España se negó a pedir disculpas por las atrocidades de la conquista de América.
El gesto es pedir perdón por atrocidades cometidas en el pasado contra pueblos del planeta; hoy representados por estados soberanos miembros de la versión real de la comunidad internacional de naciones.
El tema cobró actualidad por la decisión de México de no invitar al rey Felipe VI a la toma de posesión de la presidenta Claudia Sheinbaum. La decisión motivó la ausencia de cualquier delegación oficial española, aunque estuvieron varios diputados de partidos que integran la variopinta coalición que sostiene la presidencia del socialista Pedro Sánchez al frente de la Moncloa.
México y los medios internacionales difundieron cuantos países han pedido perdón por tales actos. Francia pidió perdón por las atrocidades cometidas contra el pueblo de Argelia en su lucha independentista; Alemania lo hizo por el genocidio contra los judíos, gitanos y otros pueblos, en la segunda guerra mundial; el Reino Unido pidió perdón por el genocidio contra el pueblo Mau Mau en África.
La lista sigue: Bélgica pidió perdón por las barbáricas acciones cometidas en el Congo, que produjeron una hecatombe demográfica, reduciendo a la mitad la población congolesa. Japón lo hizo por haber convertido en esclavas sexuales a mujeres de Birmania, Corea, Filipinas, Indonesia. Aún no pide perdón a China por crímenes de lesa humanidad cometidas contra el pueblo chino durante la segunda guerra mundial. Italia pidió perdón a Libia por las barbaries cometidas en ese sufrido país y le entregó cinco mil millones de dólares en simbólico gesto de reparación. Estados Unidos pidió perdón a Guatemala por haber enfermado a centenares de guatemaltecos de enfermedades venéreas con experimentos de laboratorios norteamericanos con apoyo del gobierno. Aún les falta pedir perdón por derrocar al gobierno legítimo de Jacobo Arbenz y haber desatado décadas de gobiernos sanguinarios y corruptos en ese país. Países Bajos se disculpó por haber ordenado ejecuciones sumarias en Indonesia. Portugal se por haber establecido la esclavitud en varias de las colonias de su imperio colonial.
Además: Argentina, Australia, Estados Unidos, Chile, Noruega, Nueva Zelanda, se disculparon por las atrocidades cometidas contra sus pueblos originarios. Y el Papa Francisco pide perdón en nombre de El Vaticano por las atrocidades de los curas españoles que impusieron su religión a sangre y fuego durante la conquista española.
México se disculpó por las discriminaciones contra el pueblo Maya, el pueblo Yaqui y la comunidad china, por haberlos hecho víctimas de discriminación. Y recientemente la presidenta Sheinbaum pidió las disculpas del Estado mexicano a las víctimas de la Plaza de las Tres Culturas en 1868.
El pedir perdón es sanador para ambas partes porque ayuda a cerrar heridas históricas. La conquista española en Latinoamérica provocó una hecatombe demográfica entre los pueblos originarios calculada por historiadores y demógrafos entre 42 y 56 millones de personas. La provocaron matanzas, enfermedades venéreas, y formas inhumanas de trabajo como las mitas, para mencionar alguna.
En el caso de México, además, la conquista impidió el desarrollo histórico de grandes civilizaciones como la Maya, que inventó el número cero, sin el cual no serían posibles las matemáticas superiores, imprescindibles para desarrollar en el siglo XX la electrónica y en el XXI la digitalización y la inteligencia artificial.
Es verdad que los españoles no se negaron al mestizaje en la época colonial y construyeron las primeras universidades en Latinoamérica. Pero no supieron coexistir con las otras civilizaciones originarias y sus religiones.
Ahora, cinco siglos después, hay que escribir una historia revisionista de la relación histórica entre España y los estados latinoamericanos. No fueron héroes y santos los colonizadores; tampoco solamente asesinos barbáricos. Fray Bartolomé de las Casas es un ejemplo de aquellos buenos españoles que trataron de entender y coexistir respetando las tradiciones y costumbres de los pueblos originarios sin oprimirlos violentamente. Es a esto a lo que se niega ahora la monarquía borbónica y el estado español.
Felipe VI, monarca sensato en comparación con su padre Juan Carlos, autor de muchas tropelías, no tuvo la sensatez de ponerse de pie cuando en el acto de posesión del presidente Gustavo Petro en Colombia pasó la espada del Libertados Simón Bolívar y todos los asistentes jefes de estado lo hicieron. Su sensatez fue vencida por la soberbia borbónica. Lo mismo ocurrió cuando se negó a contestar la nota cordial del presidente de México en 2019 para juntos pedir perdón por las atrocidades cometidas por España y el estado independiente mexicano contra minorías. No sólo no tuvo la gentileza mínima de responder a un jefe de estado de un país amigo, sino que la casa real española difundió esa carta e hizo que líderes de la derecha española hicieran escarnio y burla de ella.
La casa real española, con en su comportamiento frente a la independiente y soberana Latinoamérica, reproduce las incidencias de la película “El último Vermeer.” La monarquía española crea su propia versión de la conquista y la colonización española en Latinoamérica, como como Hans Van Meengeren imita los cuadros de Vermeer para vendérselos a los jerarcas nazis que ocupaban Holanda. Por bien escrita que luzca la versión borbónica de la conquista y colonización de Latinoamérica, no es real. Como en la citada película, las imitaciones de Meengeren no eran el auténtico Vermeer.
Celeste López y Mariano Gorini serían los nombres de los agresores.
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