La vanguardia musical gana cada vez más espacio. El ciclo destinado a ella que se organiza anualmente en la Ciudad de Buenos Aires va camino de transformarse en un clásico reconocido internacionalmente. En esta edición se realizará en dos sedes distintas, el Teatro San Martín y el Centro Cultural Kirchner. Su director artístico, Diego Fischerman, dialogó con Tiempo Argentino.
Como desde 2017, la dirección artística del ciclo está a cargo del escritor, periodista y docente Diego Fischerman, en tanto que Nahuel Carfi es el encargado de la coordinación general.
A diferencia de ciclos anteriores, en esta oportunidad se desarrollará en dos momentos diferentes, el primero entre hoy y el 7 de diciembre y el segundo entre el 23 y el 27 de enero de 2020 integrado esta vez con el Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA) .
En diálogo con Tiempo, Fischerman brinda detalles del ciclo.
– ¿Cómo se compone esta primera sección del festival?
– Programamos diferentes estéticas que van desde la francesa Séverine Ballon que hoy ofrecerá un concierto de cello solista con una serie de obras, algunas de las cuales fueron compuestas especialmente para ella, pasando por el Makrokosmos Quartet, un cuarteto suizo de dos pianos y dos percusiones que se presentará el 7 de diciembre en la Sala Argentina del Centro Cultural Kirchner con composiciones de Alejandro Viñao, Martín Matalón, cada uno de los cuales creó obras comisionadas por la agrupación. Además, la agrupación tocará obras Steve Reich y Xavier Dayer, este último es una de las grandes figuras jóvenes de la música suiza actual.
– También habrá un gran concierto en la Sala Sinfónica del Centro Cultural Kirchner, ¿no es así?
– Sí. El concierto del 6 de diciembre estará a cargo de la Sinfónica Nacional. Será muy intenso, ya que interpretará una obra fundante de nuestra música que es Popol Vuh: la Creación del Mundo Maya, de Alberto Ginastera, en la que, como en casi todas sus obras, el uso de la percusión es único. Creo que no hay otro compositor en el siglo XX que haya utilizado la percusión con la familiaridad, la profusión y el grado de protagonismo con el que la usó Ginastera.
– En su obra el pulso rítmico siempre fue una de sus grandes características compositivas.
– Es verdad. También es verdad que en cierto modo Ginastera sufre el sídrome que aqueja a, por ejemplo, aquellos actores a los que los encasillan en un rol y después no pueden salir de él. Tuvo dos grandes éxitos de entrada, porque Panambí es una obra increíble que compuso entre los 18 y los 20 años, y muy poco después escribió el ballet Estancia con ese malambo extraordinario que tiene “destino de bis” en los conciertos. Pero se conoce muy poco de sus otras obras, como los cuartetos de cuerdas, composiciones para cello solo, para órgano e, incluso, mucha de su obra sinfónica la que, no se suele tocar en Argentina. Popol Vuh es una gran obra que se tocó muy pocas veces acá. Y tiene una potencia, un desgarro y una expresividad absolutamente extraordinarios. No es su última composición, pero quedó inconclusa, le faltó escribir un último movimiento. En este concierto también se interpretarán dos obras que trabajan con la sensualidad de la orquesta: Orion, de la finlandesa Kaija Saariaho y Dream of the Song, del inglés George Benjamin. La primera no está circunscripta al tipo de concierto de virtuosismo del siglo XIX, sino que apela a una mayor intensidad poética en la que el protagonista es el sonido. No es tan importante la sintaxis que une un sonido con otro, es decir no tiene una idea de direccionalidad que es a lo que solemos acostumbrarnos al escuchar música, sino que es casi una escultura de sonido, en la que el espectador transita por un mundo puramente sensual. La de Benjamin es una obra pensada como un ciclo de canciones, algunas con letras de poetas árabes y dos de los textos que están en español que son de Federico García Lorca. Es un concierto para contratenor solista y orquesta y en dos de las canciones participa un coro de voces femeninas.
– ¿El público accederá entonces a un concierto en que se explotarán todas las posibilidades y potencialidades de una orquesta sinfónica?
– Sí, porque las tres obras muestran posibilidades distintas de color orquestal. Dos obras son más recientes, pero la de Ginastera es de 1983. Y, si bien tiene casi cuarenta años, es una composición que se tocó muy pocas veces en nuestro país. Ocurre que en cierto modo es una obra de las que se denominan «malditas» ya que necesita un aparato descomunal, sobre todo en lo referido a la percusión. Además utiliza una gran cantidad de instrumentos originarios de América. El de Ginastera es un caso muy interesante por sus contradicciones y por los aspectos de tensión entre la contención y un espíritu muy sensual del sonido, que algunas veces llega incluso a cierta truculencia, y los desbordes sonoros que se dan principalmente en lo rítmico y en la profusa utilización de lo percusivo. Por otro lado, es un conservador católico que compone óperas con textos casi pornográficos. Y llamativamente es el único músico de lo que llamamos música clásica que tiene un problema con el poder en Argentina, ya que fue prohibido durante la dictadura de Onganía por la ópera Bomarzo.
