La odisea de Charly en una road movie por las sierras cordobesas

Por: Nicolás Peralta

En los festivales Cosquín Rock de 2004 y 2005, García fue protagonista. Desperfectos, furia, el público esperándolo y él en su departamento de Coronel Díaz y Santa Fe. Una historia con el sello Say No More.

Está claro que Carlos Alberto García Moreno es una fuente inagotable de anécdotas. Y el período estival siempre fue terreno fértil para que las excentricidades de la genialidad de Charly fluyeran y dieran lugar a la generación de hechos dignos de recordar. Las presentaciones del Cosquín Rock de 2004 y de 2005 son un ejemplo, con su sello de excesos, búsqueda irreverente e impacto artístico de Say No More.

La de 2004 era la cuarta edición del ya clásico festival de Cosquín Rock que se realiza en el Valle de Punilla. El cierre de la tercera jornada era Charly y la expectativa era fuerte. Fue una noche de caos.

García viajó desde su hotel en Córdoba capital hacia esta localidad ubicada a 60 kilómetros en un Mercedes Benz con banderitas iraquíes, similares a las que usan los autos de los diplomáticos. Arribó a las 5 de la mañana, mientras terminaba su presentación Fito Páez. De buen humor, se tomó su tiempo para prepararse y subir al escenario Atahualpa Yupanqui. Unas 20 mil personas lo habían esperado más de 12 horas, hasta que a las 5:48, vestido de saco negro y pantalón rojo, salió finalmente a escena. Abrió con el clásico de Serú, «Desarma y sangra», para alegría de sus fans, pero al segundo tema, «Cerca de la revolución», abandonó intempestivamente el escenario, tirando con furia un micrófono que no andaba. Los problemas de sonido, justo a él, con oído absoluto, lo habían molestado desde el arranque y se lo notaba ofuscado por los constantes acoples y la falta de caudal de volumen. Imposible para lo que él quería hacer.

Con la gente ansiosa y la tensión que crecía en los camarines, a los 5 minutos Charly fue por su segundo intento. «Les habla el comandante Say No More. Estamos atravesando una ligera zona turbulencia», vociferó. Por detrás, varios técnicos corrían en el escenario intentando detectar los desperfectos, de los cuales se habían quejado en jornadas anteriores Bersuit y Ricardo Iorio, entre otros. El buen humor con el que Charly había llegado se alejaba a cada segundo. El recital siguió con «Yendo de la cama al living» y «Promesas sobre el bidet», pero el mal sonido era incontrastable. Cuando intentó arrancar con «El amor espera», García volvió a explotar, rompiendo su guitarra contra el suelo. No había vuelta atrás, fue el final. La producción le pidió a Fito que lo convenciera de volver, pero el rosarino se negó y las versiones luego hablaron de trompadas detrás del escenario entre los artistas y uno de los organizadores. Eran las 6:35, y el amanecer serrano parecía un volcán de gritos, corridas y estruendos de la policía contra parte del público, que llegó a intentar copar el escenario.

Al año siguiente, García debió hacer su presentación en este festival gratis, para compensar. Esta vez el show se programó para las 18, aunque a esa hora el artista todavía estaba en su departamento de Coronel Díaz y Santa Fe, en la Ciudad de Buenos Aires, en una sesión de fotos. Cuando finalizara el espectáculo, en Cosquín tenían pensado proyectar la película 2001: odisea del espacio, pero debió ser al revés. Charly pidió que pasaran la película primero. Las 30 mil personas que fueron se emocionaron pensando que empezaba el show. Cuando se dieron cuenta de que no arrancaba, volvió la impaciencia.

A las 22, Charly se sube a un remis hacia el aeropuerto. Estaba enojado porque su hijo Migue no le había prestado su piano eléctrico. A las 22:30, el piloto llamó avisando que se había bajado del avión. Volvió: se había olvidado la botella de whisky abajo, la buscó y despegaron. Llegó a Córdoba escoltado por la policía en la autopista. En el camarín sonaba Bob Marley. «Si hay una música que odio es el reggae, viste que no empieza nunca», sentenció. Y advirtió: «Si el público me saca alguna foto, me bajo y me voy. Para qué mierda necesitás una cámara, para alejarte más, para perdértela, estás en pedo, no entendiste nada». Los flashes fueron un bombardeo apenas se asomó su espigada figura al escenario. García respiró hondo, se aferró al vaso de JB y tocó durante cuatro horas en un show antológico. Luego de la odisea, el aire serrano lo inspiró.

En la crónica “De gira con Charly” del libro García, Daniel Riera y Fernando Sánchez exhiben un relato desenfrenado, acorde a ese momento: “Charly toca hasta las 3 de la mañana y todos contentos incluido él y el show, por supuesto, tiene poco que ver con la lista y en el final patea un micrófono y demuele la batería a patadas y luego pide la guitarra acústica Fender para decirle adiós y arrojársela al público, y la escena recuerda al concierto de los Who en la isla de Wight y ese es exactamente el DVD que Charly había visto por la tarde en su casa en Buenos Aires mientras 30 mil personas lo esperaban a 1200 kilómetros a orillas de un lago mirando 2001 Odisea del espacio (…) Le digo que lo vi tan brotado que pensé que no iba a haber show y me dice ‘lo que hice fue usar el guión de lo que me estaba pasando y ponerlo al servicio del show o en otras palabras utilizar mi vida como el guión de mi espectáculo, y me acordé de los Who y entré en esa sintonía en esa frecuencia Pete Townshend, y lo aproveché aunque casi me pierdo en el segundo tema porque no hay nada más feo que tocar de frente a las espaldas de los tipos de seguridad'».  «

Un dúo sucio y desprolijo

La edición de 2005 también fue memorable porque se dio el reencuentro de Charly con Norberto Pappo Napolitano, días antes de su muerte. Años atrás «El Carpo» había dicho que los Sui Generis eran «dos estúpidos que vinieron a ablandar la milanesa» del rock.


Al otro día de su show solista, Charly todavía andaba por Córdoba capital. Bajó al lobby del hotel en el que estaba alojado y pidió un remís para ir a San Roque, donde se hacía el evento. Se metió en el camarín de Pappo, que llegaba de Rosario, donde había estado tocando. Al entrar, lo vio a Charly con un sombrero y un piano. Lejos de molestarse, le pareció simpático. Ninguno se acordaba bien por qué no se hablaban desde hacía tantos años. Solo habían coincidido en el unplugged de Los Ratones Paranoicos, en 1991. Entonces Pappo lo invitó a tocar. Anunció al público que alguien lo iba acompañar al piano. Todos se sorprendieron cuando apareció García, que lo acompañó en «Desconfío». También tocaron «Sucio y desprolijo». Al terminar, Pappo lo palmeó y le dijo con media sonrisa: «Gracias, García».

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