programa televisivo que EE.UU. «ya está fuera de la fase de pandemia», aunque corrigió días después que «de ninguna manera esto significa que la pandemia haya terminado».
De igual manera, cabría preguntar: ¿Cuándo va EE.UU. a acabar con la pandemia de la violencia de armas dentro y más allá de sus fronteras?
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