– ¿A qué se debió este desdoblamiento de un ciclo que ya se transformó en un clásico de la música de vanguardia en Buenos Aires?
– Es un desafío interesante ya que es la primera vez, dentro del campo de lo que se podría llamar de manera larga «música artística de tradición escrita» y de manera corta «música clásica», que la única representación dentro del FIBA sea este ciclo de música contemporánea, a la que también se la puede conocer como la música clásica, pero de este momento. Esta sección del festival estará integrada por agrupaciones de cámara, orquestas, solistas y compositores experimentadores argentinos que van a estrenar obras encargadas por el Ciclo de Música Contemporánea.
-¿Qué es lo que encontrará el público que asista al FIBA en esta sección del ciclo?
– Por ejemplo, se encontrará con la obra (B&LB) de Santiago Santero que interpretará Bruno Lo Bianco al aire libre en la calle Corrientes, que tiene características espectaculares, y permite darse cuenta de que la música contemporánea también puede ser apreciada como un espectáculo. Desde ya que este tipo de representación no puede ser aplicada a todas las obras. Todos estos artistas y compositores provienen de una zona del arte que es muy vital y que compromete a creadores y a un público muy fiel, pero muy circunscripto. Este tipo de música sigue siendo un territorio desconocido o misterioso para muchos. Hay que ganar público nuevo e incorporarlo a una música que exige un tipo de atención que es algo muy excluyente. Mi idea como programador es lograr lo que en cierto modo hacía cuando escribía de manera cotidiana para un diario o programaba música en mi programa de radio. Esto es: sacar una cosa de un lugar y ubicarla en otro, con lo cual se logra obtener otra mirada. Esto produce diferentes efectos. Recuerdo que una vez en la radio pasé juntas Petrushka de Stravinsky y la Chacarera del aveloriado de Cuchi Leguizamón y produjo un efecto llamativo porque no se sabía cuándo terminaba una pieza y cuándo empezaba la otra. Y este ejercicio permitía escuchar a Stravinsky y a Leguizamón de una manera que no se los había escuchado antes.
– ¿Crees que esta experiencia en el FIBA abrirá nuevas posibilidades de exposición para la música contemporánea?
– El FIBA por sí solo pone en acción mecanismos que hacen que el público esté ansioso, preparado y con ganas de ver y escuchar cosas nuevas. Y las busca esencialmente en las artes escénicas o en la danza. Pero la música siempre quedaba al margen de ese menú. El público interesado en las expresiones más modernas del arte, es decir el que está pendiente de los nuevos escritores, de las vertientes que surgen en el nuevo cine e inunda los festivales independientes, hasta ahora pasa al costado de las nuevas expresiones de la música de tradición escrita. Es decir que pueden escuchar a Leonard Cohen, Tom Waits o algo de Kronos Quartet con algún músico de fuera del mainstream clásico, estar al tanto del Dogma danés, o saber quiénes son Paul Auster, Murakami o Mariana Enriquez. Aunque no los haya leído a todos, forman parte de su capital simbólico. Pero, probablemente, no sepan quién es Viñao, un compositor argentino que vive en Inglaterra y cuyas obras casi no se escucharon nunca en nuestro país.
– ¿A qué obedece que cueste acercar público nuevo a este tipo de música?
– En general, la música opera como fondo para otras cosas. Pero así como hay un cine que nos permite irnos diez minutos y tomarnos una cerveza y volver, hay otras que nos exigen toda nuestra atención. No se trata de forzarnos a entender, sino que se trata de entender para poder disfrutar de la expresión artística, cualquiera que ésta sea. A este tipo de atención muchas veces no estamos acostumbrados. Y, por otro lado, las nuevas formas de circulación de la cultura nos desacostumbran cada vez más a vivir este tipo de experiencias. Participar del FIBA es una gran apuesta y, como toda apuesta, conlleva riesgos y posibilidades de éxito. Recién luego de que suceda sabremos si ganamos o perdimos.
CCMC – Ciclo de Conciertos de Música Contemporánea
19 de noviembre al 7 de diciembre y del 23 al 27 de enero de 2020 (integrado con el FIBA – Festival Internacional de Buenos Aires)
Programación e información:
https://complejoteatral.gob.ar/ciclo/ciclo/ciclo-de-conciertos-de-musica-contemporanea
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