«La tragedia cíclica de los argentinos es un asunto teatral»

Por: Maby Sosa

Mariano Saba, director y dramaturgo habla de una de sus últimas creaciones, Remar, que está en cartel los domingos de noviembre.

En el centro del teatro dos hombres desesperados sobre una canoa intentan encontrar el camino de regreso a su lugar. La soledad, el extravío y la desolación desencadenan situaciones tan absurdas como reales. Ese es más o menos el eje de Rema, un destino impropio, escrita y dirigida por el director Mariano Saba y que está terminando su temporada 2017 durante el mes de noviembre.

Protagonizada por Mariano González, Hernán Melazzi, Gustavo Sacconi, la obra se desarrolla en el Delta de Tigre y narra la historia de dos integrantes del Gallo Fiambre Boat Club que buscan la gloria y aceptan jugar una regata clandestina. Una sudestada los lanza a ultramar y quedan a la deriva hasta que un viejo Poseidón los confunde con Ulises y sus remeros, y el retorno se vuelve un sueño trágico e incierto.

En Remar…, Saba logró unir más de un proyecto, el de trabajar en el Sportivo Teatral (la sala que dirige Ricardo Bartís), indagar el mundo del remo y además sumar La Odisea.

“Me interesaba ese texto no en su aspecto literario monumental si no en el sentido más concreto y familiar de la metáfora homérica, que es la de unos hombres que en una empresa colectiva se ven atacados por un destino superior a ellos. Me parecía que el cruce de las dos situaciones era provechosa para improvisar actuación, secuencias, imágenes, músicas y relatos”, explica Saba a Tiempo Argentino.

Inquieto, curioso, el dramaturgo y director es uno de los grandes valores que el teatro argentino dio en los últimos años. Además de Remar, este año estrenó Química diaria (que ya bajó de cartel) y Veneno (que estará todo noviembre en Microteatro).

“El teatro off tiene una ventaja por sobre todos los circuitos: es el único que no está condenado a afirmar nada. Lo que hace es preguntar, y eso es fundamental en un momento donde los discursos políticos lo único que hacen es hablar sobre un fracaso del cual no pueden dar cuenta”, expresa Saba, quien agrega que mira con asombro y alivio que el público siga participando de los hechos teatrales.

“El teatro de margen no tiene que responder a otro interés que no sea el de su propio lenguaje poético”, explica el director. “Se enseña que pensar no sirve. Hay una especie de constante simbología del miedo. Y en ese sentido lo teatral se permite enunciar preguntas que en la realidad no se pueden permitir”, agrega.

–¿Cuáles fueron las preguntas que construyeron el texto de Remar?

–Una de las cosas fue plantearse cuánto de la tragedia que le sucede al sujeto es responsabilidad del mismo sujeto. El estar perdido como metáfora tiene una implicancia para el hoy no sólo en el país sino en el mundo. En ese sentido fue muy estimulante y al mismo tiempo muy lúdico porque es un mundo que permite jugar. La verdad es que en lo cotidiano no se nos organizaban las cosas de manera tan fácil. En general, no me estimula mucho poéticamente el mundo reconocido de lo cotidiano, lo que no está cruzado por un halo misterioso, fantástico entonces de repente este mundo era bárbaro para probar todo lo que teníamos en mente.

–En Remar está el dios que no viene a salvarte sino que viene a castigarte…

–La cultura griega tiene dioses bravos. Nos venía bien este Poseidón en piñón fijo, vengativo que se agarraba con estos argentinos de un club de remo. Le daba una sensación un poco tragicómica del destino argentino que sigue cayendo cíclicamente en problemas similares por expectativas similares que terminan siendo erradas. Un poco en ese sentido es impiadoso porque en la obra original lo es pero acá le permite hacer un periplo equívoco, un destino equivocado, eso que dice Lamborghini, “el destino es un gil de mierda”. Porque es el destino, es una manera de culpar los propios errores, en el momento en que uno concientiza que tuvieron lugar por responsabilidad propia los puede solucionar.

–¿Cómo se traslada todo esto que decís a los cuerpos?

–Tuvimos varias facetas en la construcción. En un principio, improvisar a partir de estímulos o ideas e ir construyendo el relato en una frontera entre la dirección y la actuación permite que el actor tenga una implicancia del texto distinta. Trabajamos con una entrenadora física con quien logramos estilizar algunas zonas de la construcción física, del imaginario físico, por ejemplo del remo, las situaciones que tienen que ver con lo selvático. Son tres actores que tienen una gran conciencia de cómo construir relatos de actuación con su propio cuerpo, que va más allá de construir un argumento porque cuando te vas de una obra de teatro no te vas pensando sólo en la historia que se narra. Hay una conformación del mundo que viene de la actuación porque la dramaturgia tiene la habilidad técnica de elegir y decir que vamos por acá pero la proliferación arbórea de hipótesis de actuación se va armando conjuntamente entre la dirección y la actuación.

