Un estudio realizado por Daniel Feierstein y otros investigadores de la Universidad de Quilmes explica cómo el discurso de una minoría intensa se impone al sentido común que pide más cuidados ante el empeoramiento de la crisis sanitaria. El rol de los medios concentrados. Y la errónea legitimación del "hartazgo" que hacen los funcionarios.
El mojón de los 20 mil casos, superado este martes, y el crecimiento vertical de la pandemia en la Argentina, repiten lo que sucede desde hace más de un mes en varios países de la región, que están padeciendo una verdadera catástrofe sanitaria, y en otros muchos de Europa. Y desde luego, obligan a tomar decisiones drásticas. Sin embargo, para la prensa hegemónica, la implementación de mayores restricciones no tiene justificación, y sólo respondería a la intención aviesa del gobierno de recortar libertades, para lo cual “muestra cifras”.
En el peor momento de la pandemia, con más casos que en octubre del año pasado y en una carrera contrarreloj por la inmunización de la población con factores de riesgo, está claro que el relato de la “infectadura” sigue plenamente vigente.
Mientras los medios concentrados insisten en que aquí no hay otra cosa que el gobierno nacional y el bonaerense tratando de doblegar la resistencia de las autoridades porteñas, que no quieren más restricciones, la pandemia, como en otros países, les está explotando en las manos a todos. Y en el centro de la disputa de sentido que hilvana todas las discusiones está el mismo demonio que agitaba las del año pasado: el negacionismo.
En un año entero de crisis sanitaria global, el gobierno llegó a algunas conclusiones. Primero, que las medidas deben ser focalizadas, espacial y temporalmente: no sirve cerrar todo ni sirve hacerlo por largo tiempo. Privilegia la salud, pero no quiere desproteger la economía. Y postula un par de axiomas que un año atrás alimentaban el discurso de la oposición: hay que mantener las clases presenciales y sostener el ritmo de la producción, en el convencimiento (ampliamente discutido, particularmente por los gremios docentes) de que las actividades protocolizadas no son el foco de los contagios.
Pero evidentemente algo se ha ido de las manos. La curva de la pandemia se abisma en cifras récord. Hay que cerrar. Preguntarse, con las mejores herramientas de análisis, cerrar qué, cuánto y cómo. Pero cerrar.
¿Se animará el gobierno a imponer restricciones más severas? ¿O sería imposible porque la gran mayoría de la población está “harta” y no las cumpliría? Es aquí donde reaparece, con toda su fuerza, el negacionismo.
El sociólogo Daniel Feierstein viene alertando sobre este componente del discurso social desde el inicio de la pandemia. Ahora, a través de un estudio de opinión realizado por un grupo de investigadores de la Universidad Nacional de Quilmes, que integra, cuestiona la creencia generalizada de que nuevas restricciones no tendrían respaldo social.
De acuerdo al informe, al que dedica un artículo el sitio de divulgación científica de la Facultad de Exactas de la UBA, NEXCiencia, esta falsa presunción “es tan generalizada que hasta el propio sector mayoritario que propone y avala más medidas de cuidado se percibe como minoritario”.
El estudio realizado por el Instituto de Economía y Sociedad en la Argentina Contemporánea, de la UNQ, a cargo de los investigadores Javier Balsa, Guillermo de Martinelli, Pehuén Romaní, Juan Spólita y Daniel Feierstein, es previo al desembarco de la segunda ola en el país. Abarcó a 1496 personas mayores de 18 años, porteños y bonaerenses. A los encuestados se les pidió que pensaran qué harían si fueran presidentes y el aumento sustancial de los casos de Covid-19 hiciera colapsar las unidades de terapia intensiva.
Contra el discurso predominante en los medios, una amplia mayoría (el 63%) afirmó que implementaría una cuarentena estricta o bien cuarentenas intermitentes. Y apenas el 21% dijo que sólo le pediría a la población que extreme los cuidados.
“Aquí se revela toda esta construcción sobre la existencia de una situación de hartazgo y de desobediencia que no se constata en los estudios de opinión. Porque los distintos estudios, el nuestro y otros, muestran de manera más o menos similar, que hay entre un 50 y un 65% de las personas que estaría de acuerdo con restricciones bastante severas para enfrentar la segunda ola”, señala Feierstein a NEXCiencia, y agrega: “Es interesante porque tanto la oposición como la mayoría del oficialismo, y los medios de comunicación, parecen estar mucho más convencidos del hartazgo de lo que la población misma expresa”.
El estudio avanza un paso más y le pide a ese 63% de los encuestados que implementarían restricciones, que imaginen cómo reaccionaría la población. Solo la mitad piensa que la mayoría apoyaría estas medidas, mientras que la otra mitad cree que las protestas impedirían su cumplimiento.
“Se da una situación paradójica –reflexiona Feierstein–, en la cual se termina llevando adelante la política de una minoría intensa, no mayor al 15% de la población, que dice que están hartos y que no respetarían ninguna restricción, como si esa fuera la opinión de la mayoría de la sociedad. Y eso se da porque esa minoría tiene capacidad de movilización y una disposición a oponerse de modo activo a las restricciones. Por lo tanto, para poder imponer la opinión de la mayoría sería necesario recurrir a sanciones que el Estado, durante 2020, no estuvo dispuesto a encarar”.
Para el sociólogo, los medios han jugado un rol determinante a la hora de proyectar como hegemónica la opinión de una minoría negacionista, y silenciar la de la mayoría que se inclina por extremar los cuidados. Pero, agrega, muchos funcionarios han legitimado ese discurso.
“Me parece –cierra Feierstein– que lo más importante es dejar de avalar las miradas negacionistas. Es necesario explicitar con toda la crudeza que sea posible cuál es la gravedad de la situación y cuáles son los caminos posibles. Esto es incorporar a la sociedad, a los movimientos sociales, a los sindicatos, a las asociaciones barriales, para pedirles apoyo en estas circunstancias. Pero no para sostener lo que se viene haciendo sino para hacer lo que hay que hacer. Hay un error en no poner a la sociedad en la disyuntiva que existe hoy en la Argentina: ¿estamos dispuestos a que mueran otras 50 mil personas o vamos a hacer algo para evitar ese resultado?”
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