Una residencia en Rosario aloja a jóvenes que no hallaban contención en los centros tradicionales. Allí no solo se respeta su identidad autopercibida. También acompañan sus procesos de transformación, desde la documentación hasta los tratamientos con hormonas.
La casa fue montada por la organización Espacio de Encuentro para las Juventudes (EEJ), a partir de un convenio con la Dirección de Niñez de la Provincia de Santa Fe. La idea inicial era abrir un centro residencial para varones jóvenes en situación de calle o en distintas situaciones de violencia y sin hogar, pero el proyecto se frenó con el cambio de gestión gubernamental. En 2019, el área de Niñez pidió prestado el sitio para alojar a una niña trans que no hallaba contención en los hogares tradicionales. Fue el primer paso para que el centro quedara formalmente constituido. Hoy ya aloja a tres adolescentes trans.
“La más grande (de 17 años) estuvo en otro centro antes, donde no estaba cómoda, y venía pidiendo que la trasladaran. La más chiquita (hoy de 14) pasó por muchos, como cinco. Los trabajadores muchas veces no respetaban su identidad. Eso las ponía muy nerviosas. A la más chiquita la trataban de él y por el nombre del documento. Eso la violentaba. La más grande tenía buena relación con les compañeres, pero el personal decía que no sabían si era ella o él”, cuenta Matías de Volder, uno de los referentes del EEJ y también vicepresidente de la Federación Argentina LGBT (FALGBT).
Se trata de un centro “único en el país. No tenemos registro de que haya otro. Sabemos que Neuquén tiene intenciones de abrir uno. Y hace poco abrió un refugio, pero no es un centro residencial conveniado con Niñez. En CABA hay algunos refugios nocturnos más contemplativos con las personas trans, pero no para adolescentes”, compara De Volder en diálogo con Tiempo.
El centro funciona en una casa con un gran patio. Está pintada con los colores del EEJ: verde, rojo, amarillo y azul. Pero quienes llegaron para habitarla introdujeron sus propios gustos. Ahora, una de las habitaciones y parte de la cocina están pintadas de rosa.
Arrasadas
“Muchas veces les adolescentes trans se terminan yendo de sus casas. No los llega a atajar el Estado. Son más las y los que están dando vueltas. Acompañamos desde el centro de día –que funciona en paralelo a la residencia– y hay redes de comunidad trans tendidas después de muchos años de discriminación. Muches viven en otra casa trans, alquilan un lugar común”, indica De Volder.
De acuerdo al sistema de protección de niños, niñas y adolescentes, hay distintos rangos de medidas ante casos de vulneración de derechos a menores. “Cuando son situaciones de extrema vulneración, se entiende que debe ser retirade de la casa. Eso lo valida un juez, necesariamente. Los equipos les mandan a algún centro residencial mientras se resuelve la medida. Se agotan las instancias para ver la posibilidad de que regresen a sus casas. Si no hay margen de trabajo, se ve con la familia más cercana; si eso tampoco es posible, entra en un proceso de autonomía progresiva (que el Estado debe acompañar hasta la mayoría de edad) o va a adopción”, explica De Volder. “Para que la o lo saquen de su casa es porque lo viene pasando muy mal. Y si sumamos la discriminación por ser trans, las situaciones son terribles, de arrasamiento completo”.
Jonatan Martínez, uno de los operadores del equipo interdisciplinario que realiza el seguimiento de las y los menores asistidos desde la Dirección de la Niñez provincial, remarca que el centro inauguró “una experiencia muy buena de acompañamiento a una adolescente trans; fue todo un tema pensar una estrategia que la alojara. Hay algo de la especificidad de este lugar que permitió que hoy la piba esté bien. Pudo atravesar un proceso arduo, difícil”. De todos modos, advierte, “resta mucho laburo para adecuar las instituciones a una perspectiva de género y de diversidad, que alojen este tipo de situaciones. No es solamente una cuestión de formación sino una propuesta política y ética”.
