O, entre tantas otras cosas: la imagen de los bares cerrados y la incertidumbre de si, cuando pase la tormenta, podremos volver a tomarnos el cafecito al sol matizado con una buena lectura. O la posibilidad de darle, al fin, un apretón monumental al nieto. Uf, pasaron casi cuatro meses y todavía resta un rato…
Están los que afirman que la tolerancia es una virtud o un hábito. Definitivamente se debería haber llegado a la edad de quien teclea estas líneas, arrastrando virtuosismo generoso (no es el caso) para soportar algunas voces, episodios, tendencias que se perciben por estos días, sin que produzcan un ataque de caspa en los pocos pelos que no se volaron aún. Por caso, el teatral regreso. No se trata del conmovedor “volveremos” que retumbó en otros tiempos. No es el desahogo del “volvimos” más actual, al que le resta mucho trabajo, vindicaciones, sufrimientos, corajes, esfuerzo, sagacidad, salud y estoicismo para que concrete, al fin, en hechos, lo que en definitiva, nos diferencia de ellos.
No es el sentimiento de añoranza mezclada con anhelo del retorno definitivo y total de los días felices que nos merecemos luego de tanta pena. Sí es la calculada reaparición del expresidente. No se puede decir que un mayor descanso le haya aclarado las turbias elucubraciones. Pero, con calma, hay que tomar nota, ya que viene a reafirmar sin casualidades temporales el discurso destituyente que hasta ahora enarbolaban varios de sus compinches de toda laya. Pero (para nuestra salud colectiva) pasemos rápido la obra del ex representante de las corporaciones, para detenernos en que fue entrevistado por el genuino hijo de aquel escritor de lúcidas ideas progresistas, converso hacia la derecha más rancia, de modo de colocar su inteligencia a disposición de los arrestos neoliberales más diversos, aun con las contradicciones que se advierten cuando se hurga en su última novela (notable literariamente como otras anteriores) comparadas con sus declaraciones públicas en defensa de dictadores, taimados y bravucones. Álvaro es el hijo (nombre apropiado para estos tiempos que exigen “pasar el invierno”) de Mario. Ambos Vargas Llosa son escritores y periodistas.
Oficios nobles y seductores, venidos a menos por acción deliberada de tanto sinvergüenza que vino a pisotear desde hace algunas décadas los conceptos de profesionalidad, libertad y dignidad. De verdad, justicia y servicio. Como se ratifica en la declaración de unos 2000 compañeros de ruta: “No vale todo. Entendemos que la defensa de la libertad de expresión tiene una acción doble: nuestro derecho a informar y el derecho de la comunidad de informarse. Y entendemos a esa libertad de expresión como una conquista colectiva, no desde posiciones individuales ni sectarias”.
Antes hubo otra declaración a la medida de Majul. No se trata de si ellos son 300 y nosotros más, que entre nosotros mismos tenemos nuestras diferentes visiones. Sí se trata de qué se avala, y a quién, si se es cómplice de maniobras y operaciones, si se presenta la realidad con un doble discurso asqueante, si todas las culpas (hasta las más banales o disparatadas) son de “ella”, si el rigor profesional es respetado o se lo pasan por el fondillo en estas épocas en las que el chequeo de la información es una “insignificancia” ancestral. Sí se trata de los que dan rodeos para justificar de algún modo (corriendo nuevamente el eje) a los zombis que hablan de dictadura comunista al tiempo que rompen un móvil y apalean a un periodista que, de milagro, no acabo en un rincón pateado y muerto. Sí se trata de avalar o no la “aberrante” intención de querer aprovechar la muerte de Gutiérrez para convertirla en un nuevo caso Nisman, con todo lo que le aparejó a la Argentina la operación mediática de su suicidio.
Nos habíamos escandalizado con la infectadura y sobrevino el comunicado canallesco sobre esta nueva muerte, soezmente convertida en sospechosa. Son las mismas letras de odio y perversidad. Son formadores de opinión con un alcance y un poder de convencimiento inmenso, insólito, perturbador. Las mismas firmas que responden al poder real que, aunque tengamos mucho aguante, poco tendrá que ver con un verdadero gobierno nacional y popular. Por eso, aunque se comprende que actual presidente, para celebrar la independencia hable de unidad con todos y bregue por “terminar con los odiadores seriales”. Pero, habilitemos que por algún rato la piel se erice si la unidad es con algunos de los que estaban sentados a su lado el 9 de julio en la foto oficial. Tomemos un segundo de sosiego. Entendamos que “duele el odio, nos paraliza”, pero que puede ser indigesto compartir un locro con gente de esa calaña y que Gerardo Morales esté en el Zoom, ahí atrás, mientras Milagro hace casi un lustro que está confinada. Y parafraseando al Kirchner que recordaba que Mauricio es Macri, recordemos que Larreta es el PRO, Cambiemos, JxC, fue y es Macri, y que con su sonrisa de bufón forzó la apertura que produjo contagios y muertos de virus, a un nivel espeluznante, que la actitud primaria de la Nación había evitado. Los amigos pueden ser unos atorrantes, pero no unos taimados dispuestos a fallar a la vuelta de la esquina.
Como Vidal y su eterno acting de la inocencia. Siguen las firmas de escabrosos mamarrachos, Son miles. Son el espejo de esa desquiciada de la protesta por la excarcelación de Báez. Debe seguir gritando. Hay que tener temple de amianto para no agárrasela con la pantalla que nos devuelve semejantes delirios. Y no angustiarse con la desaparición de Facundo Castro, ante el pasado que padecimos y ante los casos de gatillo fácil, que se multiplican con pandemia o sin ella.
Tomemos un soplo del aire fresco que entibia el sol invernal. Al menos no llegan a decir que “Alemania va camino a Venezuela”. ¿No se animan a cruzar de nuevo la línea del ridículo? ¿Lo harían si los coucheara Durán Barba, que ahora elogia a AF? “¿En qué te convertiste, Angela Merkel?”. No le recriminen que ejecuta el salvamento de Lufthansa. Prendan velas: Bolsonaro y Áñez se contagiaron el mismo virus de Johnson. Todo parecido a Trump, no es pura casualidad: nos desafían a jugar juegos que no tienen remedio.
Calma: cuando podamos salir y volvamos a cargar la Sube o el tanque y debamos comer en el laburo, o comprarnos los zapatos que ahora son desechados por la pantuflas; o cuando lleguen las boletas con la luz y el gas que el frío y la cuarentena nos hace consumir, sí que vamos a requerir paciencia para no estallar. Perdón, un buen tilo resulta indispensable en este momento… Quien firma esta columna va a por él…El ministerio a cargo de Struzenegger evaluará a los trabajadores estatales mediante el denominado “Sistema…
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