–¿Qué procesos atravesás desde tu rol?

–En ese oficio hay algo de la prueba y del error que conforma ciertos itinerarios que hay que saber seguirlos. El pasaje entre la dramaturgia y la dirección es que en el segundo caso, cuando le errás el camino tenés que tener actores que te quieran mucho para que aguanten tu error en un mundo que es implacable con el error.

–¿Se puede decir que el rol del director es el más interpelado?

–Sí, hay mucho de eso aunque sea injusta muchas veces esa mirada. Pasa lo mismo que en el campo social, el que pone el cuerpo es el actor, es como el obrero, el trabajador, el que pone el lomo y muchas veces no es el más evocado o no es quien figura dentro de la construcción poética. Pareciera que el que ha ideado y llevado adelante el proyecto tiene mayor autoridad y es un mito casi capitalista. Está trasladando cierto vicio del campo social al campo teatral. Habría que darse cuenta de que los verdaderos logros en una obra de teatro son los que tienen los actores. Cuando un artesano construye un hermoso zapato lo hace porque él tiene una habilidad y no porque el patrón le dijo cómo hacerlo.

–¿De qué modo entra en juego el humor?

–Hay algo del ensayo saludable porque pone en funcionamiento pensar la forma, pensar el tema, pero también eso tiene mucho del juego que tiene que ver con el humor como potencia de actuación, como voluntad de doblarle la puesta a una realidad que a veces es llana, aburrida y tristísima. En los ensayos el humor aparece de manera muy fluida redentora aportándole a la teatralidad algo que le permite ganarle a lo real. Lo real te pone cara de perro entonces cuando la teatralidad le responde con la risa produce un gesto de rebeldía inédito: la realidad es un infierno y el teatro se le ríe en la cara. Lejos de ser cínico para mí eso es un gesto de enorme inteligencia, el teatro es tan fuerte en su poética que es capaz de ganarle a lo real empujándolo a la risa, cuando lo real no se merece más que tristeza. Ahí hay algo de la resistencia de lo teatral que es muy contundente y no digo que otros lenguajes poéticos no lo tengan, pero que el humor dentro del teatro y un teatro originado en el margen tiene rebeldía no me caben dudas.

–Como dramaturgo, ¿cómo hacés para lograr un alejamiento de lo real pero a la vez un acercamiento sensible?

–El descarte del elemento popular se produce en este país cíclicamente. Lo observo con distancia para poder trabajar pero me da una enorme angustia cuando salgo a la calle y veo cada vez más gente durmiendo en las veredas. Hay mucha actuación por fuera del teatro. Es tristísima la idea de que eso se produzca cíclicamente, que el descarte de las zonas más carenciadas como estigma del pobre. Es recurrente en la argentinidad, desde su fundación hasta hoy. La idea de que suceda cíclicamente es de una angustia terrible y al mismo tiempo es materia poética porque cuando lo ponés en escena desata una cantidad de conflictos concretos y simbólicos que van a resonar en la cabeza de todas las personas que vean la obra. La tragedia cíclica de los argentinos es un asunto poético, teatral, pero al mismo tiempo es un asunto real y concreto que aparece en el teatro. 

–¿Cómo pensás la situación del teatro independiente después de todos estos años?

–El off es un espacio de resistencia. Desde hace unos años el teatro off se vio favorecido por subsidios para poder subsistir, los actores cobran muy poco pero se puede hacer el proyecto. El teatro off siempre va a permanecer dentro de lo marginal, siempre va a padecer el estigma de que no es productivo. Acá tenés más crisis y tenés más teatro, eso te muestra que va por fuera de los intercambios económicos, eso no pasa en ninguna ciudad del mundo. Los teatreros argentinos no están ligados al proyecto por cuestiones económicas si no con la necesidad de expresarse, de plantar un discurso teatral, poético, de crear belleza en una realidad voraz, el teatro off se mantiene y prolifera en esos procesos grupales que ayudan a bancar la parada. Son pequeños grupos plantados en una realidad hostil haciendo arte en un mundo donde no está permitido nada que no tenga funcionalidad.

Remar un destino impropio, tiene sus últimas tres funciones los domingos a las 20 en el Sportivo Teatral, Thame 1426. 

Veneno, estará en cartel todo noviembre de miércoles a domingo (con cinco funciones diarias) en Microteatro, Serrano 1139.

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