La sociedad de los chicos ricos

Por: Leonardo Murolo

La serie The Society trabaja sobre una distopía que intenta desplegar, no siempre con fortuna, una crítica al orden establecido. Disponible en Netflix.

The Society es una de las últimas apuestas de Netflix. Se trata de una comedia dramática de diez capítulos creada por Christopher Keyser y asentada en un elenco coral juvenil. La serie retoma elementos de la distopía, desde donde propone una crítica a la sociedad contemporánea, la política, las leyes y el consumo. Una causa sobrenatural poco explicada que comienza con un fuerte olor deviene en la imposibilidad de salir de un pueblo y la necesidad de crear reglas internas de convivencia.

Un grupo de jóvenes que se había ido de campamento vuelve a su casa, en el pueblo estadounidense de West Ham, y se sorprenden con que está desierto. No encuentran a sus familias, ni a sus amigos, ni a nadie. Al querer volver a salir advierten que donde estaban las carreteras de acceso ahora hay un bosque infinito. Allie (Kathryn Newton), Becca (Gideon Adlon), Sam (Sean Berdy), Helena (Natasha Liu Bordizzo), Harry (Alex Fitzalan), Cassandra (Rachel Keller), Campbell (Toby Wallace), Luke (Alexander MacNicoll) y Gordie (José Julián) deben entonces aprender a vivir juntos trazando reglas de convivencia y conociéndose más allá del colegio. Aunque la historia se construya en parte de clichés propios del culebrón televisivo, lo interesante de la serie es la exploración de un nuevo orden social desde una mirada juvenil.

El recurso narrativo de la distopía se desarrolla en torno a un futuro indefinido que a la vez exacerba problemas de la sociedad del presente. De allí podemos suponer que se trata de una serie bajo receta: jóvenes bellos y bellas, de clase media estadounidense, que deben reconocerse entre sí bajo una convivencia involuntaria. Como tema recurrente, la distopía  se presenta esta vez como rito de iniciación y pasaje de la adolescencia a la adultez.

A partir de un lento comienzo narrativo donde se presentan los personajes y el estado de situación, hay que esperar un par de capítulos para que se produzca un asesinato que oficie de punto de giro. Allí se desencadena la tensión dramática en medio del suspenso y una escalada de violencia que se definen en un final abierto. Al mismo tiempo que se construyen relaciones amorosas propias de la comedia juvenil con el trasfondo de la intriga y la inminencia de un desastre.

Muy poco tiempo en el relato se le dedica a explicitar las causas del encierro. Las conjeturas mencionadas en los primeros capítulos arriesgan incluso que los jóvenes no se encuentran en La Tierra sino en un universo paralelo. Pronto la distopía queda de lado para tejer historias personales poco logradas. En ese terreno las escenas de relleno no se hacen esperar y aparecen en cada episodio: desde un juego de rol masivo hasta una fiesta de graduación se convierten en escenarios donde no sucede nada que motorice la historia de intriga.

El orden social se pone bajo crítica cuando la justicia comienza democrática para diluirse bajo la forma del ojo por ojo. La administración de la comida, el inventario de recursos, la división de tareas y la reconfiguración de liderazgos configuran una juventud politizada sin pensarlo. El personaje de Cassandra propone unas reglas de convivencia que implican asambleas deliberativas –desde un comité de investigación sobre cómo volver a la normalidad hasta uno para organizar un baile–, la institución de un poder de policía con guardias permanentes, reuniones semanales y la premisa de que los que no trabajan no comen. Una convivencia en primera instancia pacífica, alejada del caos de otras series como Lost o The Walking Dead que devendrá en representaciones del totalitarismo, la democracia y la anarquía.

El grado cero de sociabilidad ya podría instituirse como un subgénero dentro de las distopías. Allí los guionistas deben ser muy agudos para proponer algo nuevo ante la abundancia de historias similares en esta edad de oro de las series televisivas. No parece ser el caso, ya que se queda a mitad de camino pretendiendo ensayar sin profundidad dimensiones de la condición humana, los roles de género, la política, la anomia y las ideologías. Es quizás una de las muestras más cabales de la recuperación de recetas en una producción en serie de series. Quizás también signo de cierto agotamiento de la fórmula de representación juvenil de Netflix, que desde hace un tiempo se asienta en una construcción de gusto tan probada como reiterativa.  «

Guión: Christopher Keyser. Elenco: Kathryn Newton, Gideon Adlon, Sean Berdy, Natasha Liu Bordizzo, Alex Fitzalan, Rachel Keller, Toby Wallace, Alexander MacNicoll y José Julián. Por Netflix.

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