La vida de Marilyn Monroe entre fetos parlantes y el gran sueño patriarcal americano

Por: Adrián Melo

La película "Blonde", basada en el best seller de Joyce Carol Oates, es furor en Netflix y provoca debates casi sin términos medios. Obra de arte, para algunos, y bodrio descartable, para otros.

Blonde, la película de Andrew Dominik, parece lograr lo imposible: captar el espíritu de Blonde, la novela. Es una tarea titánica si se tiene en cuenta que su autora, Joyce Carol Oates, es indiscutiblemente una de las más prestigiosas escritoras vivas y que, para numerosos críticos, la ficción de casi mil páginas sobre Marilyn Monroe es su obra cumbre. 

Antes de adentrarnos en las decisiones cinematográficas de Dominik es preciso hacer una salvedad: Oates nunca pretendió escribir una biografía novelada sobre la mujer que naciera con el nombre de Norma Jeane Baker sino indagar sobre el mito e icono cultural perdurable, enigmático y maldito que representa la figura de Marilyn. Por ello, los materiales de la autora son biografías y documentales, pero también leyendas, rumores y chismes –reales o no– que circularon durante casi medio siglo sobre el sex symbol femenino paradigmático del siglo XX. Asimismo, forman parte de su sui generis creativo los personajes cinematográficos que la diva blonda supo encarnar y las fantasías que con ellos supo despertar.

Teniendo en cuenta estos puntos de partida, difícilmente pueda caracterizarse a la obra de Dominik como una biopic. Por el contrario, en consonancia con Oates, la película busca y logra captar como en un caleidoscopio las múltiples identidades que le asignaron a Marilyn Monroe (impecablemente interpretada por Ana de Armas): niña huérfana y desprotegida (Lily Fisher), eterna Electra en búsqueda de su padre, rubia tonta y sensual, mujer frágil y abusada, bomba sexual y ninfómana, ángel que sueña con el amor perenne, demoníaca amante de políticos, esposa abnegada y chica desnuda del almanaque, víctima del patriarcado hollywoodense y estrella autodestructiva  adicta a los fármacos.

Al asimilar estas múltiples imágenes el director logra su máximo plus: concentrar en una mujer rubia muchas de las ideas hegemónicas sobre la mujer. Probablemente nadie como la Monroe encarnó el idealizado eterno femenino (y ese fue uno de sus martirios): fabricó un personaje que, como la Rose Loomis de Niágara parecía existir solo para el sexo y, al mismo tiempo, un ser inalcanzable, indiferente a la conscupiscencia y carente de deseo como la romántica Elsie de El príncipe y la corista (Olivier, 1957) o la ambiciosa Lorelei amante de los diamantes de Los caballeros las prefieren rubias (Hawks, 1953).

Escena inolvidable

La película comienza con una de las escenas más famosas jamás filmadas: aquella de La comezón del séptimo año (Billy Wilder, 1955), en la cual, a Marilyn se le levanta el vestido blanco al pasar por una alcantarilla. En cámara lenta y en blanco negro, Dominik parece invitarnos a ver qué ocurría debajo de la falda y distinguir entre esa figura pública sonriente del film y la imagen menos feliz en su vida privada.

Luego, a lo largo de casi tres horas, vemos transcurrir una existencia entre la ficción y la realidad, entre las luces y las sombras. Así asistimos a una infancia traumatizada por una madre mentalmente inestable (brillante Julianne Nicholson) y un padre anónimo y ausente y a la adultez de una mujer que tan pronto es violada en su primera audición se vale de sus encantos sexuales para subir en la meca del cine o busca satisfacer la saciedad amorosa y erótica en un menage a trois con Charles Chaplin Jr. y Edward Robinson Jr. (Xavier Samuel y Evan Williams) o en sus matrimonios con el exatleta y el dramaturgo (Bobby Cannavale y Adrien Brody).

Todos los fetos, el feto

Entre los múltiples debates y controversias que rodean a la película hay dos escenas que se llevan el podio. La primera es la del feto hablante que le reprocha a Marilyn haberlo abortado. Quienes prácticamente acusan a Dominik de realizar una conservadora mini publicidad contra el aborto no tienen en cuenta la complejidad del personaje que quiere llevar a la pantalla. Ser madre pudo ser uno de los sueños de Norma Jeane, pero, curiosamente éste deseo estaba vedado y resultaba inadmisible para las fantasías sexuales que despertaba la figura pública de Marilyn. En todo caso, como en sus personajes de El libro de los mártires americanos, Oates logra una vez más provocar debates más profundos e interesantes en relación con el aborto que los simplistas y reduccionistas a favor o en contra.

La segunda escena es la de un primer plano de Marilyn practicando una felación al presidente estadounidense (Caspar Phillipson) –que no es nombrado pero alude a la figura de John F. Kennedy–. Así como el feto comprime en uno los numerosos abortos –provocados y espontáneos– que Marilyn tuvo en vida, esta felación es símbolo selecto de las múltiples felaciones que Marilyn se vio obligada –o no– a realizar, pero, que no supusieron goce carnal compartido. Es además fellatio al gran falo que encarna el sueño americano de los años sesenta y que muestra a la luz –es transmitido en pantalla grande para gran público– su faceta oscura y grotesca de ancestral humillación y abuso de las mujeres. Así, el mentado Camelot es un episodio más de la pesadilla de la dominación norteamericana capitalista y de la dominación patriarcal, de las cuales Marilyn fue víctima emblemática. Es una virtud cinematográfica de Dominik que la escena resulte tan insoportable, horrorosa y vulgar como la depredación sexual hollywoodense y masculina que representa. «


Blonde

Director: Andrew Dominik. Protagonistas: Ana de Armas, Adrien Brody, Bobby Cannavale y Julianne Nicholson. Música: Warren Ellis & Nick Cave. Disponible en Netflix.



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