La vida en blue: crónica de la city porteña en el día que el dólar llegó a $ 1000

Por: Nicolás G. Recoaro

Cuevas y casas de cambio en silencio, arbolitos que susurran, policías dando vueltas alrededor. Postales de una geografía que no incluye el impacto de la corrida en los precios y en la pobreza.

El mundo de la city porteña es azul como una naranja. Hace juego con el cielo diáfano del jueves. El blue anda por las nubes en la tórrida primavera electoral. Esta semana escaló, escaló, escaló… Llegó hasta los mil pesos por cabeza. «Dólar 1020», corrige la cotización el cartelito pegado con precaria cinta Scotch en la vidriera de una zapatería sobre la calle Florida, casi esquina Sarmiento. Las largas botas, filosos taco aguja y coquetas chatitas esperan dueña. «Igual nadie compra. Pocas ventas para el Día de la Madre y los turistas quieren regatear. A lo mejor salimos empatados este año, pero si el dólar sigue subiendo, vamos a tener que remarcar», confiesa el mercader.

«Cambio, cambio dólar, cambio». El mantra suena bajito. Un susurro en el mediodía. La postal del bosque de arbolitos voceando a los cuatro vientos brilla por su ausencia. Los operativos de la AFIP en las cuevas secaron la plaza. Las camionetas de los sabuesos duermen la siesta en varias esquinas del microcentro.

Foto: Pedro Pérez

Sobre Lavalle al 300 un morocho cambista arriesga su pescuezo. «Cambio, cambio, cambio», canta despacito. Después se acomoda el cuello de la campera, toma aire, reflexiona en off: «Nos persiguen a nosotros, que vayan a buscar a los tranzas, a los narcos, yo tengo que morfar. El precio lo ponen ellos, el gobierno, los banqueros, lo nuestro es chiquitaje. ¿Sabés cuál es el problema? Nadie cree en el peso».

«No hay moneda que no sea símbolo de las monedas que sin fin resplandecen en la historia y la fábula», escribió Borges en el «El Zahir», cuento resplandeciente en el cual una moneda termina apoderándose de la mente de su poseedor. El relato engorda ese tesoro invaluable de la literatura universal que es El Aleph. El Zahir es un objeto que cobija un poder terrible: quien lo ve no puede olvidarlo. Detrás del Zahir, de esa fijación, arriesga Borges, quizá esté Dios. Mirarlo lleva a la locura. ¿Alguien tiene alguna duda de que la moneda, el dinero en general, no es psicológico?

Foto: Pedro Pérez

Por el ojal del dinero se cuelan infinitas historias que son el hilo que zurce las relaciones entre los humanos. Triunfos, derrotas, deseos, frustraciones, pánicos y locuras. «Obvio que me acuerdo de la híper del ’89, también del 2001 con la gente golpeando las puertas de los bancos. Esta es otra historia, fijate que esto es un desierto, poca gente por el microcentro, y no es por los operativos, nos mató la pandemia y todas las operaciones de los bancos se hacen por Internet», arriesga José, estoico canillita de Lavalle y San Martín, rodeado de matutinos con tapas catástrofe de la estampida azulina de la moneda yanqui. Cierra el canilla: «Un poco triste me tiene el presente. Mirá que apoyo al gobierno, pero la gente anda desesperada, el mango no alcanza. Los que tienen una moneda, que son muy poquitos, la guardan en rúcula, los verdes. Es la historia de la Argentina».

Las casas de cambio trabajan a media máquina en el triángulo de las bermudas financieras entre Diagonal Norte y Córdoba. Las pantallas no muestran las cotizaciones. Los empleados tienen terminantemente prohibido emitir declaraciones. «Sin comentarios».

Foto: Pedro Pérez

Florida al 500. Santiago, joven abogado de 27 años, negocia en una ventanilla. Del intercambio sale vivo, detalla: «En Internet vi que bajó a 960, pero acá siguen pidiendo 1010 por dólar. En otros locales, ni venden. Tengo que hacer un viaje y necesito efectivo». Levanta temperatura el hombre de leyes: «A Milei hay que meterlo en cana, es un irresponsable, provoca una corrida cambiaria, que puede ser bancaria. Ayer estuve en un banco y había 20 personas esperando para retirar los dólares. Esto es por sus declaraciones, imaginate la que nos espera si gana este loco».

Los turistas deliran moneditas en alfajores, mates, yerbas y vaya uno a saber cuántas pavadas más. Argentina for export. Los repositores remarcan y remarcan en los minimarket. Este cronista toma apuntes del espectáculo sombrío que sufren millones de argentinos de Ushuaia a La Quiaca. Contempla las consecuencias del terrible monstruo que los expertos llaman inflación, ese King Kong económico que sumerge al más racional de los seres humanos en el desconcierto más penoso.

Foto: Pedro Pérez

Mario Alberto Gauna nunca vio un dólar. El cantante no vidente de Lavalle y Florida guarda en su mente el recuerdo de haber palpado el grueso papel norteamericano: «Algún turista me ha dejado, pero pocas veces. Hace meses que está jodido ganarse la moneda. Antes la gente se acercaba y me daba, ahora tengo que pedir entre tema y tema, y ni así». Después de deleitar a los caminantes con una clásico de clásico de Sergio Denis, don Mario batalla con su parlante: «Está en las últimas, se le termina la batería al toque, y no la puedo cambiar. Sale diez mil pesos. Si sube el dólar, sube el precio de la batería». El cantor evita «Mi unicornio azul» para cerrar su show. Tema apropiado para la estampida blue. Entonces se luce con una versión optimista de «Amigo» de Roberto Carlos. Esa que dice: «En ciertos momentos difíciles / Que hay en la vida / Buscamos a quien nos ayude / A encontrar la salida».

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