La política económica de Lula estará muy condicionada por sus compromisos con el establishment

Por: Alfonso de Villalobos

El nuevo presidente prometió volver a sacar de la pobreza a millones de brasileños pero prometió una política de austeridad fiscal y moderó sus críticas a la reforma laboral y previsional. El Mercosur podría volver a la agenda regional.

Las acciones de empresas brasileras que cotizan en la Bolsa de Nueva York retrocedieron un 2,5% en las primeras horas del lunes luego del triunfo de Lula Da Silva en el ballotage. La zozobra en el mercado financiero, sin embargo, no parece explicarse por la victoria del candidato del PT sino más bien por lo ajustado de su triunfo y el riesgo de desestabilización política y social que entraña un desconocimiento de los resultados de parte de su rival Jair Bolsonaro que aún no reconoció la derrota. Los mercados, que dieron señales de recuperación en pocas horas, esperan que Lula asuma de una vez y sin mayores sobresaltos.

Es que la coalición electoral que lo llevó a su tercer mandato como presidente al frente de la principal economía del continente dista mucho de sus orígenes en la década del ‘90 cuando escaló a la intervención política desde su trayectoria de dirigente sindical de la CUT y referente de la izquierda y la centro izquierda latinoamericana agrupada en el Foro de San Pablo.

Su reciente candidatura contó con el apoyo cerrado de las principales organizaciones empresarias locales empezando por la Federación de Industrias de San Pablo (Fiesp) y la Federación Brasilera de Bancos (Febraban) que se volcaron decididamente al líder del PT cuando, con el concurso del histórico líder socialdemócrata moderado Fernando Hernique Cardoso, designó como su candidato a vicepresidente a líder del PSDB Gerardo Alckmin.

El ex gobernador de San Pablo había sido el candidato de la derecha brasileña en las elecciones de 2018 y hombre de confianza de la poderosa burguesía paulista. Su mal desempeño electoral se tradujo en el ascenso del outsider ultra derechista, Jair Bolsonaro.

Lula sumó gestos al establishment cuando anunció la presencia como parte de su coalición del ex ministro de Economía del presidente golpista Michel Temer, Henrique Meirelles uno de los responsables del plan de austeridad fiscal conocido como “el techo al gasto”. Se trata de una señal inequívoca sobre la continuidad de la columna vertebral de la reforma laboral que implementó ese gobierno en una avanzada histórica sobre los convenios colectivos, la política indemnizatoria y los derechos de los trabajadores brasileños. Además, ya descartó la posibilidad de una reversión de las privatizaciones de empresas públicas y de la reforma previsional que votara el Congreso de Bolsonaro en octubre de 2019. A la vez, en el transcurso de la campaña, moderó sus pronunciamientos iniciales en favor de una reforma tributaria de contenido progresivo.

De este modo, aunque todavía no se conocen los nombres de su gabinete de ministros, el rumbo del tercer gobierno de Lula Da Silva estará signado por una política ortodoxa y conservadora. Con ese arsenal deberá dar cuenta de su promesa de sacar de la pobreza a millones de brasileños que ratificó una vez electo. Así lo había hecho en sus primeros mandatos cuando 30 millones de brasileros ascendieron socialmente desde una situación de pobreza con un agresivo programa de asistencia social y redistribución del ingreso apuntalado por un escenario internacional favorable.

Sin embargo, para eso, primero deberá lidiar con un déficit fiscal estimado en unos U$S 12 mil millones anuales profundizado por el programa Auxilio Brasil implementado por su antecesor Jair Bolsonaro que, violando en los hechos el techo al gasto, otorgó un subsidio de 600 reales (70 dólares) a 21 millones de ciudadanos. Sus fuertes compromisos con el establishment ponen hoy un límite objetivo para profundizar esa política de gasto social.

Por eso, el mismo Lula, señaló antes de las elecciones en una carta abierta a la población que “la política fiscal responsable debe seguir reglas claras y realistas” y que su principal desafío sería el de “combinar responsabilidad fiscal y social”.

El contexto en el que asumirá Lula en 2023 dista del cuadro en el que lo hizo en 2003. La guerra entre Rusia y Ucrania y la desaceleración China impactan en los precios de los alimentos para el mercado interno y en la dinámica de sus exportaciones. Por eso el FMI pronostica que, en 2022, la economía crecerá un 2,8% contra un 4,6% del 2021 y profundizará su desaceleración cayendo al 1% en 2023 que, en términos técnicos, indican el ingreso a una fase recesiva. La deuda pública del Brasil, además, asciende hasta el 77,6% de su PBI y el producto bruto interno per cápita se encuentra virtualmente estancado desde hace más de una década. El desempleo luce estancado en un 13,2%.

El impacto sobre la Argentina muestra un escenario todavía abierto. Desde el punto de vista político, el oficialismo interpretó el triunfo de Lula como un puntal para su propia reelección aunque, en rigor, la candidatura de Jair Bolsonaro fue sostenida localmente solo por la extrema derecha de Javier Milei.

La fortaleza que ha mostrado la moneda brasilera que cotiza estable a 5,20 reales por dólar, sin embargo, no se tradujo en una mejora para la Argentina en la balanza comercial bilateral que, a pesar de la desvalorización de la moneda local, resultó deficitaria durante los primeros ochos meses del año acumulando un resultado negativo por casi U$S 2 mil millones.

Es cierto que la política comercial del presidente saliente se enfocó en otras latitudes como Corea del Sur, Canadá y la India mientras que, la política exterior de Lula Da Silva podría tender a recomponer lazos con el Mercosur y con el bloque de los BRICS al que la Argentina aspira a ingresar. Con todo, en las últimas tres décadas, apenas uno de cada tres años la Argentina logró superávit comercial con el país vecino.

El embajador argentino en Brasil, Daniel Scioli, sin embargo, se mostró optimista ya que atribuyó la escalada de las importaciones desde ese país, que crecieron un 35% con relación a 2021, a la crisis energética y a bienes de capital para la construcción del gasoducto Néstor Kirchner que, aseguró, no estarán presentes en los próximos años.

Por un contexto internacional adverso y la incorporación a su propia coalición de todos los dirigentes que supieron ser recalcitrante oposición a sus gobiernos y el de Dilma Rouseff, resulta difícil imaginar un Lula modelo 2023 siquiera parecido al que supo gobernar al gigante sudamericano entre 2003 y 2011.

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