“La primera propiedad es el cuerpo” (John Locke)
Ante un nuevo femicidio en Catamarca, valen algunas reflexiones en la sociedad de la no escucha.
Somos devotos negacionistas: nos alarmamos ante los mismos hechos que propiciamos desde el fuero más íntimo, hechos que luego alimentan el morbo en una red social, en un medio de comunicación. Consumimos morbo, lo reproducimos, y luego lo repudiamos, exculpándonos.
Resulta mucho más fácil pensar que no hacemos nada para alimentar hechos como el del último domingo: “negros de mierda”, “feminazis”, “puta”, “mariquita”, son expresiones que ponemos en la boca de nuestras hijas e hijos naturalizando toda una cultura del desprecio que tiene al control del cuerpo del otro como eje. Categorizamos a otros, y eso define el sistema de jerarquías humanas que les asignamos en nuestra sociedad.
Un sistema que se conjuga sobre bases injustas, con un ideal de ciudadanía recortado desde el inicio, en donde unos son sujetos de derechos, y otros somos sujetos pasibles de los derechos que otros quieran darnos. Somos lo que otros deciden que somos, consideraciones que siempre vienen sesgadas por aprehendizajes adquiridos en una cultura patriarcal. Una cultura que no existe desde que se empezó a hablar de patriarcado, o dar a conocer los hechos de violencia contra la mujer, sino desde los orígenes de las sociedades como tal, desde que fue productivo adueñarse del cuerpo de otro para producir, para intercambiar, para obtener placer. Relación de subalternidad en la que el hombre siempre detentó un poder superior.
En la antigua Grecia, el varón blanco, adulto y propietario era el sujeto de la democracia griega. Pero no lo eran todos los varones, sino sólo el “Andros”, que era el que cumplía estas condiciones. Así, el androcentrismo, casi incólume, se sigue replicando en nuestros días a través de una cultura patriarcal que ha incorporado sus pautas en nuestra sociedad. La condición física ha determinado desde siempre una jerarquía, entonces nos encontramos con que a las mujeres, por ejemplo, pueden los hombres matarnos en un promedio de una cada 23 horas, o que también es posible que un hombre abuse de una niña o niño cada 16 horas.
“Como límite de la democracia hay que discutir el androcentrismo como un sujeto poderoso, que detenta una jerarquía natural por su condición física; es el único capaz de plena ciudadanía y va marginando a otros sujetos que no tienen cómo ejercer los derechos, o incorporarlos a su cuerpo”, dice Diana Maffía.
¿Asesinato o femicidio?
A pesar de que el femicidio está tipificado como tal desde 2012 con la modificatoria del artículo 80 del Código Penal, medios de comunicación masiva, legisladoras, legisladores, políticos y otras personas de activa injerencia pública evitaron nombrar al último femicidio, el de Micaela, como tal. Lo relativizaron mencionándolo como homicidio, asesinato, y hasta fallecimiento. No es posible pensar que hubiera una intención expresa detrás de estas omisiones. No después de conocerse incluso por los mismos medios hasta el hartazgo las condiciones miserables en las que sucedieron los hechos.
Sin embargo, y menos viniendo de personalidades de la vida pública, tampoco es admisible que hoy, con la cantidad de información disponible, se desconozcan los argumentos por los cuales es importante mencionar a un femicidio como tal desde el inicio. Y lo que representa socialmente esa mención.
Mientras no se nombre al femicidio y se invisibilice esta forma de violencia, mientras sigamos oponiéndonos a ampliar derechos, a permitirnos decidir sobre el cuerpo de otros, se siguen matando mujeres.
Sociedad de la no escucha
Decir asesinato, fallecimiento, muerte, deceso, o cualquier otro sustantivo que invisibilice un femicidio es promover una mirada desacertada. Porque no es lo mismo una condena por homicidio simple que una por femicidio, es matar a la mujer dos veces.
Pero además, es negar que estamos viviendo un contexto histórico y social en el que los femicidios están en la punta de la pirámide de los delitos, no son un asesinato más: son el resultado extremo del sometimiento que ejerce el hombre sobre la mujer, del poderío de un cuerpo jerárquico por sobre un cuerpo subordinado, el nuestro.
Y en este poderío, las mujeres somos también presas de lo que los medios decidan mostrar y decir de nuestras muertas.
El espectáculo de la muerte
“Los femicidios se repiten porque se muestran como un espectáculo”, dice Rita Segato. Analiza las agresiones de género y asegura que “son contagiosas” por el mal abordaje de los medios de comunicación. “Debe haber información, solo que está mal dada porque se lo presenta como un espectáculo”.
Segato señala que “el protagonista es mostrado como el monstruo potente de la historia, y para muchos hombres ser potentes es un meta. (…) Eso es convocante para muchos hombres, por eso se repite”, dice. En este sentido, ¿qué deben hacer los medios de comunicación, qué debemos postear y reproducir en las redes sociales? Desde hace ya un tiempo las redes de organizaciones feministas nos propusimos quitar el foco de la víctima, no nombrarla, no hacer hincapié en su vida privada, en sus hábitos, ni en nada que, sabemos, muchos fallos judiciales machistas se han basado para dejar libres a asesinos, como el caso de Lucía Pérez. Decidimos empezar a nombrar y mostrar la cara del femicida. Sin embargo, siguiendo la línea de Segato, potenciar la figura del femicida es también contraproducente.
En un compromiso serio con este tipo de hechos, quizás lo aconsejable sería buscar un equilibrio que respete la integridad de la víctima, y exponga al agresor sin exaltar ninguno de sus rasgos. El asesino de Micaela, o los asesinos de Fernando en Villa Gesell no son monstruos, ni bestias: son hijos sanos del patriarcado. Los asesinos podrían ser cualquiera de nuestros hijos: sí. Porque el patriarcado nos atraviesa a todas y todos, y está tan arraigado que ni nos damos cuenta de cuánto de ello tenemos adentro, y aunque queramos extirparlo, nuestros hijos lo maman (paradójico), en la escuela, en la calle, entre familiares o amigos. No hay manera de extirparlo si no hablamos todos los días de eso desde los pequeños lugares que nos tocan en lo cotidiano, si no hay programas para nuevas masculinidades en los ámbitos laborales, si no hay una revisión de la sociedad entera. Una revisión honesta, sin paredes defensivas, porque en definitiva, todas y todos somos víctimas, la diferencia está en quienes deseamos deconstruirnos y nos repensamos a diario, y quienes disfrutan de ese lugar de superioridad heredado, y hacen uso trágico de sus privilegios.
(*) Las Eulalias es un colectivo de comunicadoras feministas de Catamarca