Para De Volder, el nivel de violencias que sufren las adolescentes trans implica que “ni siquiera ellas mismas se respetan como sujetos. Partimos de construir un piso que permita trabajar otras cosas”. En ese proceso, señala también “las violencias del Estado no reconociendo terapias hormonales”, por ejemplo, con bloqueadores del desarrollo en la pubertad. “Los médicos decían: ‘Bueno, tal vez se arrepiente’. Pero ella lo tenía superclaro. Estuvo todo un año desarrollándose como varón. Algo que no hubiera pasado –si le daban el tratamiento– y ahora hay que revertirlo. Ahora tiene que desarrollarse como una mujer. Esas violencias se suman a todas las otras”. Según el referente del centro, la complejidad del trabajo con adolescencia trans lleva a que haya “un equipo como si tuviéramos 15 pibes alojados”. Psicólogos, trabajadores sociales y técnicos forman parte del colectivo.
Pelos y pinturas
Cuando N. todavía vivía con su familia, solo había un sitio donde se sentía en libertad como para usar ropa de nena: la casa de Viviana, mamá de una amiga de la escuela. “Acá se sentía libre. Iba a la escuela de nene y venía acá y se vestía como nena. Decía que quería ser así, que no iba a cambiar”, cuenta la mujer a este diario. Su hogar contuvo muchas veces a N., y recibe su visita desde que vive en la residencia para adolescentes trans. “Se nota un cambio, se viste como chica y anda así por todos lados, ya no tiene vergüenza. En 2019 hablé para llevarla a jugar al fútbol y jugó con las nenas. A veces, cuando salíamos, había cosas que le decían y le hacían mal. Ahora se lleva bien con todos. Incluso con los pibes de la cuadra, que antes le decían cosas”.
La vestimenta, el cuidado del cabello, el maquillaje y la depilación se vuelven temas centrales en una residencia que acompaña a jóvenes trans, a diferencia de otros centros. Son cuestiones que hacen a su identidad y que influyen en su estado de ánimo. “¿Por qué se necesita un centro residencial específico? –pregunta y contesta De Volder– Para acompañar el proceso identitario. Si bien tuvimos un presupuesto bastante grande asignado desde Niñez, no es suficiente para pagar los gastos: les pasa a todos los centros, pero nosotros tenemos que contemplar insumos que en otros lados no. Tenemos que comprar cera, maquillaje, cosas de peluquería, porque hacen a la identidad y a la expresión de género. En otro centro no es importante, para nosotros es determinante. Las pibas se superangustian por los pelos. Acá es algo fundamental”.
Cuando N. llegó al centro, tras cinco años de huidas y toda una vida entre violencias, estaba “todo el tiempo gritando, queriendo irse”. Los episodios agresivos eran cotidianos, con extremos que incluyeron amenazas con cuchillos. Pero el panorama cambió. Cierto día, ante una de las urgencias por salir, a N. le permitieron ir a dar una vuelta. A diferencia de tantas otras veces, volvió. “En comparación con el hecho de nunca haber estado más de 15 días en un centro, era un montón”, recuerdan en la residencia. Generar confianza fue el primer paso. Después comenzó el acompañamiento relacionado con su transformación identitaria, desde los trámites de documentación hasta el asesoramiento sanitario y las hormonas.
N. ya no está sola. Además de los terapeutas y acompañantes convivenciales, crece junto a O. y X., de 17 años. Para Martínez, del área de Niñez de la provincia, el logro tiene que ver con la “disponibilidad de no expulsar ante las crisis. Ante situaciones que tienen que ver con los procesos de tránsito y acompañamiento dentro del sistema de salud, o con la efectvización del tránsito hacia el género con el que cada una se autopercibe”.
Para que sus derechos no sean vulnerados, para que puedan pintar sus paredes de rosa. «
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