Nadie puede asegurar que el ingreso de tropas extranjeras a Venezuela será una realidad inexorable. Tampoco, nadie en su sano juicio, puede asegurar lo opuesto. Ambas posibilidades navegan en las escabrosas aguas de una geopolítica internacional, definida por el académico portugués De Sousa Santos como «Una Segunda Guerra Fría». Se habría iniciado en los campos imperiales de Estados Unidos y China pujando por ocupar el primer puesto entre las siete potencias que se reparten el mundo del siglo XXI.
Casi una década antes de iniciarse esta batalla global con el gobierno de Maduro en el medio como pieza petrolera en el cálculo, el líder del chavismo había indicado que tal cosa estaba inscripta en la agenda de la llamada «revolución bolivariana».
Ocurrió una mañana fresca del año 2009 en el Palacio de Miraflores cuando la avisada periodista Vicky Dávila, enviada de la cadena colombiana RCN, lo entrevistó en temas de la guerra y de la paz. Venezuela y Colombia habían sorteado por pocos días atrás un enfrentamiento bélico. Hugo Chávez había retirado su embajador de Bogotá, a partir de que el expresidente Uribe Vélez decidiera que aquel era un buen momento para atacar militarmente y destruir a lo que llamó «castro-chavismo». Venezuela no estaba tan bien equipada como hoy para la guerra, ni el contexto latinoamericano favorecía el propósito uribista.
Uribe sólo se basaba en dos factores favorables: su ejército era bastante más grande y estaba mejor entrenado en matar luego de 20 años de bombardeos, razzias y asesinatos masivos en el campo y zonas suburbanas. Y contaba con el apoyo de Estados Unidos y las siete bases militares yanquis instaladas en su territorio.
En esa dinámica fue inteligente el pronóstico y también el razonamiento de factura marxista, según el cual desde la revolución bolchevique, toda rebelión o revolución social en un país, sobre todo si alcanza el poder, se verá sometida a los estragos de su opositor capitalista en nombre de otro sistema social. Importa poco si esa rebelión no expropió al capital, expulsó al imperialismo ni cambió la naturaleza del Estado. Basta con ser rebelión para convertirse en motivo de guerra. Su destino será ser asediada y atacada cruelmente, excepto si se extiende a países más desarrollados y se generaliza como revolución internacional.
La reportera le dijo a Hugo Chávez que parecía un hombre paranoico al creer que «la revolución bolivariana será atacada militarmente por Estados Unidos». Y el comandante le contestó a Dávila con una pregunta: «Vicky, ha- zle esa pregunta a Jacobo Árbenz, a Torrijos, a Salvador Allende, a João Goulart, a Juan Bosch y muchos más».
Ya sé que para algún tipo de chavista esto habilita a pensar en las capacidades mediúmnicas de un comandante al que suponen eterno, cuando no fue más que una inteligente revisión de la historia latinoamericana del siglo XX y su perspectiva ante el imperio dominante. «